Tribuna:

Historias de bandoleros

MANUEL ALVARLos pliegos de cordel habían perpetuado un teatro nacional en los momentos de mayor afrancesamiento del país. El pueblo seguía siendo tradicional, conservador, arcaizante. Pero esto que podía motejarse de manera negativa resultó la salvación de un arte nacional. He aquí cómo la penuria económica de los impresores (repetir o reducir, pero no inventar) fue un cauce de comunicación para dar al pueblo lo que el pueblo deseaba. El teatro suprimido se transformó en pliegos de cordel; se perdió la comunicación a través de las representaciones, pero siguieron los versos sonoros, las peripe...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

MANUEL ALVARLos pliegos de cordel habían perpetuado un teatro nacional en los momentos de mayor afrancesamiento del país. El pueblo seguía siendo tradicional, conservador, arcaizante. Pero esto que podía motejarse de manera negativa resultó la salvación de un arte nacional. He aquí cómo la penuria económica de los impresores (repetir o reducir, pero no inventar) fue un cauce de comunicación para dar al pueblo lo que el pueblo deseaba. El teatro suprimido se transformó en pliegos de cordel; se perdió la comunicación a través de las representaciones, pero siguieron los versos sonoros, las peripecias de los argumentos, el eco de algo que llegaba ensordinado.

Son frecuentes los romances con historia de cautivos. La colección que ahora comento no pudo empezarse antes de 1781; nada improbable sería que muchos de estos textos pertenecieron a historias anteriores. Lo cierto es que las historias estaban harto próximas, pues en 1765 Carlos III pedía a Marruecos la libertad de los españoles cautivos; en 1767 desaparecía el cautiverio entre los dos países, que se restableció en 1774 y volvió a anularse un año después. Los textos que narran tales historias cuentan algo que actuaba sobre la carne viva en días que se tocaba con la mano, cuentan -real o fingida- la historia que puede alcanzar a cada uno.

En relación con los romances novelescos y de aventuras caben algunos aspectos de los que agrupo como de valientes y bandoleros. Independizados de esta serie, vemos cómo los romanceros de valientes y bandoleros se confunden muchas veces: en potencia, el fanfarrón y pendenciero está en el camino de hacerse forajido. Bien es verdad que el bandido puede convertirse en fuerza "de orden". Uno de nuestros textos cuenta que Felipe Centellas, indultado por Felipe V, fue a servirle a la guerra al mando de una compañía de caballos.

No es caso único ni irreal; la historia viene a ser más increíble: José María Hinojosa, El Tempranillo (Jauja, 1805-Alameda, 1844) se hace bandolero por una reyerta de honra; en la serranía de Ronda mantiene en jaque a intendentes y alcaides, ponen precio a su cabeza e, indultado por Fernando VII, es encargado de organizar un escuadrón de caballería para combatir a los malhechores (1833). Un antiguo colega, El Barberillo, perseguido ahora, le descerraja tres tiros y acaba con la vida del más famoso de los bandoleros. La Guardia Civil se creó en 1844 y no fue ajena a la colaboración del Tempranillo. Literatura plebeya la de estos romances, pero que -de pronto- arranca pedazos de realidad.

Para un malagueño del 780 al 790 no sonaría a fantasía nada de todo esto: vivo y bien vivo estaba el Tragabuches, rondeño, gitano, torero (tomó la alternativa en 1802), vengador de su honra, bandolero... Perteneció a la partida de Los Siete Niños de Écija, que fue destruida fuera de nuestros límites cronológicos (1805): ejecutados todos sus compañeros (1817 y 1818), sólo se salvó José Ulloa, Tragabuches, de quien no volvió a saberse más.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En