Columna

En un vaso de agua

Desde México, Duran Lleida responde con aparente dureza a la promoción de Artur Mas como conseller en cap. Bla, bla, bla. Si, como dice el líder de Unió, la actual crisis es la 'más grave' y de 'más difícil solución' que ha vivido la coalición, ¿qué hacía en México esperando que le recibiera Fox? Todas las crisis de Convergència i Unió han sido tormentas en un vaso de agua y ésta no va a ser excepción. Duran Lleida levanta la voz porque sabe que no puede hacer mucho más que ruido. Las relaciones de fuerzas son demasiado desiguales, a favor de Convergència, por supuesto. Unió, con el ...

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Desde México, Duran Lleida responde con aparente dureza a la promoción de Artur Mas como conseller en cap. Bla, bla, bla. Si, como dice el líder de Unió, la actual crisis es la 'más grave' y de 'más difícil solución' que ha vivido la coalición, ¿qué hacía en México esperando que le recibiera Fox? Todas las crisis de Convergència i Unió han sido tormentas en un vaso de agua y ésta no va a ser excepción. Duran Lleida levanta la voz porque sabe que no puede hacer mucho más que ruido. Las relaciones de fuerzas son demasiado desiguales, a favor de Convergència, por supuesto. Unió, con el caso Pallerols a cuestas, no está en su mejor momento, y Convergència lo sabe mejor que nadie. La única fuerza de Duran es la amenaza de irse con otro. Pero el margen de maniobra es muy limitado. Todo quedará en un intercambio de gestos: Duran ha puesto en escena el despecho, Pujol responderá con alguna gratificación y aquí paz, aunque nadie pueda garantizar la gloria.

Decía Nietzsche que el hombre es un animal que promete. Cualquier gesto de ruptura por parte de Duran sería visto como una traición. Y en la dinámica de decadencia de la coalición nacionalista la traición tendría el agravante de oportunismo del jugador de ventaja que huye del barco cuando está en dificultades. La democracia cristiana ha tenido siempre fama de adicción conspirativa y de maniobrerismo. Una fama que probablemente viene de la política italiana, donde el choque de verdades absolutas -de la católica a la comunista- ha convertido la política en un espacio de transacción permanente porque todos sus habitantes están en el secreto: el dios común es el poder. A este juego le llaman combinación, y es irrepetible fuera de aquel contexto.

Joaquín Garrigues Walker decía que no había en política nada peor que negociar con los democristianos: 'Te hacen las mayores putadas y después van a confesarse'. Pujol, que es católico no se arredra, aunque en su coalición hay mucha gente que opina que hizo demasiadas concesiones cuando los de Unió no eran nadie y que ahora se han convertido en una incomodidad, una nosa que, una vez metida en la familia, no queda más remedio que soportar. Esta incomodidad de parentesco político es mutua.

Pero, ¿qué podría hacer Duran que inquietara realmente a Convergència? ¿Desplazarse un poco más hacia la derecha? ¿Hacer algún guiño a la izquierda? Los que creen que la política se reduce a conspiraciones de salón dicen que Duran podría arrancar de un Maragall, ansioso por llegar antes de que se haga tarde, mejores condiciones de las que puede darle Pujol actualmente y precipitar el desenlace del fin del pujolismo. Sería por parte de Maragall un enorme disparate entrar en este juego. Una cosa es que practique cierta ambigüedad o incluso escenifique algún coqueteo para alimentar la disensión en la coalición nacionalista, pero otra muy distinta sería que se tomara cualquier aproximación de Duran en serio.

Ni Maragall ni Duran pueden permitirse el error de la precipitación. Maragall sabe que si sigue la tendencia actual, le caerá la presidencia de la Generalitat como fruta madura: sólo necesita paciencia y un aumento lento pero calculado del protagonismo para que el cambio se haga a la catalana, como si estuviera inscrito en la naturalidad de las cosas. Entrar ahora en las prisas conspirativas con Duran sólo tendría costes para Maragall, que cargaría con unas hipotecas y un deterioro de imagen que no tardarían en pasarle factura. Duran tiene que aceptar la realidad como es y armarse de paciencia. Para que él tenga alguna posibilidad debe esperar a que Artur Mas pierda. Entonces, según el cómo y el cuándo de la derrota, puede tener alguna chance.

Porque la otra posibilidad, la de buscar la conspiración con la derecha aún es más difícil. Primero, porque en este momento, en Cataluña, Piqué tiene menos que ofrecer que Maragall. Segundo, porque una parte relevante de su partido no le seguiría en esta aventura. Y tercero, porque no hay en Cataluña hipótesis alguna de gobierno de la derecha que no cuente con el apoyo de Convergència. Con lo cual ésta podría cobrarse la factura con creces. Duran podría desafiar a Convergència buscando una elección triangular en la derecha. Aun contando con el peso del patriotismo de partido, muchos de los suyos no lo entenderían. Sería la peor de las traiciones, porque podría permitir que Piqué llegara por delante de los dos, y esto sería para muchos lo realmente imperdonable.

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Unió ha sido una puerta de entrada en la coalición nacionalista desde caminos distintos: para conciencias sensibles a la doctrina social de la Iglesia y para almas tibias en su fervor nacionalista. Lo que no tendría sentido es que ahora fuera una puerta de salida, entre otras cosas porque estas sensibilidades dispersas que encontraron cobijo en Unió probablemente no se irían todas ni en la misma dirección ni por el mismo camino.

El electorado de la coalición nacionalista es un electorado profundamente burgués no en el sentido de clase, sino como modo de instalación en la vida, que es la significación que le da Sartre, como explica Lévy en su último libro: lo burgués como la gravedad de los que no dudan de que la sociedad funciona y lo hace con toda legitimidad. Si a ello sobreañadimos la dimensión naturalista -lo nuestro, lo de toda la vida- que le da el nacionalismo, tenemos esta mezcla de herencia, enraizamiento y futuro razonable que componen el imaginario del electorado convergente. Un electorado de una gran estabilidad que tiene enormes problemas de conciencia para abandonar el redil del pujolismo, que se ha planteado muchas veces hacerlo -y sus sectores más abiertos hace tiempo que se lo plantean antes de cada elección- y que quienes, finalmente, se han atrevido a irse han hecho casi siempre escala previa (o definitiva) en la abstención. Ante este electorado, el que se pase de listo, el que aparezca como sospechoso de ambicionar, antes de tiempo y sin la legitimidad debida, el reparto de la herencia, puede pagarlo caro. Para que una traición fuera perdonada -o premiada-, quien la hiciera tendría que poner un fuerte perfil de víctima. Y no es esta la imagen de Duran ni mucho menos.

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