Tribuna:

Alberti

Dicen las crónicas que el sueño inevitable lo sorprendió dulcemente sin la crispación angustiosa del finiquito de los mortales, como si el poeta en vez de estar entregando su vida al frío eterno, estuviera adentrándose en la mar tibia de las mareas de la Virgen de agosto de alguna playa gaditana. Así de tranquila y grata fue su despedida. Se internó Rafael Alberti entre la arboleda perdida de las postrimerías, en ese bosque inanimado donde a pie de los cipreses crecen flores de mármol y crisantemos. Se internó con su camisa de rumbero caribeño, quizás el último regalo de su hija Aitana comprad...

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Dicen las crónicas que el sueño inevitable lo sorprendió dulcemente sin la crispación angustiosa del finiquito de los mortales, como si el poeta en vez de estar entregando su vida al frío eterno, estuviera adentrándose en la mar tibia de las mareas de la Virgen de agosto de alguna playa gaditana. Así de tranquila y grata fue su despedida. Se internó Rafael Alberti entre la arboleda perdida de las postrimerías, en ese bosque inanimado donde a pie de los cipreses crecen flores de mármol y crisantemos. Se internó con su camisa de rumbero caribeño, quizás el último regalo de su hija Aitana comprado en El Encanto habanero; se internó con su camisa de flores y su pelo blanco de apóstol de la palabra con la intención de apurar la brisa atlántica y el aire de las bodegas. Se nos fue un marinero en tierra que acaba de subirse al vaporcito de El Puerto para hacer su más larga travesía. Pero, ¿realmente puede morir un poeta como Alberti, se puede secar el océano?En las aguas de la Bahía, donde los gaditanos echan sus largas cañas para burlar a las mojarras y a las brecas, van a bañar sus cenizas. Al galopar, a galopar hasta adentrarnos en el mar, como cantaba junto a Paco Ibánez en aquellos recitales, ufff, cuánto tiempo ya, de una España que comenzaba a abrir los ojos tras la pesadilla cuartelera de un caudillo africano. A galopar sobre los caballitos de mar de su poesía más fresca, más popular, más sonora. A galopar sobre ese personaje que tanto conoció y que con tanta naturalidad trató. El mar. El tintero azul de su poesía. En esas aguas navegarán sus cenizas para darse la mano, quizás con la de otros gaditanos que remojaron su muerte para aguarle, per saécula saeculórum, la fiesta a la parca. En la mar gaditana para reír con el Beni, para escuchar la voz de sochantre chocolatero de Amós Rodríguez Rey, ¿cómo te va Amós por los estudios de radio de la Celestial, sin los tangos de ida y vuelta ni la voz del Quintero desgranando anécdotas de otros tiempos?.. En la mar gaditana. Tu mar, poeta.

Buscadlo por allí, por la mar de Cádiz, por los anaqueles de caoba de las librerías del Atlántico. Buscadlo por ahí porque poetas como Alberti no mueren. En todo caso se van para que las lágrimas de noviembre nos la sequemos con su poesía.

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