Tribuna:

Y va

Lees el periódico tras el almuerzo, cuando el sopor te sorprende y la luz intestinal procesa indiscriminadamente el dulce de membrillo y la tinta sobrecogida de algunos titulares. Apenas media hora después, te diriges a la oficina. Pero toda la tarde soportas el escalofrío de unas imágenes fugaces e inclementes: en un pueblo del sur, un inmigrante acuchilla con fiereza a una muchacha, en el zarandeo del mercado. Te estremeces, enciendes un cigarrillo y observas, con estupor, cómo el humo cincela una columna salomónica, en cuyo capitel, un soldado de oficio le tritura las pupilas a una joven y ...

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Lees el periódico tras el almuerzo, cuando el sopor te sorprende y la luz intestinal procesa indiscriminadamente el dulce de membrillo y la tinta sobrecogida de algunos titulares. Apenas media hora después, te diriges a la oficina. Pero toda la tarde soportas el escalofrío de unas imágenes fugaces e inclementes: en un pueblo del sur, un inmigrante acuchilla con fiereza a una muchacha, en el zarandeo del mercado. Te estremeces, enciendes un cigarrillo y observas, con estupor, cómo el humo cincela una columna salomónica, en cuyo capitel, un soldado de oficio le tritura las pupilas a una joven y viola los sonoros madrigales de Petrarca. Y son dos visiones casi simultáneas que te provocan el vómito. Tratas entonces de concentrarte en el trabajo. Pero no puedes. Los almidones del arroz han blindado el estómago y el cerebro tan sólo fotocopia atrocidades: una turba enloquecida enarbola la ley de Lynch y persigue a un grupo de inmigrantes, que cultivan pepinos y se consumen en un universo de plástico. Y sin embargo, toda esa violencia no se derrama sobre los compañeros de armas del mercenario. Y te preguntas ingenuamente que por qué a los inmigrantes, sí; y a los militares, no. Esa dichosa digestión, te aturde y te impide distinguir la noticia de la pesadilla.Te acuestas, pones la radio, y finalmente te duermes. Pero de súbito, te asaltan los temblores y balbuceas frases incoherentes: soñabas que un führer virtual ordenaba a sus secuaces tu degüello, por comunista, ya ves, qué arqueología se manejan. Cuando despiertas, te percatas de que no eran más que las declaraciones histéricas e histriónicas de un chambón de derechas, de esos que se saben de carrerilla la lista de sus propias miserias. Pero tú perseveras en lo del sesteo y te lías con lo de El Ejido, Gijón, el acceso a la Universidad, los impuestos indirectos que no paran, lo de Pinochet, y nos confiesas: no sé si es noticia o pesadilla. Pero me parece que han dicho con íntima ufanía: Pues lo de España, ya no está muy claro; pero lo de Austria, sí. Austria va bien.

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