Tribuna:

Ya nada será igual ANTÓN COSTAS

¿Qué ha cambiado con las elecciones del pasado 17 de octubre? Aparentemente nada. Jordi Pujol seguirá gobernando. Cabría esperar, entonces, que las prioridades y los enfoques de sus políticas serán los mismos que en las dos últimas décadas. Pero creo que no será así. Las cosas han cambiado, y nada a partir de ahora será lo mismo.¿Qué es lo que ha cambiado? Si me permiten utilizar la jerga de economista, diría que ha cambiado la estructura del mercado político. Desde hace 19 años, esa estructura era la de un mercado donde había un empresario político dominante, con una cuota de mercado electora...

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¿Qué ha cambiado con las elecciones del pasado 17 de octubre? Aparentemente nada. Jordi Pujol seguirá gobernando. Cabría esperar, entonces, que las prioridades y los enfoques de sus políticas serán los mismos que en las dos últimas décadas. Pero creo que no será así. Las cosas han cambiado, y nada a partir de ahora será lo mismo.¿Qué es lo que ha cambiado? Si me permiten utilizar la jerga de economista, diría que ha cambiado la estructura del mercado político. Desde hace 19 años, esa estructura era la de un mercado donde había un empresario político dominante, con una cuota de mercado electoral elevada. Esa cuota le permitía actuar como un monopolista. Y la teoría económica dice que un monopolista no tiene incentivos para innovar, tiende a dejarse llevar por la inercia y a confundir sus preferencias con las del conjunto de los consumidores. La identificación de Cataluña con el Gobierno de Pujol respondía a una conducta de ese tipo.

Las elecciones del 17-O han cambiado esta situación. Ahora la estructura del mercado político catalán es la de un mercado competitivo. El empate ha introducido competencia. Y la teoría económica afirma que donde hay competencia, los empresarios políticos tenderán a ser más innovadores, a la vez que más sensibles a las preferencias reales del conjunto de los consumidores. Algo de eso ha ocurrido ya. Si las elecciones generales de 1996 nos descubrieron a un José María Aznar que hablaba catalán en la intimidad, las elecciones catalanas nos han descubierto a un Jordi Pujol que escucha a los Chunguitos en su coche oficial. Milagros de la competencia política. Bienvenidos sean.

Hay otro elemento en la nueva situación que puede incentivar la innovación y el cambio dentro del ámbito de Convergència i Unió. Josep Antoni Duran Lleida tiene ahora 13 diputados de Unió, los que necesita Pasqual Maragall para construir una mayoría de centro izquierda que gobierne en Cataluña. No veo que eso sea una alternativa inmediata. Pero no descarto que sea utilizada sutilmente por Duran Lleida para hacerse un lugar privilegiado en la carrera por la sucesión de Jordi Pujol. Su fidelidad y proyección durante la campaña le han hecho ganar puntos. Si se negara desde Convergència su liderazgo, Duran tenderá a moverse. Es un político que, en el lenguaje de los analistas financieros, es un valor con un gran "recorrido" al alza. Y hará ese recorrido, dentro o fuera de la coalición con Convergència Democràtica.

¿En qué terrenos cabe esperar que se introduzcan planteamientos innovadores en la política catalana? Pienso que uno de ellos será el discurso político-económico. La idea que dominaba hasta ahora la retórica económica de los Gobiernos de Convergència era la de "repartir". Lograr más en Madrid para repartir en Cataluña, especialmente en la Cataluña interior. El programa electoral de CiU no cambió en nada ese discurso. Pero, Pasqual Maragall introdujo un discurso económico distinto centrado en la idea de "crear riqueza". Sus propuestas de descentralización van dirigidas a dinamizar la economía de los territorios. Su acento en la educación y en el conocimiento van en el mismo sentido de fomentar el crecimiento económico y el progreso personal.

Creo que en los próximos meses esa tensión entre repartir o crear riqueza será uno de los núcleos del debate político-económico en Cataluña. O lo debería ser. Hay, no sólo en el discurso económico de los nacionalistas sino en la sociedad y en el mundo empresarial catalán, una cierta complacencia con la imagen de una Cataluña dinámica, emprendedora, amante del riesgo empresarial y abierta al mundo. Pero esa imagen es más el producto de la autocomplacencia que el de la realidad. Estamos en una sociedad que vive bien con lo conseguido o con lo heredado, a la que ya le va bien como están las cosas, que no quiere arriesgar.

En definitiva, falta ambición. Y, quizá, la nueva situación política que ha traído las elecciones sea una ocasión para remover esa situación de quietud y para introducir aire fresco. Ya veremos.

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