Tribuna:

Elogio de una iniciativa empresarial

El estado de invisibilidad ha sido, y todavía es, una lacra constante y camaleónica en la vida diaria de las mujeres de generaciones y generaciones. De siglos y más siglos. La igualdad estaba planteada, ya en sus atisbos, por Christine de Pizan en la Edad Media. Idéntica lógica irrefutable asistió a Olimpia de Gouges, Mary Wolstonecraft, Emerlinda Pankhurst, Virginia Woolf, Simone de Beauvoir o Clara Campoamor y a cuantos pensadores del paradigma moderno, Condorcet, Poulain de la Barre, Stuart Mill o Fernando de los Ríos, se situaron sin ambigüedad en la prioridad del caso. La coherencia preva...

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El estado de invisibilidad ha sido, y todavía es, una lacra constante y camaleónica en la vida diaria de las mujeres de generaciones y generaciones. De siglos y más siglos. La igualdad estaba planteada, ya en sus atisbos, por Christine de Pizan en la Edad Media. Idéntica lógica irrefutable asistió a Olimpia de Gouges, Mary Wolstonecraft, Emerlinda Pankhurst, Virginia Woolf, Simone de Beauvoir o Clara Campoamor y a cuantos pensadores del paradigma moderno, Condorcet, Poulain de la Barre, Stuart Mill o Fernando de los Ríos, se situaron sin ambigüedad en la prioridad del caso. La coherencia prevalecía en todos: la sociedad no puede perderse lo que las mujeres aportan como valor.Vivimos modos nuevos de invisibilidad por la tergiversación del simulacro, por las rémoras de la mentalidad masculina tradicional, y por el obstáculo que supone entender el individualismo desvestido de su cualidad mejor: el rango civil de la verdadera autonomía. Entre las sibilinas herramientas de anclar techos de cristal, las inventadas en esta época por la imaginación de resistencia de muchos protagonistas de buenos modales y tapado de piel de cordero, que interceptan el paso desde sus múltiples puestos de decisión; lo que causa continuadas pérdidas de valor profesional y un correlato de mediocridad al poder demasiado zafio. Demasiado insufrible. Neus Campillo en su artículo Paridad (El País. Comunidad Valenciana, 2-2-00) recordaba que la cuota exclusiva para los varones todavía está en torno al 80%. Creo que Joaquín Almunia habla con bien aludiendo a la necesidad de generar pactos en todos los espacios de la vida donde las relaciones de varones y mujeres han de darse. Recoge un argumento pacientemente construido por el feminismo español. ¿Estamos de enhorabuena? Nuestros aliados, recordemos, cuentan entre los más excelentes en la historia del progreso humano. Por fortuna, parece que asistimos a la recuperación del valor de referente de tales precursores. Si hacemos momentáneo paréntesis sobre los brutales asesinatos de la misoginia privada, es en las opciones de trabajo, desde el acceso a las relaciones profesionales, donde este permanente postponer de opciones de igualdad incide con mayor repercusión sobre la biografía curricular y la trayectora de vida. Lo que deviene en consecuencias de todo tipo para las mujeres, para quienes de ellas dependen y para la merma o pérdida social de su aporte y de sus posibilidades de desarrollo. La justicia distributiva hace aguas de manera alarmante en muchos espacios sociales, en todos ellos hay mujeres a quienes el efecto coge por casi todos sus ya de por sí frágiles flancos.

Las empresas no necesitan votos, por lo que se diría que no atisban fácilmente la necesidad de adoptar medidas. A nadie sorprenderá que Viviane Forrester haya hablado de anarquía para calificar el abusivo comportamiento actual de los capitales. Pero no sé si a todos avisa el fundamento de Ramón Folch, cuando alerta del peligro de seguir sobrepasando los límites finales del paradigma de lo androcéntrico masculino, gobernado por las mismas irracionales inercias de pulsión épica y externalizadora.

