Tribuna:

Puré

MIQUEL ALBEROLA

El presidente Zaplana ha asegurado estos días que su partido, el PP, es quien mejor representa el nacionalismo moderado. A estas alturas de la precampaña, al PP ya casi no le queda ningún bidón por rebañar con tal de redondear los números y amarrar los diputados que bailan en el borde. Hasta el nacionalismo, que durante años estuvo ahí como una opción miserere para cuatro irreductibles, le apetece ahora, cuando sus más conspicuos representantes bregan por elevar ese cometa contra el viento que retroalimenta su propio entusiasmo. Lo cual da una idea del hambre electoral q...

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MIQUEL ALBEROLA

El presidente Zaplana ha asegurado estos días que su partido, el PP, es quien mejor representa el nacionalismo moderado. A estas alturas de la precampaña, al PP ya casi no le queda ningún bidón por rebañar con tal de redondear los números y amarrar los diputados que bailan en el borde. Hasta el nacionalismo, que durante años estuvo ahí como una opción miserere para cuatro irreductibles, le apetece ahora, cuando sus más conspicuos representantes bregan por elevar ese cometa contra el viento que retroalimenta su propio entusiasmo. Lo cual da una idea del hambre electoral que trae su partido para esta ocasión, en que ya casi ha deglutido y digerido a las diversas tonalidades de regionalismo, y espera que el BNV-Els Verds-Valencians pel Canvi -lo que alguna vez se llamó "el pacto de la calderilla"- se cebe lo suficiente a costa de la mala salud de los socialistas y de EU. "Nunca me agredeceréis bastante lo que he hecho por la moderación del nacionalismo", suele reprochar el presidente cuando se le pincha el tuétano en momentos de campechanía total. Lo dice como si fuese el Prat de la Riba valenciano. También Broseta quiso ser a última hora Prat de la Riba. Quizá Zaplana lo sea, por el modo como maneja al nacionalismo, ahora que incluso circula por el mercado electoral una suerte de Bases de Manresa de las que, pese a lo obvio, saca más beneficio que perjuicio. El suyo es "el partido de la gente", por sintetizarlo al modo de Javier Arenas, un enorme contenedor donde "caben todos", desde los que aplaudieron la intentona de golpe del 23-F a los nacionalistas moderados que esa misma noche se comieron la agenda, hasta conformar un puré ideológico sin grumos, muy batido por las aspas de una economía acelerada que hace tambalearse a los que menos estabilidad tienen. Esta pasta, sustanciada desde la disparidad de ingredientes, lejos de pluralizar con su hegemonía, sólo apunta hacia la uniformización y la despersonalización. Hacia el olvido, que es el fundamento del fascismo. El día en que esta papilla que trata de sintetizar el PP para eternizarse en el poder llegue a confundirse con la esencia de la democracia, quizá sea mejor no estar aquí.

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