Reportaje:EXCURSIONES - MONTE DE BOADILLA

Sobre 'topófobos' y encinas

Este bellísimo bosque sobrevive de milagro en uno de los municipios más urbanizados de la región

Unamuno llamaba topofobia a la locura de la gente que huye de su lugar de origen sin dársele un bledo el lugar de destino. Topófobo es el capitalino que se va, que huye, a vivir al campo y lo primero que hace es talar el bosque a matarrasa para plantar su chalé y lo segundo pedir más carreteras, porque su peor pesadilla es quedarse atascado entre dos lugares, ciudad y campo, que desprecia por igual.Boadilla, ya que hablamos de topofobia, ha pasado de 1.110 habitantes en 1960 a 22.000 o 23.000 hoy; imposible precisar, pues se suman 300 nuevos cada mes. Algunos viven ...

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Unamuno llamaba topofobia a la locura de la gente que huye de su lugar de origen sin dársele un bledo el lugar de destino. Topófobo es el capitalino que se va, que huye, a vivir al campo y lo primero que hace es talar el bosque a matarrasa para plantar su chalé y lo segundo pedir más carreteras, porque su peor pesadilla es quedarse atascado entre dos lugares, ciudad y campo, que desprecia por igual.Boadilla, ya que hablamos de topofobia, ha pasado de 1.110 habitantes en 1960 a 22.000 o 23.000 hoy; imposible precisar, pues se suman 300 nuevos cada mes. Algunos viven en el pueblo propiamente dicho, pero el 86% lo hace en 10 urbanizaciones que han convertido el término en un laberinto de chalés, asfalto y atascos mañaneros del que ni los coches con navegador de serie -Boadilla es el segundo municipio de Madrid en renta per cápita- saben salir.

Días pasados, en el foro de opinión del principal sitio web dedicado a Boadilla -www.boadilla.com-, una tal Irene se lamentaba de que "cada vez hay menos árboles y más carreteras". E ipso facto recibió insultos ("pija", "subnormal profunda", etcétera), indirectas ("¿Y tú dónde duermes? ¿Encima de un árbol?") y una recomendación directa ("¡Vete a vivir al campo!") que demuestra que, para una mentalidad topofóbica, todo se soluciona yéndose a otro lugar.

En realidad, Irene no tiene que irse a vivir al campo por la sencilla razón de que Boadilla está en el campo. Prueba de ello es que, a pesar todo lo dicho, en el corazón del municipio se ha conservado -de milagro, bien es cierto- el llamado monte de Boadilla, un encinar bellísimo, reliquia -como el monte de El Pardo o la Casa de Campo- del bosque mediterráneo que cubría la mayor parte de Madrid antes de que a los capitalinos les entrase el baile de San Vito.

Para conocerlo, partiremos del palacio del Infante don Luis. Este Luis era otro que no sabía estarse quieto y que, después de colgar el capelo cardenalicio y de volver loco a su hermano Carlos III con sus correrías amorosas, mandó en 1764 a Ventura Rodríguez que le hiciese en Boadilla un palacio con grandes jardines y terrazas escalonadas, muy a propósito para celebrar sus ruidosas fiestas. El caso es que, por éstas y otras razones, acabó siendo exiliado por su real hermano fuera de la provincia de Madrid, y su palacio fue pasando por las manos de sus nobles herederos -incluidas las de la famosa condesa de Chinchón- hasta llegar a las del Ayuntamiento de Boadilla, que lo compró hace un par de años por 2.000 millones y aún no sabe qué hacer con él. Ahora es un ajado monumento rosáceo del que, como no se puede visitar, no hablamos más.

Vamos a bordear el palacio por la carretera de Pozuelo hasta que, poco más allá del final de la tapia, localicemos la entrada del monte. Allí nace una senda peatonal de cemento que no tomaremos, sino que bajaremos de frente para cruzar al instante el arroyo de la Vega y seguirlo hacia la izquierda por un ancho camino de tierra que, en cosa de cinco minutos, ofrece un pequeño desvío a la diestra. Por este caminito, bello a rabiar, pasearemos entre encinas monumentales, quejigos de amarillenta hoja marcescente, fresnos trasmochos y pinos piñoneros esbeltísimos, un bosque secular que es de buena querencia de las palomas y de los cernícalos primillas.

En menos de una hora llegaremos en suave subida junto a la valla de la urbanización Monte Príncipe, campo elíseo de céspedes y arizónicas donde moran 2.500 almas, sin contar perros guardianes. El camino rodea la alambrada hacia la derecha y, al llegar a su esquinazo, se separa de ella para volver al palacio por lo alto de una loma desde la que se otea, sobre el telón de fondo de la sierra de Guadarrama, un ejército de grúas poniendo cerco al encinar. Un panorama que hace actual el viejo escudo de Boadilla: cinco encinas rodeadas por una gruesa cadena. Pero mejor es tener cinco que ninguna. Y mejor luchar por eso, Irene, que salir huyendo.

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Imposible perderse

- Dónde. Boadilla del Monte dista 14 kilómetros de Madrid. Tiene su acceso más directo yendo por la carretera de Extremadura (N-V) hasta Campamento, donde se toma el desvío señalizado a Boadilla por la M-501. Hay autobuses desde Moncloa (línea 573), Aluche (574), Pozuelo (566), Villaviciosa (567) y Brunete (575). Horarios y precios, en el teléfono 91 580 19 80 o web: www.ctm-madrid.es. - Cuándo. Itinerario circular de cinco kilómetros y unas dos horas de duración, con un desnivel acumulado de sólo 50 metros y una dificultad muy baja, apto para todos los públicos, para bicicletas de montaña y para cualquier época del año, excepto pleno verano.

- Quién. Luis López Vázquez es el autor de 40 excursiones diferen-tes alrededor de Madrid, guía de senderismo de Ediciones La Li-brería en la que se describe con todo lujo de detalles esta excursión.

- Y qué más. Aunque no hay posibilidad humana de perderse -el bosque limita por los cuatro costados con la carretera de Pozuelo, la de Madrid, la urbanización Monte Príncipe y el propio pueblo de Boadilla-, tampoco debe perderse la buena costumbre de salir al campo con mapas: en este caso, las hojas 558-IV (Villaviciosa de Odón) y 559-III (Madrid SW) del Instituto Geográfico Nacional.

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