Tribuna:

¡Estamos aquí!

JULIO SEOANE No es un grito existencial, se parece más a la sensación de ridículo que se apodera de nosotros cuando llamamos un taxi y nos quedamos con la mano en el aire en mitad de la calle, o cuando parecemos invisibles ante el camarero que pasa por delante. Sensación de ser invisibles y, además, hartazgo. Si todos seguimos hablando exclusivamente de las elecciones y sus consecuencias, no sólo estaremos contribuyendo al aumento de la abstención sino que muchos dejarán también de leer y escuchar a los medios de comunicación. Dicen que hay un tiempo para cada cosa. A veces parece que escrib...

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JULIO SEOANE No es un grito existencial, se parece más a la sensación de ridículo que se apodera de nosotros cuando llamamos un taxi y nos quedamos con la mano en el aire en mitad de la calle, o cuando parecemos invisibles ante el camarero que pasa por delante. Sensación de ser invisibles y, además, hartazgo. Si todos seguimos hablando exclusivamente de las elecciones y sus consecuencias, no sólo estaremos contribuyendo al aumento de la abstención sino que muchos dejarán también de leer y escuchar a los medios de comunicación. Dicen que hay un tiempo para cada cosa. A veces parece que escribimos sólo para que nos lean los políticos, para que nos incluyan en sus recortes de prensa, para estar en sus bases de datos. Sin duda es falso, es un mal pensamiento. Es una tentación que justifica llamar la atención gritando que estamos aquí, que existimos, que los problemas cotidianos también son política, que nos están pasando cosas y casi nadie hace caso. El análisis de resultados y la dinámica de pactos son parte de la digestión electoral, algo necesario y conveniente, pero no es de buen gusto estar hablando de ella durante todo el día. Gastronomía y digestión tienen cierta relación, sin duda, pero tampoco se pueden confundir. Cuando la televisión nos enseñó a todo color, en 1985, los intestinos enfermos de Reagan, pensé entonces que la patología política estaba tomando un protagonismo excesivo. También ahora deberíamos evitarlo, mencionando sólo lo imprescindible de las intimidades postelectorales. A cambio deberíamos airear bastante más otros temas que se tratan poco, ya sea por falta de espacio o bien por ciertos temores mal entendidos. Escuchamos hace poco que hay temas tan serios que no se deben tratar en las campañas electorales. Resulta difícil de aceptar y, además, ya pasaron las elecciones. Y estamos aquí. El argumento de la alarma social es la versión moderna del viejo precepto de no escandalizar. El escándalo público suena rancio y preferimos hablar de alarma social, al igual que utilizamos la solidaridad en lugar de la devaluada caridad, o la ayuda humanitaria para encubrir, en algunos casos, el puro y duro control militar. No es engañar, según los cursis es lifting semántico. Cualquiera puede hacer una lista de problemas que nos afectan actualmente, un orden del día, una agenda cotidiana. Propongo, por ejemplo, que hablemos de lo que está pasando en Bélgica y no sólo en Bélgica, con alimentos y adulteraciones varias, porque no es normal que ocurra esto. Y que no vengan de nuevo con la alarma social, porque existimos y estamos aquí, y nunca fue bueno cerrar los ojos ante los problemas. Si no teníamos bastante con la anorexia nerviosa, vamos camino de producir una anorexia paranoica como nuevo síndrome de la globalización alimentaria. Ahora que los rectores ya tienen los planes económicos resueltos, también podemos hablar de nuevo de la enseñanza universitaria y de la ficción investigadora, o de la violencia doméstica que tampoco mejora con el tiempo, o de otros muchos problemas fáciles de señalar. La agenda electoral va a ser muy dura hasta el próximo marzo y tenemos que aprender a suavizarla, porque mientras tanto queremos que el taxi se pare y que el camarero nos atienda. Queremos ser visibles. Y no es poca cosa.

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