Tribuna:

Brindis

Me llamo don Sergio y soy un señor mayor al que pronosticaron dos telediarios hace cinco años, tres infartos atrás. Para pasmo de médicos y obituarios, estoy más fresco que un salmonete, lo cual no me impide ser experto en ausencias, juergas y serenas soledades. Desde que me abandonó mi esposa (Dios la tenga en su gloria y que allí me espere muchos siglos), sólo soy mayor 11 meses al año. En Navidad pego el cambiazo y me convierto en un chavalín filibustero para perpetrar licencias inconfesables que afectan de forma desigual a mi colesterol y a mis más firmes convicciones filosóficas. Me esper...

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Me llamo don Sergio y soy un señor mayor al que pronosticaron dos telediarios hace cinco años, tres infartos atrás. Para pasmo de médicos y obituarios, estoy más fresco que un salmonete, lo cual no me impide ser experto en ausencias, juergas y serenas soledades. Desde que me abandonó mi esposa (Dios la tenga en su gloria y que allí me espere muchos siglos), sólo soy mayor 11 meses al año. En Navidad pego el cambiazo y me convierto en un chavalín filibustero para perpetrar licencias inconfesables que afectan de forma desigual a mi colesterol y a mis más firmes convicciones filosóficas. Me espera nadie, tengo nada que hacer y voy a ninguna parte cuando me da la gana. Y a quien Dios se la dé, que San Pedro se la bendiga. Lo tengo claro, por tanto.Dice el Espíritu Santo, y no le falta razón, que "si no os hacéis como niños no entraréis en el reino de los cielos". Ahora bien, el cielo es lo que todos queremos, salvo error u omisión. De todo lo cual se colige que, para conseguir lo que se quiere, no queda otro remedio que ser un niño, un ignorante de las más elementales normas de educación, un individuo que mea con fluidez y cinismo donde le viene en gana, un tipo que prefiere su chupete a todos los valores eternos, un okupa que se rasca las partes pudendas en presencia de señoras de edad, clero y autoridades. Para conseguir el cielo hay que hacer el oso, lo cual debiera ser obligatorio en una ciudad como Madrid, donde ese animal es emblema.

Es ejemplar la actitud del alcalde Manzano. Omitiendo la vergüenza ajena y el sentido del decoro musical, don José María, inasequible al desaliento, nos obsequia todos los años cantando villancicos y copluelas castizas que provocan regocijo y pedorretas en mis nietos. Por eso dura tanto Manzano, porque es un niño incomprensible y perplejo. No sólo va a Sevilla con frecuencia sin perder la silla; él es de Sevilla. A ver si se entera la oposición.

Para no saturar los servicios de urgencia, sugiero a los ciudadanos que cojan, en vez de castañas, castañuelas, y bombones en vez de bombas. Y que estén al pie del cañón, es decir, una caña muy grande.

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