ETA VUELVE A MATAR

"Memoria histórica del antifascismo vasco"

"A nosotros no nos para nadie". Son las últimas palabras, de hace tan sólo una semana, que María Teresa Castells recuerda de José Luis López de Lacalle, pronunciadas en la donostiarra Librería Lagun, la más castigada de Euskadi por los atentados del fanatismo nacionalista. López de Lacalle expresaba de ese modo a la propietaria de Lagun, un símbolo vasco de la resistencia al franquismo y a ETA, su voluntad de no ceder a los ataques vandálicos sufridos en su domicilio de Andoain (Guipúzcoa), hace unas semanas.Y ese "nosotros" era un reflejo de la complicidad entre viejos resistentes antifascist...

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"A nosotros no nos para nadie". Son las últimas palabras, de hace tan sólo una semana, que María Teresa Castells recuerda de José Luis López de Lacalle, pronunciadas en la donostiarra Librería Lagun, la más castigada de Euskadi por los atentados del fanatismo nacionalista. López de Lacalle expresaba de ese modo a la propietaria de Lagun, un símbolo vasco de la resistencia al franquismo y a ETA, su voluntad de no ceder a los ataques vandálicos sufridos en su domicilio de Andoain (Guipúzcoa), hace unas semanas.Y ese "nosotros" era un reflejo de la complicidad entre viejos resistentes antifascistas porque López de Lacalle era, ante todo y sobre todo, una parte de la "memoria histórica de la resistencia al fascismo en Euskadi, del fascismo de Franco, primero, y del de ETA, después", como señala José Mari Múgica, amigo de López de Lacalle e hijo de Fernando Múgica Herzog, el dirigente socialista guipuzcoano asesinado también por la banda, hace cinco años.

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La misma generación antifranquista que el pasado 20 de febrero salía de nuevo a la calle para tomar las alamedas de San Sebastián, acompañada por una multitud, y espoleada al grito de "Basta Ya", porque entiende que el fascismo de hoy en Euskadi se llama ETA. En primera fila de esa manifestación, la fotografía de todo un grito contra el nuevo enemigo de la libertad: Agustín Ibarrola -cuyo caserío había sido atacado ese mismo día-, Enrique Múgica... y José Luis. Todos unidos, como hace 40 años, y ahora bajo la bandera del Foro Ermua, la plataforma que ha censurado la complicidad entre el nacionalismo y ETA sellada con la firma del Pacto de Lizarra.

María Teresa Castells ni se acuerda cuando conoció a López de Lacalle. Allá a finales de los cincuenta, a sus veinte años, ya frecuentaba las tertulias políticas donostiarras que se celebraban en torno a Luis Martín Santos, en su triple versión de brillante psiquiatra, novelista y dirigente del PSOE en la clandestinidad. Allí conoció también a Enrique Múgica, con el que compartió militancia en el Partido Comunista de España (PCE). Era la época en que toda la izquierda guipuzcoana organizada, socialistas y comunistas, cabían en una tertulia.

López de Lacalle fue víctima de la misma represión franquista que se llevó por delante a Múgica, a Castells, a su esposo José Ramón Recalde, a Martín Santos... A López de Lacalle, Cus cús como se le conocía familiarmente, su militancia en el PCE y Comisiones Obreras de Guipúzcoa, de la que fue fundador, le costó cinco años de cárcel en el penal de Soria, dónde compartió con Marcelino Camacho una huelga de hambre. Paradojas de la vida, José Luis fue torturado salvajemente por Melitón Manzanas, jefe de la policía política del franquismo en San Sebastián, asesinado, a su vez, por ETA en agosto de 1968.

"José Luis era un militante vital y generoso", señala Jorge Letamendia, compañero de filas en el PCE. No era un político al uso. Nunca vivió de ella, sino de su profesión de jefe administrativo en la empresa metalúrgica Egurola de Tolosa (Guipúzcoa) hasta su jubilación hace tres años.

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Su máximo cargo fue acceder al Comité Central del PCE en Euskadi, partido que abandonó a comienzos de los ochenta, tras la crisis que terminó con la salida de Santiago Carrillo. "En los debates internos del PCE mantenía siempre posiciones muy democráticas. Pertenecía a esa especie de demócrata que había elegido la militancia en el PCE no por su doctrina sino por ser el partido más organizado contra el fascismo", dice Carmen Luengo, ex militante comunista.

