Antón Larrauri

Antón Larrauri nació músico en 1932 en Bilbao, porque este autodidacto vanguardista cree que el músico viene desde la cuna, o quizás antes, por más vueltas que le dé la vida. A Antón Larrauri, que pertenecía a la Escuela de Tiples y tenía en sus hermanos los referentes familiares inmediatos de un caldo de cultivo musical, la llegada de un piano rojo a su casa fue como el toque de atención definitivo. Era para su hermano, pero el jovencísimo Larrauri, que escuchaba las sonatas de Beethoven, comprendió entonces que aquello era lo suyo y que nada le apartaría de ese camino. "Es lo mío", pensó. Y ...

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Antón Larrauri nació músico en 1932 en Bilbao, porque este autodidacto vanguardista cree que el músico viene desde la cuna, o quizás antes, por más vueltas que le dé la vida. A Antón Larrauri, que pertenecía a la Escuela de Tiples y tenía en sus hermanos los referentes familiares inmediatos de un caldo de cultivo musical, la llegada de un piano rojo a su casa fue como el toque de atención definitivo. Era para su hermano, pero el jovencísimo Larrauri, que escuchaba las sonatas de Beethoven, comprendió entonces que aquello era lo suyo y que nada le apartaría de ese camino. "Es lo mío", pensó. Y hasta hoy.Siempre el piano, como instrumento de referencia, "el punto de partida" lo llama él, no sólo por el timbre, sino porque con ambas manos sobre él "uno abarca toda la orquesta" y luego lo traduce a la partitura, como si lo hubiera visto.

El piano será uno de los cinco instrumentos que componen la Divergencia armónica, la obra que estrenará mundialmente el próximo día 29 en la Sociedad Filarmónica de Bilbao, con motivo de su centenario y por encargo oportuno. Junto al piano, el violín, el violonchelo, la viola y la voz de una mezzosoprano.

Una obra de vanguardia, es decir de Antón Larrauri, que incluso trastorna el más original de los órdenes establecidos. Su Divergencia armónica presenta las disonancias al principio y deja para el final el bloque temático y la melodía cantable, y no al revés, cual suele ser el uso y la costumbre en estos casos.

Porque en el fondo, Larrauri mantiene un espíritu poético que se traduce no sólo en su música, sino en su planteamiento. Como buen vanguardista que se precie, no detesta el clasicismo, sino que simplemente lo supera. "Lo que derrama el vaso del clasicismo es la vanguardia", una definición que traduce algunas otras referidas a otros ámbitos de la cultura. Se decía en poesía: ningún aprendizaje mejor que el soneto para dominar el verso libre.

Más de 110 obras

Antón Larrauri cuenta en su currículo con unas 40 obras de lo que pudiera llamarse música clásica y unas 70 que corresponderían a lo que se entiende por música de vanguardia. Lo uno y lo otro como fruto de la creación, de eso que él llama estallido o arrojar una piedra a un estanque y ver crecer las ondas, con su armonía natural.

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La Espatadantza fue quizá un momento culminante, en aquellos tiempos además en que el País Vasco le trató "demasiado bien" y cuando hubo de sortear algunos problemas derivados de la época franquista en la que se estrenó. Sólo la utilización del euskera ya constituía cuando menos un contratiempo.

Pero era mucho más y la Espatdantza ha quedado instalada en los anaqueles de la música contemporánea, más allá del idioma y por encima de los efectos emblemáticos que la transgresión de la epoca reclaman. Ya es un clásico, con todo su valor musical intacto.

Aquél fue un momento de plenitud para este musico creador que entre los años 1960 y 1971 escuchó muchos conciertos y de la mano de Pedro Pirfano inició su tarea creadora. De pronto Antón Larrauri se veía metido de lleno en algo a lo que había asistido como espectador, con una partitura avalada por la Unesco y en una carrera que le sigue apasionando como el primer día.

Tratándose de un supersticioso a pies juntillas y de un creyente fervoroso en la reencarnación, está firmemente convencido de que su pasión musical proviene de una vida anterior insatisfecha, en la que se quedó por hacer lo fundamental. Tampoco le preocupa en exceso la menor atención que se procura a la música de vanguardia. Entiende que se trata de una música que rompe la voz, que le exige una mayor impostura. Y, sobre todo, que el arte suele transcurrir con un siglo de adelanto. Y piensa en Bela Bartok, alguien rarísimo en su época, ahora al fin venerado; en Mozart y en demás incomprendidos adelantados.

Lamenta que desde el punto de vista institucional que no se preste una mayor atención por una faceta musical que penetra en el mundo trascendental de las cosas. El mar y el fuego, lo llama él como factores equidistantes para explicar su tarea; la de un músico que odia el hilo musical, por invasor y pertinaz de todos los ambientes, que gusta de José Hierro y el día 29 estrena en la Sociedad Filarmómica de Bilbao, "la bombonera sin bombones".

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