Tribuna:

Jarchas andalusíes

Estamos ante un capítulo fundamental de nuestra historia literaria. Se llama jarcha a los versillos en dialecto románico con que se terminan ciertos poemas árabes o hebreos. Las discusiones han sido infinitas, agrias y, ¿por qué no?, fructíferas. Poemillas cien años anteriores a los más viejos de cualquier literatura romance y con un arraigo tradicional que los hace pertenecer a la gran parcela de la poesía española que durará durante siglos. Su belleza, su prodigioso vivir, sus temas repetidos, hacen que nosotros estemos deslumbrados por la sorpresa. Ibn Baqi, de Córdoba, o después otro texto...

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Estamos ante un capítulo fundamental de nuestra historia literaria. Se llama jarcha a los versillos en dialecto románico con que se terminan ciertos poemas árabes o hebreos. Las discusiones han sido infinitas, agrias y, ¿por qué no?, fructíferas. Poemillas cien años anteriores a los más viejos de cualquier literatura romance y con un arraigo tradicional que los hace pertenecer a la gran parcela de la poesía española que durará durante siglos. Su belleza, su prodigioso vivir, sus temas repetidos, hacen que nosotros estemos deslumbrados por la sorpresa. Ibn Baqi, de Córdoba, o después otro texto de Al-Mutamid, el famoso rey de Sevilla. En 1965, García Gómez publicó un libro capital: Las jarchas romances de la serie árabe en su marco. Hasta ahora teníamos los poemillas desgajados de su contexto, como si no tuvieran nada que ver en el poema árabe (o hebreo) en el que aparecían. Pero hay que dar sentido a lo que no lo tenía: el defecto de todas ediciones de las jarchas hebreas o árabes estaba en el desconocimiento del "texto íntegro de los poemas en cuyo final van embutidas las jarchas". Porque ahora ya no tenemos los versillos románicos como miembros arrancados de un todo, sino que nos enfrentamos con el cuerpo perfecto que el poeta compuso. Voy a dar un ejemplo, muy simple del malagueño Muhama Ibn'Ubada. Intento dar el texto abreviado, pero el lector lo comprenderá... Una enamorada se queja de los desdenes de que es objeto y cantó su esperanza. Estos son los versos mozárabes: "Mew sidi'Ibrahim / ya nuemne dolche, / fen-te mibi / de nojte". Que en nuestra lengua de hoy es: "Dueño mío, Ibrahim, / oh, nombre dulce, vente a mí / de noche".Creo que bien vale este botón de muestra. Es un acierto incalculable este calco rítmico, porque proceder así es muy difícil, no vamos a descubrirlo ahora, pero permite conocer la estructura del original y su ritmo y no confiar en intuiciones ajenas: las cosas son así y bien fácil será ya cotejar los textos enfrentados en páginas paralelas. Que se han conseguido notables resultados es evidente: cuando García Gómez tradujo los Poemas arábigo-andaluces, toda suerte de elogios vinieron a felicitar la empresa, pero ahora he intentado requintar su trabajo y vencer cuantas dificultades se le opusieron. Ahí están los versos. Y los versos nos hacen ver una cuestión que de otro modo quedaría vedada a los romanistas: me refiero a la estructura métrica de las jarchas. Hecho singular, pero todavía no totalmente satisfactorio. Las cancioncillas son -lo sabemos, y volveré a ello- poesía tradicional.

Hablar de esta cuestión es harto agradable para un filólogo español, pues es la almendra dulce de no pocos motivos. García Gómez va con Menéndez Pidal y su explicación de la tradicionalidad. ¿Cuántos de nosotros también? Don Emilio considera tradicionales a las jarchas y aun combate denodadamente en favor de esa poesía que se transmite oralmente. Los autores de moaxajas habían hecho -¿antes que nadie?- poesía tradicional y ahí están sus poemillas utilizados por más de un autor culto. Repetidos por Judá Ha-Leví y Todros Abulafia, aprovechados por otros.

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