INFANCIA

El amor como alimento

Cuando nació, hace ocho años, este pequeño con síndrome de Down, con labio leporino y un corazón enfermo, los médicos hablaron así a sus padres: "No podemos entregarles este niño. Está demasiado enfermo. Deben renunciar a él". Así abandonaron a Eric Jakimov, el clásico ejemplo de niño defectuoso que la mentalidad soviética del récord olímpico no podía admitir. Aquello les sumió en una desgracia que provocó su divorcio y que aún hoy divide a las dos familias políticas. El padre abandonó a la madre, ésta se fue a Canadá y en Moscú quedaron los abuelos maternos. "De pronto estábamos solos,...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Cuando nació, hace ocho años, este pequeño con síndrome de Down, con labio leporino y un corazón enfermo, los médicos hablaron así a sus padres: "No podemos entregarles este niño. Está demasiado enfermo. Deben renunciar a él". Así abandonaron a Eric Jakimov, el clásico ejemplo de niño defectuoso que la mentalidad soviética del récord olímpico no podía admitir. Aquello les sumió en una desgracia que provocó su divorcio y que aún hoy divide a las dos familias políticas. El padre abandonó a la madre, ésta se fue a Canadá y en Moscú quedaron los abuelos maternos. "De pronto estábamos solos, y empezamos a pensar en el nieto. Decíamos: ¿estará vivo? Si lo está, pronto cumplirá siete años. Vamos a buscarle", cuenta la abuela, Galina Juseinova, de 67 años. Y lo hallaron en el Orfanato 8 de Moscú.Estaba en un estado deplorable. En el grupo de los "tumbados". Con sus siete años, pesaba seis kilos y medía 70 centímetros. Ni siquiera levantaba la cabeza. "Estaba tumbado como un gusanito. Tenía la piel ulcerada y roja, el labio enorme, él flaquísimo, ausente, no comprendía nada", cuenta la abuela con lágrimas en los ojos. Debido al labio leporino, que ningún doctor quería operar ("es muy débil, para qué le vais a operar, no merece la pena"), el niño no sabía morder, y apenas succionaba unos biberones escasos. Galina y su marido, Anatoli, quedaron horrorizados, y pusieron manos a la obra como sólo unos abuelos saben hacer a la perfección. Empezaron a acudir diariamente, le llevaban requesón, le lavaban, le vestían, le reían y le hacían todo lo que nadie había hecho con él en siete años de orfanato. Pronto, Galina empezó a pagar parte de su pensión a la encargada para que le masajeara la espalda hasta conseguir que se sentara. Y lo consiguió. En marzo, removiendo Roma con Santiago, consiguieron la anhelada operación. Un año después de su reencuentro, Eric pesa 13,5 kilos y mide 82 centímetros. No sólo se sienta, sino que se pone en pie, sonríe, juega con una espada y pronto aprenderá a andar. Ni rastro queda ya en su rostro de esa deformación labial que le impedía comer. Desde hace cinco meses, además, vive en casa de los abuelos, en el norte de Moscú. "Lo que siento es que no lo hiciéramos antes".

Más información

Sobre la firma

Archivado En