Tribuna:

México, el día después

Lo importante de las elecciones en México es lo que ocurrirá a partir de mañana: cómo podrá gobernar ese país quien gane. La historia demuestra que los periodos preelectorales en ese país son propicios para el nerviosismo económico y en esta ocasión, en la que la batalla por la presidencia se encuentra más abierta que ninguna otra desde hace setenta años, no iba a ser menos. Durante las semanas previas, la volatilidad del peso ha aumentado y el dólar ha subido de precio. Nada anormal por el momento; lo inquietante son los precedentes.En diciembre de 1994, cuando Ernesto Zedillo accedía a la pr...

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Lo importante de las elecciones en México es lo que ocurrirá a partir de mañana: cómo podrá gobernar ese país quien gane. La historia demuestra que los periodos preelectorales en ese país son propicios para el nerviosismo económico y en esta ocasión, en la que la batalla por la presidencia se encuentra más abierta que ninguna otra desde hace setenta años, no iba a ser menos. Durante las semanas previas, la volatilidad del peso ha aumentado y el dólar ha subido de precio. Nada anormal por el momento; lo inquietante son los precedentes.En diciembre de 1994, cuando Ernesto Zedillo accedía a la presidencia, pocos signos presagiaban lo que ocurriría a continuación. Hacía poco que México había firmado el Tratado de Libre Comercio con EE UU y Canadá, el país era poco menos que el paradigma de los emergentes que habían iniciado la apertura económica, y el mandatario saliente, Salinas de Gortari, figuraba en las quinielas para la presidencia de la Organización Mundial de Comercio. En pocos meses llegaban los nubarrones: aparecía la guerrilla en Chiapas, no se descubría la trama del asesinato del candidato oficial a la presidencia de la República, Luis Donaldo Colosio y, sobre todo, estallaba la crisis económica que daría lugar al efecto tequila (contagio al resto de la zona y, en distinto grado, al resto del planeta) y que el entonces director gerente del FMI, Michel Camdessus, caracterizaría como "la primera crisis de un mundo nuevo con mercados financieros globalizados".

A partir de diciembre de 1994, el milagro económico mexicano se vino abajo. El peso se devaluó un 60% y arrastró, con sus sospechas de fragilidad, al resto de las economías. En pocas jornadas se produjo la flotación del peso, su estrepitosa devaluación, el hundimiento de las bolsas de valores, el desplome de las acciones mexicanas en Nueva York, la cólera de los empresarios endeudados en dólares que se sentían estafados (la paridad dólar/peso fue el eje de las promesas de Salinas de Gortari), las alzas continuas de precios, el desbaratamiento de las previsiones económicas, las durísimas críticas de los inversores internacionales sobre el manejo que el equipo económico del nuevo presidente hizo de la crisis, etcétera. En definitiva, el aumento del paro y de la pobreza. La causa técnica del desastre fue el abultado déficit por cuenta corriente, generado por el enorme desequilibrio de la balanza comercial y financiado por inversiones extranjeras a corto plazo.

Cinco años y medio después, la situación es muy diferente. México ha sido uno de los países de América Latina que mejor ha resistido la crisis financiera que comenzó en el verano de 1997. El Gobierno de Zedillo parece haber preparado las cosas para que la volatilidad monetaria no devenga en tragedia. Ahora, el problema central no es macroeconómico sino que consiste en la incertidumbre de unos resultados políticos muy cerrados, que podrían llevar, de forma alternativa, al PRI a la oposición, o al Partido de Acción Nacional (PAN), el otro aspirante, a no reconocer la victoria del PRI.

Es en este contexto en el que van a operar las empresas españolas con presencia en México, y fundamentalmente los dos grandes bancos españoles, el BBVA y el BSCH. Con sus últimas adquisiciones (fusión del BBV Probursa con Bancomer, creando el primer grupo bancario mexicano, y adquisición de Serfín por el BSCH, quedando como la tercera entidad financiera del país), los bancos españoles son hegemónicos en México. BSCH y BBVA se han convertido en los dos primeros grupos financieros latinoamericanos, desplazando a los norteamericanos escaldados de la crisis de la deuda externa, que se inició también en México en 1982. Entre ambos controlan el 17% de los activos del sector bancario de América Latina, el 17% de los depósitos, el 19% de la inversión crediticia, el 46% de los fondos de pensiones, y más del 10% de los fondos de inversión. Así, no puede extrañar que los estados mayores de los dos bancos vigilen las elecciones de hoy en México como si fueran las del 12 de marzo en España.

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