Editorial:

Montesinos vuelve

Los peruanos acertaban al considerar que Vladimiro Montesinos, huído a Panamá hace escasamente un mes, en absoluto había desaparecido de la escena política. Su rocambolesca reentrada ayer resulta sobre todo reveladora de hasta qué punto se mantiene la estrecha alianza entre el presidente Fujimori y su más sórdido y estrecho colaborador; y de lo relativas que en estas circunstancias deben ser consideradas las promesas del primer mandatario peruano de limpiar las alcantarillas políticas de su régimen antes de la celebración de elecciones generales anticipadas, teóricamente en la primavera próxim...

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Los peruanos acertaban al considerar que Vladimiro Montesinos, huído a Panamá hace escasamente un mes, en absoluto había desaparecido de la escena política. Su rocambolesca reentrada ayer resulta sobre todo reveladora de hasta qué punto se mantiene la estrecha alianza entre el presidente Fujimori y su más sórdido y estrecho colaborador; y de lo relativas que en estas circunstancias deben ser consideradas las promesas del primer mandatario peruano de limpiar las alcantarillas políticas de su régimen antes de la celebración de elecciones generales anticipadas, teóricamente en la primavera próxima.Montesinos ha regresado a Perú inmediatamente después de que el Gobierno propusiera, como prerrequisito de los comicios anticipados, un proyecto de ley de amnistía destinado a blindar a militares y altos funcionarios de las consecuencias de sus delitos contra los derechos humanos en la represión del terrorismo o el narcotráfico. El ex jefe del espionaje, el más turbio de los servidores de Fujimori, y la cúpula de las Fuerzas Armadas serían los más directos beneficiarios de la medida que pretende evitar represalias de un futuro Gabinete. El jefe opositor Alejandro Toledo ha anunciado que su movimiento no condonará una medida que considera un chantaje, y que incluso ha provocado la dimisión ayer del vicepresidente Francisco Tudela, un leal a Fujimori. Perú tiene ya una ley de amnistía que cubre los excesos de la guerra antisubversiva entre 1980 y 1995. Pero el servicio secreto de Montesinos y los militares han sido implicados con posterioridad en torturas y asesinatos.

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Que Montesinos, personaje odiado y temido por la mayor parte de los peruanos, haya regresado del país donde había solicitado asilo evidencia no sólo su atrincherada complicidad con el presidente peruano (Fujimori admite que le llamaba con frecuencia a su breve exilio panameño); parece significar también que el ex responsable del SIN y sobornador vicario del jefe del Estado se siente a salvo tras el anuncio por el Gobierno de su proyecto de amnistía. De hecho, en Perú sigue dominando absolutamente la situación la vieja guardia, enquistada en las Fuerzas Armadas, el Congreso, el poder judicial y los medios de comunicación decisivos. En ninguno de estos ámbitos han sido destituidos, pese a las promesas, los máximos representantes de la represión, el fraude o la manipulación.

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Las conversaciones entre Gobierno y oposición, auspiciadas por la OEA, sobre el calendario de reformas que debe preceder a las elecciones y la retirada de Fujimori en julio permanecen estancadas. La vuelta de Montesinos, al margen del desafío a la ciudadanía y el elemento de presión política que supone, plantea la cuestión crucial de si el país andino puede avanzar hacia la democracia mientras Fujimori y su equipo monopolizan todos los resortes del poder.

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