Tribuna:

Exquisiteces ultraliberales

Hace pocos días, los españoles pudimos presenciar un testimonio de que en ocasiones, en un país tan dividido como el nuestro, es posible lograr la unanimidad en contra, algo tan difícil como la unanimidad a favor. Un texto patrocinado por el Círculo de Empresarios propuso que la mujer suscribiera a sus expensas un seguro de maternidad que evitara a las empresas la carga del obligado periodo vacacional posterior al parto. Tamaña genialidad quiso ser explicada a continuación, siempre con nulo éxito, y finalmente el Círculo publicó una nota en la que dio la sensación de recular hacia el mutismo.E...

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Hace pocos días, los españoles pudimos presenciar un testimonio de que en ocasiones, en un país tan dividido como el nuestro, es posible lograr la unanimidad en contra, algo tan difícil como la unanimidad a favor. Un texto patrocinado por el Círculo de Empresarios propuso que la mujer suscribiera a sus expensas un seguro de maternidad que evitara a las empresas la carga del obligado periodo vacacional posterior al parto. Tamaña genialidad quiso ser explicada a continuación, siempre con nulo éxito, y finalmente el Círculo publicó una nota en la que dio la sensación de recular hacia el mutismo.Entre los gestores de tamaña propuesta figuraba un Lorenzo Bernaldo de Quirós que parece haberla empeorado por el procedimiento de aludir a la menopausia como "fecha de caducidad de la mujer". Este lenguaje desatentado y la propuesta en sí no debieran haber sorprendido tanto. El citado personaje es uno de los exponentes más caracterizados del "ultraliberalismo" español, y ha publicado libros en los que aparecen afirmaciones como que los sindicatos en la práctica no hacen otra cosa que reducir los salarios mientras que la llamada "justicia social" carece de sentido en una sociedad abierta y no representa sino la "nostalgia de la tribu". Para él el Estado y la Seguridad Social no sólo carecen de cualquier respetabilidad, sino que son "drogas"; la progresividad fiscal debe ser evitada, y la burocracia resulta una máquina onerosa cuyo fin es tan sólo la prosperidad de los funcionarios.

Si declaraciones genéricas como éstas ya parecen desatentadas, al descender al terreno de lo concreto lo resultan más. Para que no se diga que exagero no insistiré en el citado seguro de maternidad, sino que me referiré a una propuesta más reciente de este personaje. Se contiene en La Ilustración Liberal, en el número correspondiente a octubre pasado, y se refiere a la inmigración. A Bernaldo de Quirós no se le ha ocurrido otra fórmula que la "venta en subasta de derechos de inmigración". Reconoce que éste puede parecer un planteamiento "inhumano y brutal" pero inmediatamente añade que "su lógica es implacable y sus efectos muy positivos": permitiría seleccionar a las personas que se arriesgarían más y que trabajarían más y, además, proporcionaría ingresos al país receptor. En un momento de generosidad asegura que las "personas sin activos líquidos" podrían pagar poco a poco esos derechos. La propuesta, como tantas de los ultraliberales, no resulta sólo brutal e inhumana, sino necia. Pedir que los tripulantes de las pateras vengan con buenos fajos de billetes entre los dientes pertenece a la primera categoría; organizar, a base de funcionarios, subastas de derechos de inmigración a España en Timbuctú para esas "personas sin activos líquidos" corresponde a lo segundo.

Hay en la extrema derecha de una derecha como la española, que está a la derecha del Cosmos, un reducto ultraliberal que con frecuencia expectora exquisiteces como éstas. Pero no se crea que en esto concluyen sus propuestas. Otras nacen de un españolismo unitarista que considera necesario que el Estado central recupere competencias o que juzga cualquier nacionalismo periférico como aberrante o totalitario. Desde ese número de la La Ilustración Liberal, Vidal-Quadras nos crucifica a los que considera como "los intelectuales orgánicos del nacionalismo, uno de los factores menos aparentes pero no menos letales e insidiosos de la ofensiva disgregadora dirigida al corazón mismo de la nación". Tiene derecho a hacerlo, pero lo que resulta menos tolerable es que se produzca una asimilación entre quienes se apartan de las concepciones del Gobierno actual y ETA. Pues bien, es esto lo que literalmente asegura el director de la revista, Federico Jiménez Losantos. Para él, el PP está "rigurosamente solo" en el combate antiterrorista, porque "no hay más fuerzas políticas realmente nacionales ni partidos nacionalistas que de uno u otro modo no respalden y refuercen el desafío etarra". Supongo que todo eso vale para los asesinados socialistas, incluido mi amigo Lluch.

