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Es difícil hacer una defensa de la Literatura y de la necesidad de su enseñanza cuando la aparición de un nuevo libro se ha convertido en un acontecimiento tan banal. Al contrario de lo que sucede en el toreo, en la literatura ya casi nadie considera que la adquisición de una técnica es un requisito imprescindible para la ejecución del arte. Lo malo no es que cualquiera pueda escribir; lo malo es que lo hace. No hay nada más que asomarse en una librería al triste espectáculo de una mesa de novedades literarias para comprobarlo. Resignados a su condición de producto de temporada, las nuevas nov...

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Es difícil hacer una defensa de la Literatura y de la necesidad de su enseñanza cuando la aparición de un nuevo libro se ha convertido en un acontecimiento tan banal. Al contrario de lo que sucede en el toreo, en la literatura ya casi nadie considera que la adquisición de una técnica es un requisito imprescindible para la ejecución del arte. Lo malo no es que cualquiera pueda escribir; lo malo es que lo hace. No hay nada más que asomarse en una librería al triste espectáculo de una mesa de novedades literarias para comprobarlo. Resignados a su condición de producto de temporada, las nuevas novelas se apilan, se solapan unas a otras, compitiendo como niños limosneros por ganarse nuestra atención. Y eso que no todos los libros que se publican al año son Literatura. El 92% son mapas de carreteras, manuales de superación personal y libros de esoterismo, que no suelen ser exhibidos en el selecto escaparate de la novedad literaria. Pasados unos días muchos de ellos serán devueltos al almacén sin que ningún ojo humano haya recorrido jamás sus renglones impresos. Los más afortunados tendrán otra oportunidad en el mercado de ocasión, pero el resto morirá triturado por las máquinas de reciclaje. Su lugar será ocupado por otros y el espectáculo se renovará.El número de nuevos títulos publicados en Andalucía ha aumentado un 65% con respecto al año anterior. El dato lo ha publicado este periódico en primera página. Sin duda se trata de una buena noticia para los editores. Me alegro por ellos como me alegro por los banqueros cuando triplican sus beneficios; pero este crecimiento no es indicio de nada, salvo de que seguimos siendo ese país ridículo, en el que nadie lee libros porque todos estamos muy ocupados escribiéndolos. Quienes no somos editores hubiésemos preferido la noticia inversa, la disminución de las novedades literarias y el aumento de los lectores, porque no es en las cifras de nuevos títulos ni en la cantidad de nuevos escritores donde se mide el nivel cultural de un país, sino en sus índices de lectura, que en el nuestro, como es tradicional, son paupérrimos. Al contrario de lo que se suele pensar, la invención de la imprenta a finales del siglo XV no fue la causa de que aumentaran los lectores en toda Europa, sino más bien su efecto. Como todos los inventos, el de Gutenberg también respondió a una demanda social anterior, a la necesidad de leer que sentía entonces el ciudadano medio. La enorme cantidad y calidad de la producción literaria del Siglo de Oro fue la consecuencia de aquel extraordinario aumento de los lectores. Nosotros hoy nos encontramos en la situación opuesta, que además de dolorosa es absurda. Cómo puede ser que aumente sin parar el número de libros y disminuya sin remedio quienes los leen. Si esta tendencia se corrige alguna vez es porque alguien tiene el coraje de implantar en la escuela una lista nacional de lecturas obligatorias. La tan cacareada reforma de las humanidades es un tren perdido más. Se ha hablado de Filosofía, de Historia y de Lengua, pero no he oído una palabra sobre Literatura. Por mi parte, soy cada vez más radical y cuando me preguntan por qué hay que estudiarla respondo con Umberto Eco que la Literatura es lo único que hay que estudiar.

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