Tribuna:

Relojes que no duermen

Al menos dos grupos internacionales de comunicación preparan la noche de fin de año a escala mundial. Un proyecto lleva por título Millennium Live y el otro Humanity´s Broadcasting, la emisión de la humanidad. Ambas transmitirán el paso al 2000 siguiendo la trayectoria solar de este a oeste, desde las islas Fidji hasta el otro extremo del planeta. Con esto, el siglo se inaugura con la metáfora masiva de la globalización milenarista, un solo mundo, una visión en la que puede participar el público de todo el globo.Pronto, espectáculos así habrán perdido cualquier dosis de novedad, si es que no l...

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Al menos dos grupos internacionales de comunicación preparan la noche de fin de año a escala mundial. Un proyecto lleva por título Millennium Live y el otro Humanity´s Broadcasting, la emisión de la humanidad. Ambas transmitirán el paso al 2000 siguiendo la trayectoria solar de este a oeste, desde las islas Fidji hasta el otro extremo del planeta. Con esto, el siglo se inaugura con la metáfora masiva de la globalización milenarista, un solo mundo, una visión en la que puede participar el público de todo el globo.Pronto, espectáculos así habrán perdido cualquier dosis de novedad, si es que no la han perdido en los últimos años. El tiempo que era una cuestión de alcance local ha dejado de serlo en la vigilia continua de los mercados financieros, en los viajes transcontinentales o en las estrategias de los militares. Los usos horarios del planeta se fijaron en 1884, pero todavía hasta la I Guerra Mundial no llegaron a entenderse y a cobrar sentido. Luego, en los cincuenta últimos años han debilitado la firmeza funcional de sus límites y en el último lustro han comenzado a disiparse. La década termina así con el lanzamiento de un reloj Swatch llamado Beat donde los instantes (1.000 beats al día) son planetarios y la cronología abandona su correspondencia con las 24 horas. La idea de trabajar de mañana a tarde hace años que se manifiesta como una organización laboral muy transitoria. En Estados Unidos, menos de la tercera parte de la población activa trabaja durante el horario convencional de 9 a 5 y su número decrece sin cesar. Por el contrario, aumentan los empleos en los que se rompen las fronteras entre el día y la noche.

Hasta hace poco, sólo ciudades como Nueva York recibían la rimbonante calificación de "urbes insomnes". Ahora es el planeta total el que no duerme ni cierra nunca. Restaurantes en los que se sirve indistintamente un aperitivo, una comida o un desayuno, comercios, clubes, médicos o abogados abiertos las 24 horas. En el Ritz-Carlton de Kuala Lampur ha desaparecido el concepto del precio por noche. La estancia se vende por periodos de 24 horas, a elección de la clientela. Y el mismo concepto se ha extendido entre otras muchas ciudades del sureste asiático. La idea de cerrar el negocio, cualquiera que sea, a la hora que sea, va siendo cada vez más una estrategia obsoleta.

¿Ventajas? ¿Inconvenientes de este cambio terrenal? El cuerpo humano posee un ciclo biológico interior al que no convienen estos trastornos y al que tampoco sienta bien la necesidad de forzarse a la adaptación en plazos muy cortos. La globalización se opone en este aspecto, como en otros varios, al reino de lo mejor. De hecho, ser global no es un resultado de la libre elección de los seres humanos, sino de las decisiones mercantiles. Contra esa tendencia esclava, la famosa publicación izquierdista Whole Earth Catalogue ha propuesto la fabricación de un inmenso reloj universal con capacidad de marcha para 10.000 años y cuyas campanas sólo señalen las anualidades. El año podría dividirse aquí, como en el cronómetro de Swatch, en porciones comunes a todos los habitantes de la Tierra y reflejaría el extravío de los individuos en la homogeneidad, en un plasma sin referencia, plano y despojado de los signos que acompañan la amenidad de las distintas horas locales.

Contra la integración en el gran reloj planetario, una nueva reivindicación doméstica, regionalista o local. Contra la idea de deshacerse en días sin noches, en momentos continuos y perpetuos, la reclamación de la finitud y lo hetereogéneo. Primero ha sido, con el regreso nacionalista, la reacción contra la pérdida de la identidad por incoporación a supraentidades abstractas; ahora, mientras en el horizonte se anuncia el fin del horario, emerge la reacción contra el juego de la atemporalidad. Contra el ingreso en una cronología tirana que no autorizará la regular inclinación de la cabeza en los ancestrales momentos del sueño. O que borrará, como ya demuestran a pequeña escala los móviles en las playas o en los conciertos, las barreras definidas entre el tiempo de trabajo y los asuetos.

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