Tribuna:

El espanto

Álvaro Vargas Llosa escribió En el reino del espanto (Seix Barral) antes de que Fujimori se sometiera por tercera vez a un proceso electoral; el dictador peruano, responsable del espanto del que escribe con dramatismo y perplejidad su compatriota, ha llenado su país de pánico, lo ha integrado en la legendaria retahíla de países peligrosos por los desmanes de sus gobernantes y ha querido perpetuar ese delirio de tortura y de arbitrariedad haciéndose elegir de nuevo en medio de un clamor de fraude que ha asustado, incluso, a sus antiguos patrocinadores, EEUU; Mario Vargas Llosa, padre de Álvaro,...

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Álvaro Vargas Llosa escribió En el reino del espanto (Seix Barral) antes de que Fujimori se sometiera por tercera vez a un proceso electoral; el dictador peruano, responsable del espanto del que escribe con dramatismo y perplejidad su compatriota, ha llenado su país de pánico, lo ha integrado en la legendaria retahíla de países peligrosos por los desmanes de sus gobernantes y ha querido perpetuar ese delirio de tortura y de arbitrariedad haciéndose elegir de nuevo en medio de un clamor de fraude que ha asustado, incluso, a sus antiguos patrocinadores, EEUU; Mario Vargas Llosa, padre de Álvaro, narra en su última novela (La Fiesta del Chivo, Alfaguara) cómo empezó a declinar la estrella sanguinaria de Trujillo en Santo Domingo; fue cuando la flota norteamericana hizo ver desde el mar su vigilancia contra aquel reino del espanto que prosiguió incluso tras el asesinato del dictador. EEUU no pudo más, era demasiado evidente el horror; y ahora pasa lo mismo: el dictador peruano, que se ha servido de asesinatos de opositores, del acoso cruento e incruento de comunicadores independientes, a los que despojó de sus derechos e incluso de su nacionalidad (el caso de Baruch Ivcher, periodista de origen judío, cuyo canal de televisión clausuró Fujimori antes de impedir que el periodista siguiera siendo peruano), ha tenido una mano derecha, y de hierro, que fue primero de la CIA y ahora ha hecho su horror demasiado evidente como para que los que antes le mandaron le sigan permitiendo sus desmanes habituales y terribles. Ese hombre, Wladimiro Montesinos, dirige desde la sombra, ahora groseramente obvia, una represión que repugna y que parece que asusta más a EEUU, en esta hora, que a los países que antes se horrorizaban con los gobiernos de los dictadores. La campaña electoral actual, con su secuela de fraudes histriónicos que ha colmado la paciencia de los peruanos, ha sido sólo la gota que ha llenado un vaso venenoso, que ha ido llenándose de sangre y de podredumbre en un universo cuya globalización excluye, parece, la condena unánime e internacional de los que hacen del poder una forma de aplastar con la bota militar y con la tortura física la dignidad de la gente. Un espanto que prosigue. Si el presagio de EEUU completa el círculo tendremos la paradoja de que el gran aliado se convierte, otra vez aquí, en justiciero. Lo que es la vida.

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