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Todos estos planteamientos se integran en la revista citada con una típica interpretación de la más añeja derecha española, que, apenas dotada de un ropaje nuevo, se descara en pronunciamientos que deben ser leídos dos veces para poder creerlos. Para Jiménez Losantos, la guerra civil de 1936 habría sido "una lucha a la desesperada de la derecha religiosa, política y social para evitar una aniquilación por una izquierda sectaria y decididamente revolucionaria". Hasta ahora todos pensábamos que la guerra civil la inició el general Franco al sublevarse en julio de 1936. Pero no: según Jiménez Losantos, la guerra comenzó antes, en octubre de 1934, cuando se sublevaron las izquierdas y los nacionalistas, los mismos enemigos que percibe en el horizonte hoy en día. Y, por supuesto, la "derecha franquista" habría sido, según él, quien trajo la transición a la democracia en 1977.

Estas afirmaciones se podrían enmarcar en la pura eutrapelia o en el ideario de esa franja lunática que inevitablemente debe existir en la vida intelectual de cualquier país. Pero lo malo es que, hoy y ahora en España, la secta ultraliberal es tomada medio en serio por sectores sociales de relativa importancia. Sólo así se puede pensar que una entidad como el Círculo de Empresarios haya tenido el patinazo que ha sido descrito. Y sólo así se explica que dos grandes empresas españolas -Ibercaja y Tabacalera- nutran de publicidad las páginas de esta revista.

Pero ¿sólo algunos empresarios despistados se apuntan a patrocinar semejantes tesis? Lo verdaderamente pésimo es que esta secta tiene un peso específico importante -o pretende tenerlo- en el seno del partido que hoy con mayoría absoluta está ejerciendo el poder. Puede parecer increíble: ¿qué tiene que ver Bernaldo de Quirós con gente sensata y valiosa como pueden ser Rajoy, Mayor o Rato? Pero hay un detalle que merece ser recordado. En la biografía oficial de Aznar escrita por Díaz Herrera y Durán, muy cercana al protagonista, se asegura que fue este personaje quien a comienzos de los años ochenta consiguió la conversión de quien procedía de la derecha autoritaria al "liberalismo". Se puede poner en duda si se quiere. Lo que no cabe menos que aceptar es que este ultraliberalismo se siente en condiciones de ejercer una especie de tutela sobre la pureza de la acción gubernamental dictaminando severamente sobre su ortodoxia o no. Ya ha condenado el centrismo, y desde hace algún tiempo el PP habla menos de él. Lo curioso de la posición del Gobierno es una cierta actitud entre masoquista y cómplice con este sector político, del que podría prescindir si estuviera verdaderamente donde dice. Para nada necesita ni tanto españolismo rancio ni, menos aún, extravagancias en el terreno socioeconómico.

Volvamos a Jiménez Losantos, buen exponente, como profeta ejerciente que es, de las pretensiones de la secta. Tras esa peculiar teoría acerca de cuándo estalló la guerra civil, hace una imprudente comparación entre el 1 de abril del 39, en que triunfó Franco, y el de 1990, en que Aznar impuso el "liberalismo" al Partido Popular. Viene a continuación la dosis conveniente de adulación al líder, cuya biografía sólo se entendería porque cuatro generaciones de Aznar han sobrevivido al terrorismo izquierdista (dos en las chekas de la guerra civil y la última a ETA); además, el propio presidente nació en la calle Claudio Coello, donde fue asesinado Carrero Blanco (!!). Cuando, en 1996, Aznar obtuvo una victoria mínima, hubo que esperar a tiempos mejores, pero al fin éstos han llegado en el año 2000. Jiménez Losantos parece haber sido testigo de la "indisimulable satisfacción" con que Aznar pudo prescindir de conceder una entrevista al primer diario español. Ahora resulta factible hacer lo que antes no se pudo, y él está dispuesto a patronear esa labor. Es preciso que la derecha vuelva a "sus propios valores". No hay que apropiarse del Estado, sino "liberarlo de la apropiación felipista" que, según él, todavía existiría. Le preocupa de forma especial la situación de los medios de comunicación, que, en su opinión, es "peor" para los suyos que en 1996. Y deja claro que no quiere un montaje a base de financiación de empresas recientemente privatizadas, sino el laissez faire, es decir, que le hagan caso a él y los suyos. Si no, por supuesto, bramará, como ha hecho ya. En suma, postula una nueva etapa Rodríguez, pero con el sectarismo de un ex estalinista, y no con la rudeza provinciana de un hortera. Quisiera no ver el testimonio de que se aceptan estas sugerencias en alguna dádiva mediática reciente o en una obsesión por el monopolio en la lucha contra ETA. Sería infinitamente mejor para todos que se olvidaran estas pretensiones.

Por cierto, ¿sabe el lector qué figura señera de la jurisprudencia española aparece en La Ilustración Liberal pontificando sobre los males de la justicia? Javier Gómez de Liaño. Menuda gente.

Javier Tusell es historiador.

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