Tribuna:

La buena conciencia de Occidente FRANCESC DE CARRERAS

La condena a muerte de Ocalan, líder del Ejército de Liberación kurdo, muestra muy claramente las dos varas de medir que se utilizan en política internacional y es un dato más que prueba el actual cinismo de Occidente al justificar la guerra de Yugoslavia por razones humanitarias. La contradicción es más que evidente: mientras se dice proteger los derechos de los kosovares, se niega cualquier derecho a los kurdos; mientras la OTAN colabora con el Ejército de Liberación de Kosovo, un país clave de la OTAN secuestra y condena a muerte, sin garantías procesales, al máximo dirigente del Ejército d...

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La condena a muerte de Ocalan, líder del Ejército de Liberación kurdo, muestra muy claramente las dos varas de medir que se utilizan en política internacional y es un dato más que prueba el actual cinismo de Occidente al justificar la guerra de Yugoslavia por razones humanitarias. La contradicción es más que evidente: mientras se dice proteger los derechos de los kosovares, se niega cualquier derecho a los kurdos; mientras la OTAN colabora con el Ejército de Liberación de Kosovo, un país clave de la OTAN secuestra y condena a muerte, sin garantías procesales, al máximo dirigente del Ejército de Liberación del Kurdistán. La guerra de Yugoslavia ha puesto de manifiesto, una vez más, que los motivos oficiales de las guerras no son los motivos reales. Ello es tan viejo como nuestra civilización misma. Ya Tucídides lo afirmaba en su Historia de la guerra del Peloponeso: unos son los argumentos con los que se justifican las guerras, otras son las verdaderas causas que las provocan. Estos últimos años nos hemos ido enterando de que los motivos alegados para iniciar las principales guerras de este siglo son falsos: Roosevelt conocía con antelación el ataque a Pearl Harbour y no advirtió de ello al mando militar de la zona para así justificar la entrada de Estados Unidos en la II Guerra Mundial; el ataque a la armada norteamericana en el golfo de Tonkín, que dio lugar a la masiva intervención militar estadounidense en Vietnam, simplemente no se produjo, como se ha sabido hace poco gracias a la desclasificación de los secretos de Estado norteamericanos. Parece que Sadam Husein advirtió a la embajadora norteamericana en Bagdad de su intención de invadir Kuwait pocos días antes de que ésta se llevara a cabo. En definitiva: se desean las guerras, pero no se pueden explicar, por inconfesables, sus verdaderos motivos. En su lugar se alegan otros: combatir a un tirano, defender los derechos humanos, evitar la limpieza étnica. La realidad es, sin embargo, muy distinta. Una simple comparación entre los motivos oficiales de la guerra del Golfo y los de la guerra de Kosovo lo pone de manifiesto. La invasión y ocupación de Kuwait por parte de Irak era contraria a los principios más elementales del derecho internacional, lo cual era más que evidente. No se trataba, en modo alguno, de defender los derechos humanos: por el contrario, ni Kuwait ni su entorno se caracterizan precisamente por su respeto a los mismos. Pero allí no había que defender los derechos humanos, sino el derecho internacional. En Yugoslavia ha sucedido lo contrario: se interviene para defender los derechos humanos y para ello es necesario vulnerar ampliamente el derecho internacional. En efecto, el ataque de la OTAN ha incumplido, como mínimo, el propio tratado de la OTAN y la Carta de las Naciones Unidas. Todos los especialistas solventes lo han reconocido así. Por tanto, las razones se han invertido; en un caso se debía mantener -se mantiene todavía- una situación antidemocrática y vulneradora de los derechos humanos en nombre del derecho internacional; en el otro se vulnera el derecho internacional en nombre de los derechos humanos. La conclusión es que la sensación de engaño y de estafa es total como siempre sucede en las guerras. Si se quería parar la limpieza étnica, ésta ha ocurrido multiplicada por 10. Si antes de la guerra 100.000 kosovares habían sido expulsados de su tierra, durante la guerra salieron 900.000 (ambas cifras oficiales de la ONU) y ahora, tras la entrada de las tropas de la OTAN, están huyendo los serbios que quedaban. En definitiva, los paramilitares serbios no eran muy distintos del ELK kosovar. Y aquellos que a la guerra la llaman "intervención militar", a los bombardeos "campañas aéreas" y a los muertos y heridos "daños colaterales" son, posiblemente, peores que nadie. Antes, cuando Roosevelt se refería al dictador Somoza decía: "Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta". Era cínico pero sincero, legal. Ahora, todos estos tipos tan políticamente correctos -con Javier Solana a la cabeza- que desde Bruselas, sin una sola baja ante el enemigo, cultivan nuestra buena conciencia intentando convencernos de que defienden la democracia y los derechos humanos, me inspiran una desconfianza absoluta y una repugnancia ética total. ¿Pintamos algo los simples ciudadanos en todo esto? Si estamos en una democracia, sin duda tenemos algo que decir. España ha participado en una guerra; por tanto, hemos hecho una guerra. Sólo Izquierda Unida -y explicándolo muy mal, por cierto- la ha puesto en cuestión. ¿Es esta opinión de los partidos políticos representativa de la opinión ciudadana? ¿No deberían, sobre todo los partidos de izquierda, explicarnos qué ha significado la guerra de Kosovo? ¿O es que ya no quedan partidos de izquierda más allá de unas simples maquinarias que ganan las elecciones municipales?

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