Fue precisamente esa pasión por la libertad la que hizo que José Luis, una vez reconquistada la democracia en España, volviera sus baterías políticas contra el peligro que para Euskadi representaba y representa la amenaza etarra. Durante muchos años compaginó su militancia en el PCE con sus artículos de opinión como colaborador en el rotativo donostiarra El Diario Vasco.

Tras su salida del PCE entró, ya en los ochenta, en la órbita del PSOE, junto con su amigo donostiarra Ignacio Latierro, ex secretario general del PCE de Euskadi. Aunque nunca tuvo carné del partido, se presentó en las listas socialistas al Senado como independiente en 1989. Su personalidad profundamente democrática le permitía tener amigos en la izquierda, la derecha y el nacionalismo. "Pasear por la calle sin detenerse a saludar a la gente era un imposible. Estaba encantado incluso cuando hablaba o discutía con la gente de Euskal Herritarrok", asegura uno de sus acompañantes.

Uno de sus amigos era Joseba Arregi, de Andoain como él, militante del PNV, ex portavoz del Gobierno vasco y ahora crítico con la línea de "frente nacionalista" adoptada por Xabier Arzalluz. Pero sus amistades llegaban hasta el PP con gente como Pilar del Castillo, Guillermo Cortazar o el ministro del Interior, el donostiarra Jaime Mayor. "Con Jaime le unía una estrecha amistad desde los primeros años de la transición. José Luis había escrito una colaboración en El Diario Vasco en mayo de 1978, cuando las Brigadas Rojas asesinaron al dirigente democristiano Aldo Moro. Pocos días después, Mayor le envió una carta suscribiendo buena parte de las reflexiones contenidas en el artículo", recuerda un amigo. Así nació una amistad que cultivaron estos años y que se explica en la Euskadi actual, dónde la complicidad entre demócratas, igual que en la época del franquismo, está muy por encima de las diferencias partidistas.

Con todos ellos José Luis compartía desde hace años su preocupación por la fascistización de ETA, y, últimamente, por la deriva soberanista y los acuerdos del PNV con la banda.Para ello utilizaba su militancia activa en el Foro Ermua y la tribuna que le permitían los periódicos en que colaboraba: durante muchos años El Diario Vasco y recientemente El Mundo del País Vasco.

Horas después de que los chavales de la gasolina lanzasen varios cócteles mólotov contra su vivienda el 28 de febrero hizo un balance apresurado de una vida dedicada a luchar contra "los fascismos" y en defensa de las libertades: "Tengo 62 años y comencé mi actividad política muy joven en la clandestinidad total. No he vivido nunca en un régimen de libertad". Ese mismo día recibió una llamada telefónica del lehendakari, Juan José Ibarretxe, de ánimo y de apoyo. José Luis, educado como siempre, agradeció su interés, pero no perdió oportunidad para responder a Ibarretxe: "La situación en Euskadi es insostenible. No puede seguir apoyándose en un partido como EH, que no condena actos de violencia como estos".

Le asesinaron cuando acudía a cumplir su rito diario con una de sus pasiones: la lectura de prensa. "Todos los días devoraba ocho periódicos y nosotros obteníamos así un resumen de la actualidad impagable", asegura uno de sus amigos que le acompañaba en los paseos por la ciudad o a orillas de la playa de Zarautz, localidad donde tenía un pisito y una cuadrilla de amigos.

José Luis tenía ahora todo el tiempo del mundo, después de haberse jubilado. Se había convertido en un enamorado del Camino de Santiago, tema del que leía con fruición. "El año pasado ya hizo algunas etapas y se estaba preparando para seguir este año".

También le dedicaba más atención a una familia de la que se sentía muy orgulloso. Su esposa Mari Paz, una de las primeras andereños en la ikastola de Andoain, que tuvo entre sus 27 alumnos a Joseba Egibar, hoy portavoz del PNV. Su hija mayor, estudiante de psiquiatria en Ginebra y su hijo, Alain, un joven de 21 años estudiante de Derecho. "Estaba orgullosísimo de todos ellos, hace poco se refería con alegría a los poemas que Alain había traducido al euskera", comenta un amigo.

Cuando atacaron su domicilio, su esposa "lo pasó fatal", pero José Luis no quería saber nada de escoltas. "Pese a los carteles y los cócteles no se veía como un objetivo de estos desalmados y decía que a su edad ya nadie le iba a echar de su país", rememora un amigo.

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