Tribuna:

Carpetazo a un viejo problema J. J. PÉREZ BENLLOCH

La coordinadora cívica Salvem el Botànic sigue en el tajo, empeñada en su cruzada contra la construcción de un hotel en el llamado solar de los jesuitas, de Valencia. Su paciencia y beligerancia están a prueba de todo desaliento. Quizá tenga la certeza de que si baja la guardia se perderá esta batalla que en modo alguno quedará compensada por otras y aún muchas de las obras faraónicas que se están ejecutando en la ciudad. Su tenacidad, afortunadamente, ya obtuvo una valiosa recompensa al conseguir, o contribuir a que así fuese, eliminar dos de las tres tristes torres proyectadas en ese espacio...

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La coordinadora cívica Salvem el Botànic sigue en el tajo, empeñada en su cruzada contra la construcción de un hotel en el llamado solar de los jesuitas, de Valencia. Su paciencia y beligerancia están a prueba de todo desaliento. Quizá tenga la certeza de que si baja la guardia se perderá esta batalla que en modo alguno quedará compensada por otras y aún muchas de las obras faraónicas que se están ejecutando en la ciudad. Su tenacidad, afortunadamente, ya obtuvo una valiosa recompensa al conseguir, o contribuir a que así fuese, eliminar dos de las tres tristes torres proyectadas en ese espacio urbano. No ha sido poca cosa, si bien estamos hablando de una lucha que se prolonga desde finales de los años setenta, cuando se reivindicaban equipamientos escolares.No se trata ahora de rememorar episodios y menos todavía de colorear la cara de algunos de nuestros gestores públicos que propiciaron este despropósito urbanístico que nos amenaza. Tampoco está a mi alcance hilvanar las complejas secuencias de esta película que Julián Marcelo -combatiente desde la primera hora- registró en un memorandum abrumador. Quizá un día, con el problema resuelto, merezca la pena reproducirlo para endosar justamente méritos y reproches, que no vienen hoy la caso.

Sí viene al caso, en tanto se prolongue la amenaza del hotel que se pretende construir en ese paraje, urgir una solución que se demora y, lo que nos alarma, lleva trazas de enquistarse sepultada por un alud de trámites y escarceos legales. Cierto es que en tanto se disputa no se apila cemento y atobones, abocándonos a trances irreversibles. Pero tal situación de precariedad no garantiza el buen fin de esta historia. ¿Quién nos pone a salvo de una resolución judicial en contrario e inapelable, o del criterio tornadizo de un consejero de Cultura amante de los rascacielos? La inseguridad y el desasosiego no es aconsejable para ninguna de las partes en liza.

No es bueno para los intereses y futuro urbanístico de Valencia, que debe despejar de una vez esta incógnita que le acecha como una espada de Damocles. Y eso, por no aludir a la conveniencia de transformar el referido solar en algo distinto, ya sea jardín o prolongación del Botánico, que de este modo cumpliría cabalmente su bicentenario, en el 2002. Seguro que la alcaldesa, Rita Barberá, sería mucho más feliz inaugurando esta ampliación que cortando la cinta de un hotel, sea cual fuere su excelencia arquitectónica, difícilmente compatible con ese entorno.

Y no le interesa, por más que se obstine en lo contrario, al promotor del edificio, el empresario Antoni Mestre. Y dicho esto añadamos que el caballero tiene motivos para estar hasta los cogollos de una operación que, ciertamente, le habrá verdeado los cabellos. El adquirió unos terrenos que, reiteradamente, contaron con las licencias debidas y en punto a las cuales concibió su negocio. Ignoro cuántas remodelaciones y proyectos ha tenido que desarrollar y financiar para acomodarse en cada instante a las exigencias de las ordenanzas o de los criterios estéticos de la autoridad. Puesto en su piel, es probable que cualquier ciudadano hubiese convertido este asunto en una cuestión de amor propio, sin reparar en gastos ni condescendencias. El hombre ha de sentirse herido por tanto papeleo y objeciones. Pero la obcecación y el cabreo no son el mejor viático para desatascar este enredo que le sitúa personalmente contra la opinión pública de toda una ciudad, o lo más reputado de ella.

El desenlace, pues, ha de hallarse en torno a una mesa, con propuestas concretas que le compensen sinsabores y expectativas de lucro. Háblese de solares y de dinero, y óbviense los empecinamientos. La firma Lladró, en similar tesitura, lo vio claro y abdicó de sus empeños. Los ciudadanos habremos de asumir que los errores se pagan y en ese dichoso solar se cometieron sin freno. Paguemos los unos y avéngase el otro, convencidos todos de que ese espacio es del pueblo, como el Turia.

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