Tribuna:

La primera del Guggenheim

JOSU BILBAO FULLAONDO Por primera vez el Museo Guggenheim de Bilbao presenta una exposición fotográfica. Se trata de una selección extraída de los fondos de la institución en Nueva York con el titulo Fotografía contemporánea: visiones en profundidad. Es un panorama general de la disciplina en sus aspectos creativos que no siempre escapa de sus lazos figurativos y documentalistas. Como si se tratase del escaparate de una tienda de delicatesen, la sala 105 presenta tutto revoluto el trabajo de más de quince autores de conocido prestigio. Los distintos formatos se dejan observar entre una marea ...

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JOSU BILBAO FULLAONDO Por primera vez el Museo Guggenheim de Bilbao presenta una exposición fotográfica. Se trata de una selección extraída de los fondos de la institución en Nueva York con el titulo Fotografía contemporánea: visiones en profundidad. Es un panorama general de la disciplina en sus aspectos creativos que no siempre escapa de sus lazos figurativos y documentalistas. Como si se tratase del escaparate de una tienda de delicatesen, la sala 105 presenta tutto revoluto el trabajo de más de quince autores de conocido prestigio. Los distintos formatos se dejan observar entre una marea humana, proveniente de distintos países y autonomías, que sonríe con mueca irónica y desconcertada ante las posibilidades que ofrece el medio. Lo primero que uno se encuentra cuando se adentra el la sala son Las marcas del exilio, un trabajo realizado en 1995 por Andre Robbins, Max Becher y Tsebg Jwong Chi. Las vitolas de siete tipos distintos de cigarros puro han servido como referencia para la obtención de unos primeros planos con impacto publicitario, que reclaman sin pudor la embocadura de las selectas hojas de tabaco. Resulta más complicado comprender la libre interpretación de Anna Gaskel sobre Alicia de Lewis Carroll. Las dos miniseries que lo intentan, Maravillas y Desilusión, establecen un simpático juego de luces, colores suaves, composiciones reflexionadas sobre la diagonal del cuadro, que recuerdan por momentos a las vanguardias de los años veinte. En cualquier caso, lejos quedan de sugerir la fantasía de un clásico tan rotundo. Mayor impacto causa La bolsa de Singapur de Andrea Gursky. Este alemán convierte un escenario inicialmente frio en algo grandioso. Con la inexcusable colaboración de una gran profundidad de campo, se exaltan los detalles que, congestionados, se yerguen en el espacio, gritan y se sienten hermosos. Una hipérbole que aumenta el interés de lo nimio. Algo similar pretenden las dos fotos de Miles Coolidge, pero ni la fachada de un taller ni la comisaria de policía consiguen despegar de su aire insípido. La sobriedad de las tomas de Rineke Dijkstra encajan con precisión en los planteamientos conceptuales desarrollados por el matrimonio Becher. Son tres retratos de cuerpo entero, adolescentes sobre la arena de la playa que miran imperturbables al objetivo. Figuras desde una estética sin afectación que inspiran sentimientos encontrados. La única foto de Thomas Demand consigue con la representación de un frío archivo generar un impacto cálido. El efecto de una escalera cruzada contra los habitáculos destinados a legajos realza un extraño fenómeno visual sobre formas elementales donde dominan las lineas rectas sin acusada perspectiva. Mucho más clásica, sin escatimar belleza, resulta la composición del norteamericano James Casebere. La luz penetra por una ventana e ilumina tenuemente un catre vacío, no hay más protagonistas en esta estampa que recuerda a pinturas del XIX. Son divertidos los objetos inanimados que se ocupa de captar el mejicano Gabriel Orozco. Un paracaídas en Islandia, el comedor de Tepoztlan a la espera de comensales o las dos parejas, fruto de la combinación de unas pequeñas cajitas sin mayor recursos. Trayectoria diferente es la que presenta desde Berlín Uta Barth. Su laca acrílica sobre lienzo es el cuadro más grande que hay en la sala. El referente inicial queda diluido en tonos y formas ambiguas. Sin descripción formal, una sugerencia inconcreta hace campear desbocada la imaginación. Es un camino similar al elegido por Bill Jacobson. Su retrato desdibujado y unas sombras oscuras que sobrentienden unas manos, unos brazos o quizás cuerpos entrelazados, descargan una sensualidad controlada por un velo difusor. Junto con el resto de trabajos, a pesar de algunas descompensaciones que extrañan por venir de donde vienen, es una muestra para disfrutar con sosiego. Y sin restar importancia a lo presente, hubiera alcanzado mayor relevancia con un criterio de selección menos disperso.

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