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En vista de que nada ha sido suficiente para conseguir detener el golpe criminal de las piquetas contra un edificio, La Pagoda, que yo consideraba mío (nuestro) porque tantas veces lo habían admirado mis ojos, he logrado extraer de tal barbarie una única conclusión muy positiva: en Madrid se puede derribar. El vuelo final de La Pagoda me da unas alas que antes no tenía para atreverme a hacer ciertas propuestas urbanísticas que, si bien antes parecían utópicas, ahora me resultan de una viabilidad alentadora. ¿Quién podría, después de este derribo cultural, tachar de disparates mis...

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En vista de que nada ha sido suficiente para conseguir detener el golpe criminal de las piquetas contra un edificio, La Pagoda, que yo consideraba mío (nuestro) porque tantas veces lo habían admirado mis ojos, he logrado extraer de tal barbarie una única conclusión muy positiva: en Madrid se puede derribar. El vuelo final de La Pagoda me da unas alas que antes no tenía para atreverme a hacer ciertas propuestas urbanísticas que, si bien antes parecían utópicas, ahora me resultan de una viabilidad alentadora. ¿Quién podría, después de este derribo cultural, tachar de disparates mis ideas y las de otros muchos ciudadanos sobre lo que haría de esta ciudad un lugar más práctico, un lugar propicio al disfrute y a la comodidad? Desde luego, no los expertos de nuestras instituciones públicas.Así que quizá debamos agradecer a estos últimos la oportunidad que nos han brindado: si se ha abierto la veda del derribo, podemos empezar a derribar cuantos horrores arquitectónicos sufrimos en Madrid; si ellos han decidido que los bienes culturales y artísticos (los criterios) son susceptibles de ser destruidos, en justa correspondencia serán susceptibles de ser revisados y transformados. Es decir, que podríamos pensar que comienza una era de revolución, que es un concepto que suele ser consecuencia de una etapa de involución y, normalmente, preámbulo de las fases evolutivas de la historia de la civilización. Me explico: en general, la historia ha demostrado que en la sociedad (en el sistema de convivencia económica) suele haber un grupillo más o menos numeroso de personas cuyas propuestas de cambio no son tenidas en cuenta por el poder (siempre, por definición, involucionista), que las considera utópicas, ese término tan en desuso y, en mi opinión, tan pragmático. Y por ahí anda siempre ese grupillo lanzando al aire sus ideíllas mientras los tecnócratas firman los contratos del poder, es decir, hacen negocios. Hasta que, en una de ésas, a los tecnócratas se les va la mano en la involución y derriban un monumento. O sea, la lían. Porque justo en ese momento de aterrador silencio que sigue al desplome del hormigón empieza a elevarse, lenta y confusa como el polvo, la voz de los del grupillo y, entre el supuesto bochorno de los involucionistas y la supuesta ingenuidad de los utópicos, comienza a aparecer la cara evolucionista de la posibilidad.

Así que, a partir del crimen de La Pagoda, quizá los de las instituciones cataloguen mejor el patrimonio; quizá el interés económico deje de ser el único criterio de relación social (pues no es otra cosa todo cuanto sucede fuera de las paredes de nuestro cuerpo), y, sobre todo, quizá nos hayamos sensibilizado y podamos servirnos del precedente para proponer "derribos y otros". A saber, en mi caso y para mi barrio (y sólo por poner algún ejemplo): derribar, en la plaza del Rey, la horrenda sede del Ministerio de Cultura; derribar, en la plaza de Vázquez de Mella, un espantoso edificio gris (muy fácilmente reconocible) que hace esquina con la calle Infantas; derribar, en la calle Augusto Figueroa esquina con Barquillo, espeluznante edificio estilo especulación años setenta; en general, derribar todos los edificios feos y decrépitos, aunque sean de la quinta protegida de JMA del Eme, es decir, aunque tengan más de cincuenta años. En su solar, en lugar de esos apartamentos de lujo en los que no te cabe la pierna entre el tabique y el bidet, propongo iniciar una deliciosa red de umbríos jardincillos que nos den oxígeno, placer visual y espacio para los niños y para los perros, o, en su defecto, proyectos arquitectónicos estrictamente seleccionados bajo los epígrafes de innovación, creatividad, buen gusto y necesidad (la del ciudadano, que es ética y estética, no la de las cuentas corrientes del constructor y del contratista, que suelen ser bastante inmorales y sumamente horteras), con lo que es posible que se inaugure una época de modernización de la ciudad que, quién sabe, quizá con el tiempo se estudiaría en los libros de texto, si es que existen: "En julio del año 1999, en los albores del siglo XXI, tras la revolución sociocultural que provocó el hecho históricamente conocido como el crimen de La Pagoda, la ciudad de Madrid emprendió una era de evolución arquitectónica cuyo legado es el espléndido conjunto histórico-artístico que hoy podemos admirar".

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