Las mujeres no están en el diseño de directrices de las empresas en modo y número significativo para una consideración de hecho normal. En los sindicatos mayoritarios, capaces, no siempre, de remover lastres de fratría, las secretarías de la mujer vienen materializando propuestas de horizonte igualitario. En el reciente convenio colectivo de la Confederación de Cajas de Ahorro, por ejemplo, ha prosperado la cláusula que obliga al principio de igualdad de oportunidades, junto a otra destinada a la creación de empleo. Ello no va a suponer que la tendencia a la invisibilidad se corrija con prontitud, pero es un paso más, aplicado a un amplio sector. Una posible mejora democrática en las relaciones de trabajo, afectadas de aluminosis por las distintas formas de mentalidad patrística, implícitas y larvadas, incluso, a veces también, en mujeres dirigentes de hábitos laborales miméticos. Porcentajes que nadie, de las propias empresas, desea medir, evaluar y corregir.

Mientras, el vuelco que está ocurriendo en la sociedad francesa a consecuencia de la ley de la paridad aflora procesos ejemplares. El 27 de enero, recién aprobada la ley por todos los partidos, aparecía centrado en la portada de Le Monde un esperanzador artículo firmado por Laure Belot: La paridad al servicio de la empresa en General Electric. Lo traigo a colación por su importancia intrínseca. Las acciones positivas emprendidas para desvelar la situación profesional real de las mujeres en General Electric, redundan a favor de todos, "sirven a la empresa". Esta inequívoca declaración de los portavoces de GE transparenta la voluntad política empresarial adoptada: "La multinacional no quiere soslayar a aquella persona, hombre o mujer, que pueda aportar algo al grupo". La dirigente, señora Mc Cann.-Lazor, concluye: "GE se propone ensanchar este programa de tutoría a los jóvenes 'con potencial' de sexo masculino". Hace más de una década la investigación feminista argumentaba el beneficio de las luchas de su movimiento para la calidad de vida de toda la sociedad.

He aquí el relato de causas que llevó a GE a un toma de postura a favor de la consecución de la igualdad. Lo explica François Bailly, vicepresidente de GE Medical Europa: "La Sociedad ha imaginado una respuesta a un problema que comparte con la gran mayoría de los grupos industriales. Nos hemos dado cuenta de que el número de mujeres era particularmente débil en los niveles más elevados de la jerarquía. Y hemos querido comprender cuál era el problema. (...) Hemos constatado empíricamente que una persona debe presentar tres características: ser competente, por supuesto, pero también ser visible en la empresa, y tener una buena imagen". La "competencia" de un colaborador se mide en GE por evaluaciones anuales. Para el resto de criterios, todo es más aleatorio. La "visibilidad" es la capacidad de anudar lazos con las personas "adecuadas" para hacer camino dentro de la empresa. La imagen es el conjunto de signos exteriores enviados a los colaboradores. Según esta lectura, los hombres y las mujeres cuadros de GE actuarían de modo diferente. "Las mujeres están particularmente atentas a lo que hacen en su trabajo cotidiano". Son por tanto excelentes en "competencia". En revancha, los hombres son más "políticos", conceden más cuidado al desarrollo de su imagen para hacerse visibles ante quienes pueden ayudarles en sus carreras. (...) El pasado julio se constituyó una red europea de mujeres que reagrupa a representantes de las filiales de GE (...) y estudia soluciones que permitirían a las mujeres progresar mejor. Esta iniciativa, nacida en Francia, se ha extendido a España, Alemania, los Países Bajos y el Reino Unido".

Si el ejemplo cunde, ¿estaremos más cerca de conseguir el reequilibrio genérico del mundo laboral? Y, junto al júbilo, el temor de saber que cuando la lógica del movimiento de mujeres impregna a la sociedad y se alcanzan logros, tienden a desaparecer como fuente los sustentos aportados durante décadas por el feminismo, con sus nombres y sus rostros. ¿O ya no va a ser así?

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Margarita Borja es autora teatral y delegada de personal en FES-UGT.

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