Tribuna:

Reíd, reíd malditos...

JAVIER MINA Ya tenemos columna vertebral -o calumnia vertical, como decía la abuela de la familia Ulises- y lo sabemos porque da la lata, mucha, demasiada. Se pasa la vida en pura lumbalgia, en puro grito desaforado. Claro que tampoco podía ser menos habida cuenta su condición de espina bífida, con lo que cualquier griterío nos viene por duplicado o, mejor, elevada a la segunda potencia. Porque esto se parece cada vez más al teorema de Pitágoras en que el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos. Y como catetos no faltan, así anda la hipotenusa sin saber dó...

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JAVIER MINA Ya tenemos columna vertebral -o calumnia vertical, como decía la abuela de la familia Ulises- y lo sabemos porque da la lata, mucha, demasiada. Se pasa la vida en pura lumbalgia, en puro grito desaforado. Claro que tampoco podía ser menos habida cuenta su condición de espina bífida, con lo que cualquier griterío nos viene por duplicado o, mejor, elevada a la segunda potencia. Porque esto se parece cada vez más al teorema de Pitágoras en que el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos. Y como catetos no faltan, así anda la hipotenusa sin saber dónde dar con el coseno. Para arreglarlo del todo, salen los expertos en trigonometría buscándole los logaritmos al asunto y acaban o cuadrando el círculo -¿recuerdan que hubo una geometría del tercer espacio?- o poniéndole un braguero, porque no ha faltado columna, pilastra ni vertebrilla donde no se haya radiografiado, cartografiado y espectografiado el dichoso espinazo hasta sacarle la médula. Bien es cierto que la mayor parte de las veces con tino, cosa tampoco muy difícil porque nos ha salido una espina dorsal más que desviada hecha una madeja, y así cualquiera. Otro bulbo raquídeo nos hubiera cantado si en vez de parecerse a Txabez se hubiera parecido al Partenón. Pero allá ellos -me refiero a quienes han ido uniendo hueso tras hueso desde la nuca hasta el coxis en un rosario que no podía ser más que de la Aurora- si acuciados por la prisa y cegados por su locura taxidérmica tratan de rellenarnos el cerebro de paja y ensartarnos la opinión en varillas de alambre sólo para ver cómo la mera polilla de la realidad les carcome el invento. Porque somos muchos los que preferiríamos seguir invertebrados y abocados a un si es no de entropía antes que convertidos en súbditos y rodamientos de una esfera perfecta aunque nacional. Incluso solicitaríamos una moratoria para ver si de una vez por todas dejábamos de escuchar día tras día tanta sandez. Sólo que ciertas ciáticas son como las bicicletas, en dejando de pedalear se caen. Así que hay que prepararse para seguir aguantando, o esquivando, el chaparrón porque, pese a lo que diga el segundo principio de la termodinámica, los nacionautas son seres tan aparte que han conseguido el movimiento continuo. ¿Pero cómo, cómo podremos resistir semejante avalancha sin perder la bisectriz o acabar en números primos? Intuyo que únicamente con la risa, oyéndoles como quien oiría a Txomin del Regato pero sin reírles las gracias, sólo las solemnidades. Una carcajada, pues, donde huela a trascendental y un poco de paciencia si las columnas a veces se nos llenan de siglas o personajes que, en realidad, no merecerían ni la raíz cuadrada de una raspa. La historia está llena de casos en que un seguidismo ciego, una aquiescencia abúlica, una mala comprensión del mensaje o un mal despeje de la hipotenusa han conducido a situaciones irreparables. Así que a modo de vacuna me ha parecido de perlas ofrecerles el caso del predicador fray Gerundio de Campazas quien, pese a enrevesar sus sermones con párrafos tan obtusos como el que copia de un maestro de la época: "Erigían túmulos suntuosos, grandiosos fúnebres obeliscos irradiados de luces y luctuados de bayetas; coherencia lúcido-tenebrosa que, entre yertas cenizas cadavéricas, vitalizaba memorias de sus militares difuntos", no sólo es escuchado con reverencia sino que, al decir del padre Isla, su inventor, en cuanto concluye su panegírico más sonado quedan "los penitentes tan movidos con la desatinada plática, no obstante que los más, y aunque digamos ninguno de ellos, había entendido ni siquiera una palabra, que al punto arrojaron las capas con el mayor denuedo y comenzaron a darse unos azotazos tan fuertes, que antes de salir de la iglesia ya se podían hacer morcillas con la sangre que había caído en el pavimento". De haberse echado a reír no hubieran corrido las morcillas por el suelo ni habría quedado el púlpito abierto a otros majaderos. Conque a descoyuntarse tocan, que el desvertebramiento nos vendrá matemáticamente por añadidura.

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