Reportaje:ÁRBOLES CON HISTORIA

Un viejo eucalipto resistente al vertido tóxico

Aznalcázar es un pequeño pueblo (algo más de 3.400 habitantes) de la provincia de Sevilla. Elevado sobre un risco, a sus pies discurre el castigado río Guadiamar. Hace 80 años, las riberas del río estaban dominadas por grandes extensiones de olivos y pinares. Hoy, sus orillas son un desierto de fincas vacias de una tierra que, infectada por el vertido tóxico de Aznalcollar, sigue saliendo por toneladas más de dos años después del desastre a bordo de esos camiones que ya se han convertido en un elemento más del paisaje de la zona.En 1912 un nuevo vecino se instaló a la orilla del río, compitien...

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Aznalcázar es un pequeño pueblo (algo más de 3.400 habitantes) de la provincia de Sevilla. Elevado sobre un risco, a sus pies discurre el castigado río Guadiamar. Hace 80 años, las riberas del río estaban dominadas por grandes extensiones de olivos y pinares. Hoy, sus orillas son un desierto de fincas vacias de una tierra que, infectada por el vertido tóxico de Aznalcollar, sigue saliendo por toneladas más de dos años después del desastre a bordo de esos camiones que ya se han convertido en un elemento más del paisaje de la zona.En 1912 un nuevo vecino se instaló a la orilla del río, compitiendo por el espacio y el alimento con pinos y olivos. Cuentan los más viejos del pueblo que uno de sus paisanos, que se fue de novicio con los jesuitas a evangelizar Australia, volvió a Aznalcázar años después ya convertido en cura y con una extraña especie de árbol en su equipaje.

El ejemplar, llamado eucalipto (eucaliptus), traía de su tierra natal, en las antípodas, una bien ganada fama de resistente, capaz de adaptarse a las más difíciles circunstancias del terreno, aprovechable para muy diferentes usos (aceites, papel y madera) y, sobre todo, superviviente.

Sus nuevos vecinos no tardaron en comprobar la fama del nuevo. Con el tiempo, el eucalipto, alto, espigado y frondoso, ha ido ganando terreno en nuestros campos, arrinconando a otras especies, robándoles alimento con sus largas raíces, y haciéndose un hueco en la economía andaluza dada su gran rentabilidad como materia prima para la elaboración de la celulosa.

Incluso hoy día, en condiciones tan adversas como las que se dan en la ribera del Guadiamar, tras la contaminación que sufrió hace dos años, a la altura de Aznalcázar, rodeado por fincas desiertas, resiste un inmenso eucalipto, de 25 metros de altura y cuatro de diámetro, plantado en 1912 por alguien venido de Australia. A su alrededor sólo le acompañan cuatro o cinco parientes suyos de posteriores generaciones. Altos y orgullosos, parecen querer decir que vinieron para quedarse, pase lo que pase.

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