El sueño americano de los desheredados

La Operación Guardián para frenar la entrada de inmigrantes en San Diego ha provocado ya casi 600 muertos

Juan Esquivel, emigrante de Chiapas, y Tom Hicks, policía de fronteras estadounidense, ambos al filo de los 30 años, se desafían a muerte en la frontera de San Diego con Tijuana, la más transitada del mundo, fielato por el que hasta hace poco cientos de miles de inmigrantes indocumentados entraban en EE UU como virutas atraídas por el imán del rico Norte. Es un desafío en el que Juan lleva todas las de perder. Antes, el brinco, el cruce de la raya fronteriza, era poco más de ...

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La Operación Guardián para frenar la entrada de inmigrantes en San Diego ha provocado ya casi 600 muertos

Juan Esquivel, emigrante de Chiapas, y Tom Hicks, policía de fronteras estadounidense, ambos al filo de los 30 años, se desafían a muerte en la frontera de San Diego con Tijuana, la más transitada del mundo, fielato por el que hasta hace poco cientos de miles de inmigrantes indocumentados entraban en EE UU como virutas atraídas por el imán del rico Norte. Es un desafío en el que Juan lleva todas las de perder. Antes, el brinco, el cruce de la raya fronteriza, era poco más de una carrera y algo de suerte. Ahora, entrar ilegalmente por San Diego es prácticamente imposible. La Operación Guardián que hace exactamente seis años puso en marcha el Gobierno estadounidense en California, ha convertido la línea en un fortín inexpugnable y desviado al incontenible flujo de desesperados en busca de una vida digna hacia los desiertos y montañas del Este, donde frío, calor, ríos y barrancos, más algunos disparos, se han cobrado casi 600 vidas en seis años. A lo largo de los 3.500 kilómetros de frontera entre Estados Unidos y México, una persona se sacrifica cada día en su huida de la miseria.La radio del Ford Expedition con el que Hicks recorre el lado norteamericano de la raya emite un constante chisporroteo de números. "34.1..., 54.7..., 43.2...". Son sensores que han detectado movimiento y enviado la señal a la central, desde donde una voz pasa el aviso para que los agentes próximos a los puntos de alarma comuniquen si hay novedad. "Puede ser el viento o un animal", comenta Hicks. Muy probable. Es media tarde y hay una luz espléndida. Intentar el brinco en esas condiciones no tendría sentido. Aun así, el año pasado hubo 15.000 detenidos en los últimos ocho kilómetros de frontera, entre la garita de San Ysidro y el Pacífico, donde la valla se hunde en el océano.

Antes de la Operación Guardián (Gatekeeper, en inglés) la raya producía imágenes de éxodo masivo propias de África o Asia. Grupos de cientos de personas esperaban pacientemente en el lado mexicano la oportunidad (un agente ocupado en la detención de un grupo, un cambio de turno en la patrulla, la niebla...) para salir a la carrera. Sólo en los ocho últimos kilómetros eran detenidas entonces unas 190.000 personas al año. Ahora Hicks avanza por los accidentados caminos que corren junto a la frontera y apenas puede señalar gente al otro lado. Tres y cuatro vallas de acero y columnas de hormigón de hasta cuatro metros de altura, sensores sísmicos, magnéticos (para los coches) y de infrarrojos, cámaras en circuito cerrado y torres de iluminación han sellado de forma absoluta lo que hace seis años era un coladero. Muy pocos lo intentan. Pero Tijuana sigue recibiendo miles de personas. Lo que hacen la mayoría de los desesperados es irse hacia el Este, a zonas desoladas donde todavía hay posibilidades de entrar en el mítico Norte aun a riesgo de perder la vida.

"Yo salí hace dos meses de Chiapas. Allí no hay nada. Y hay que buscar dónde. Yo me quedé huérfano a los 12 años. Me casé a los 19. A los 23 entré en Estados Unidos. Me pillaron en Colorado. Ahora quiero volver otra vez". Esquivel es menudo, enjuto, habla con decisión y modestia de indígena en la Casa del Migrante de Tijuana, un centro de acogida, durante un máximo de 15 días, a quienes llegan con la esperanza de dar el salto. "Yo sé que arriesgo la vida, que me den una paliza. Pero tengo que hacerlo. En Chiapas carecemos de recursos. No para la familia. En el pueblo no hay ni luz".

El padre Luiz Kendzierski, de origen brasileño, regenta la Casa del Migrante, visitada el pasado noviembre por Mary Robinson, la alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos. "Antes recibíamos más gente, pero con la Operación Guardián ha disminuido el número. Saben que Tijuana es muy duro de pasar". A pesar de todo, Juan es uno entre 85 acogidos. La Casa del Migrante sólo recibe hombres, aunque casi pared con pared otra institución regentada por religiosas acoge a mujeres y niños. "La semana pasada murió deshidratada una mujer", dice Kendzierski. "El mundo no ve esto. Ve un cubano que se ahoga, pero no los cientos que mueren. Nadie sabe de este muro, que es peor que el de Berlín".

Roberto Martínez -activista del American Friends Service Committe, una organización que trabaja con Amnistía Internacional y Human Rights Watch- califica de "chocante" el silencio que envuelve a este muro. Su grupo ha hecho decenas de marchas y actos de protesta, con cruces blancas en las que se han pintado los nombre de los muertos y sus lugares de procedencia, sin que la sociedad norteamericana o los medios de comunicación se hayan hecho eco del mortífero fenómeno: "No hay indignación. Es increíble. Les consideran ilegales, delincuentes, y no les dan ninguna importancia. Si 600 americanos hubieran muerto cruzando la frontera hubiésemos invadido México".

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Claudia Smith, abogada en la Fundación para la Asistencia Legal Rural de California, no tiene una solución para un problema irresoluble, pero ofrece explorar una nueva teoría. "No se trata de discutir el derecho a controlar una frontera, sino de que hay límites que no se pueden traspasar. Hay que reconciliar el derecho al control con el derecho a la vida". Y duda de que en realidad haya control. "Sólo hay apariencia de control, porque lo que hay es una campaña deliberada de poner al emigrante en peligro de muerte. Es como un globo. Si se aprieta por un lado todo se va hacia el otro, aquí desde las zonas urbanas hacia la montaña y el desierto". Doris Meissner, responsable en Washington de la Border Patrol (Policía de Fronteras), estima que se necesitarán cinco años para lograr un aceptable control en la frontera, lo que lleva a quienes se oponen a esta política a vaticinar más de 2.000 muertos en el próximo lustro.

La abogada, el cura y el activista están convencidos de que el flujo migratorio es imparable. "No hacemos nada contra el imán, que son quienes les dan los empleos", dice Smith. "Queremos y necesitamos a los emigrantes, pero no durante el cruce". Nada puede batir las diferencias económicas. Tres dólares al día en México frente a 5,75 de salario mínimo a la hora en el norte. Por eso y por su familia Juan Esquivel está dispuesto a jugarse la vida en barrancos y quebradas. Hicks le espera al otro lado.

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