Tribuna:INTEGRACIÓN Y DISCAPACITADOS

Piense en lo que ocurrirá dentro de 10 años

Si usted tiene suerte, dentro de diez años será algo más discapacitado que ahora. Es ésta casi una obviedad que, sin embargo, nadie reconoce, o prácticamente nadie. Por ello, seguimos construyendo con barreras arquitectónicas -menos, bastante menos, que hace unos años, ésta es la verdad-. Por ello, seguimos construyéndonos barreras mentales -tantas o más, y también ésta es la verdad, que hace unos años-. Unas barreras que discriminan a quienes han nacido diferentes o a quienes han sufrido avatares de la vida, algún tropiezo que les ha marcado para siempre. Seguro que usted conoce, más o menos ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Si usted tiene suerte, dentro de diez años será algo más discapacitado que ahora. Es ésta casi una obviedad que, sin embargo, nadie reconoce, o prácticamente nadie. Por ello, seguimos construyendo con barreras arquitectónicas -menos, bastante menos, que hace unos años, ésta es la verdad-. Por ello, seguimos construyéndonos barreras mentales -tantas o más, y también ésta es la verdad, que hace unos años-. Unas barreras que discriminan a quienes han nacido diferentes o a quienes han sufrido avatares de la vida, algún tropiezo que les ha marcado para siempre. Seguro que usted conoce, más o menos cercano, algún caso. Porque, solamente en España, somos unos tres millones quienes sufrimos alguna discapacidad. Y, por tanto, quienes, para integrarnos en la sociedad, para entregar a los demás lo mejor de nosotros, debemos luchar cada día contra esas barreras. Por ello, nos vemos obligados a recordarle -no queremos ser aguafiestas- que, dentro de diez años, si usted tiene suerte, será algo más discapacitado que ahora. Y, dentro de veinte, algo más. Así que la cosa sí va, también, con usted.Nosotros, desde una discapacidad tan dura como es la ceguera, llevarnos décadas luchando por difundir este mensaje, que, lejos de ser pesimista, quiere estar lleno de aliento y esperanza. Porque no hay peor discapacidad, valga la redundancia, que la de aquel que se siente discapacitado, en el sentido de alejado de los demás, diferente, marginado de la sociedad, inútil.

Nunca he estado tan de acuerdo con la idea del asesinado presidente de Estados Unidos John F. Kennedy: "Si no podemos poner fin a nuestras diferencias, contribuyamos a que el mundo sea un lugar apto para ellas". Llevamos, nosotros y otros muchos, décadas fomentando la integración, porque estamos dispuestos a aportar a la sociedad cuanto somos y cuanto podemos hacer, que es mucho. Porque estamos convencidos de que, con el esfuerzo de todos, podemos hacer un mundo más apto, más justo, con menos diferencias.

Ahora, en vísperas de un nuevo milenio, esa necesidad se hace más y más acuciante. Porque no nos podemos resignar ni queremos plegarnos al hábito de sufrir. Al contrario, queremos hacernos sitio en la sociedad en la que vivimos, sin discriminaciones. Sin ser soberbios, no queremos ser sumisos, aun contraviniendo la máxima de Auguste Comte, según la cual la sumisión constituye la primera condición del orden humano.

Por eso hemos lanzado, desde la organización que me honra otorgándome ahora su presidencia, el llamado plan 20.000-40.000. En los próximos diez años asumimos el compromiso de crear 20.000 puestos de trabajo para discapacitados y de formar a otras 40.000 personas con discapacidad para que se encuentren en condiciones de aspirar con éxito, por méritos propios, a un trabajo remunerado. Tratamos de demostrar que estamos preparados para ejercer un trabajo, listos para desempeñar un empleo, y para hacerlo ya, en condiciones de igualdad con cualquier otra persona. Porque nadie es tan diferente que pueda considerarse falto de utilidad para los demás. O, mejor, porque todos somos algo diferentes y, por ello, tenemos algo de específicamente bueno que aportar a nuestros semejantes.

No queremos ni limosnas ni caridad, esas polillas de la voluntad que llamamos lástima, como decía Galdós: asumimos que la sociedad tiene unas obligaciones para quienes menos suerte tienen, y asumimos también que los discapacitados tenemos obligaciones para con la sociedad. En nuestro caso, esa solidaridad que recibimos diariamente a través del cupón debemos devolverla, dando, entre otras cosas, nuevas oportunidades laborales a quienes más las necesitan. Pero nada se podrá hacer sin lograr previamente una efectiva integración de los discapacitados en la comunidad en la que viven.

El trabajo es la más completa forma de integración. Nuestra institución puso en marcha, para el cuatrienio 1997-2000, el llamado Plan 5.000, consistente en crear 5.000 puestos de trabajo para discapacitados. Hemos superado con creces este reto -con la inestimable ayuda, por supuesto, de los agentes sociales-. Podemos ufanarnos y felicitar por ello a quienes han marchado con nosotros en este camino de haber creado más de 25.000 empleos en los últimos doce años.

Ahora queremos poner el listón más alto: queremos generar otros 20.000 puestos de trabajo para personas con algún tipo de eso que se ha dado en llamar minusvalías. Y queremos hacerlo antes de que concluya la primera década del 2000. Para ello, volvemos a requerir la cooperación de la sociedad: nada podremos sin usted.

"Quien ayuda a los demás se ayuda a sí mismo", nos dejó dicho Tolstói. Gracias por darnos una oportunidad para demostrar que sabemos y podemos hacerlo tan bien como cualquier otro, y también gracias por acompañarnos en este viaje apasionante, porque sirve para construir un mundo un poco mejor de lo que lo encontramos.

José María Arroyo Zarzosa es presidente del Consejo General de la ONCE.

Archivado En