Reportaje:PLAZA MENOR - CAMOENS

El lusitano ausente

Aún resuenan en esta espaciosa vaguada del parque del Oeste los ecos más festivos y estruendosos de la movida municipal y autonómica que sentaba sus reales en las dobles ferias de mayo con multitudinarios, gratuitos y animados festivales y conciertos. Fue don Enrique Tierno Galván, regidor emérito de la Villa, el iniciador de esta política de panem et circenses, palabras que para Juvenal resumían las aspiraciones del pueblo romano, que sólo pedía trigo y espectáculos circenses; así se recoge en un enjundioso libro titulado Aurea dicta (Dichos y proverbios del mundo clásico), cuya...

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Aún resuenan en esta espaciosa vaguada del parque del Oeste los ecos más festivos y estruendosos de la movida municipal y autonómica que sentaba sus reales en las dobles ferias de mayo con multitudinarios, gratuitos y animados festivales y conciertos. Fue don Enrique Tierno Galván, regidor emérito de la Villa, el iniciador de esta política de panem et circenses, palabras que para Juvenal resumían las aspiraciones del pueblo romano, que sólo pedía trigo y espectáculos circenses; así se recoge en un enjundioso libro titulado Aurea dicta (Dichos y proverbios del mundo clásico), cuya introducción corre a cargo del "viejo profesor" metido a alcalde.Pan hubo del erario público para repartir entre los jóvenes artistas del gran circo de Madrid, creadores y diseñadores, cantautores e ilustradores, rockeros y salseros, dramaturgos y demiurgos, que reconstruyeron la fama y la imagen de la urbe tras la terrible cuarentena del franquismo. También reconstruyeron o cimentaron el buen nombre de instituciones como el Ayuntamiento, considerado durante ese paréntesis como enemigo público número uno de la ciudadanía y de la Comunidad recién estrenada.

Lo de los conciertos en el paseo dedicado a la memoria del ilustre poeta luso don Luis de Camõens (que aquí se llama Camoens como un ejemplo más de incomunicación fraterna) tenía sus ventajas y sus inconvenientes, que no tardaron en denunciar los ecologistas, anticipando los desmanes de las turbas invasoras que, al grito de "A colocarse y al loro", emitido en un momento de euforia por la primera autoridad municipal, acamparían por sus respetos en las verdes laderas del parque cada alegre y florido mayo.

No corrió la sangre hasta el Manzanares como habían profetizado los más furibundos aguafiestas, aunque los trabajadores municipales tuvieran que hacer horas extras para recolectar latas, botellas y envoltorios y los jardineros repoblar algunas hectáreas de césped machacado.

Uno de los últimos, si no el último, de los conciertos del parque del Oeste fue un homenaje póstumo al alcalde Tierno, en el que intervinieron bandas de heavy metal y catedráticos de Latín y de Filosofía, punkis adolescentes y compañeros de promoción del homenajeado, que pusieron de manifiesto, cada uno a su manera, su admiración y su respeto.

El parque del Oeste, que se despliega alrededor de esta amplia avenida, paralela y cercana al parque de Rosales, es el más ecológico de los parques madrileños, porque surgió sobre los barrancos y descampados de antiguos vertederos. Su artífice fue el jardinero municipal e insigne paisajista don Cecilio Rodríguez, que aprovechó los desniveles del terreno para recrear un espacio natural en estado salvaje donde la huella del hombre pasase lo más inadvertida posible. La idea de reciclar aquellos insalubres cotarros en parque público fue de don Alberto Aguilera, político liberal y concienzudo alcalde de Madrid, añorado por los viejos cronistas.

Ni a Camõens ni a Camoens se les ve por ninguna parte cuando se camina por el paseo, que se inicia con una fuente monumental diseñada por Ventura Rodríguez y muy querida por los madrileños, que un día no muy lejano la vieron desaparecer de la glorieta de San Vicente, a las puertas de la Casa de Campo, donde fue sustituida por la reposición de la antigua puerta de la ciudad, obra de Sabatini, que andaba arrumbada en un almacén municipal. Es posible que algunos de los admiradores de la fuente, que familiarmente llamaban "de la alcachofa", por su coronamiento, no conozcan todavía este discreto, aunque noble, lugar de exilio, ni hayan visto los juegos de luces de sus surtidores iluminando las acogedoras frondas circundantes.

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Las ondulaciones del terreno, los árboles de generosa copa y los tupidos arbustos ampararon y amparan a las parejas en los rituales del cortejo y del apareamiento, lo que incluye a los aficionados pero también a profesionales de tarifa, que no se cortan un pelo ante la épica fama del vate lusitano y osan perpetrar sus venales tratos junto al glorioso mamotreto de granito que sirve de pedestal al padre de la patria y de la independencia de México don Miguel Hidalgo, El Cura Hidalgo, cuyo monumento ocupa, por misteriosas razones, el lugar que por su patrocinio, y sin poner en duda los méritos de ninguno de los dos, le correspondería al portugués.

Aunque el paseo ha dejado de ser el santuario del culto venéreo peripatético y transexual que fue durante un tiempo, algunas sacerdotisas emergen de los setos cuando cae la noche y a veces sus siluetas son atrapadas por los faros de un automóvil voyeur recortándose contra la inscripción que figura en la base del monumento y que dice así: "Siendo contra los clamores de la Naturaleza el vender a los hombres, quedan abolidas las leyes de la esclavitud", Miguel Hidalgo.

Puede que piensen que no va con ellas, porque sólo habla de hombres; y no va con ellas, ni así lo pensó cuando abolió la esclavitud el cura patriota que en estos terrenos nunca predicó con el ejemplo.

En el lugar que ocupa el imponente monumento a Hidalgo residió durante oprobiosas décadas un horror, un enorme horror que ocultaba su enormidad camuflado en un grupo escultórico de reducido volumen e inofensiva apariencia, el monumento (sic) al maestro, erigido en 1970, el único monumento del mundo que es socio honorario de los Amigos de la Capa, según reza una inscripción posterior. El maestro aparece sentado con una mano en el hombro de su discípulo preferido, figura para la que posó como modelo el primer niño del país, Francisco Franco, el nietísimo, cuando aún no había iniciado su carrera de depredador. Al maestro, hoy arrinconado en la acera contraria, alguien le ha pintado unos churretones rojos para reforzar el toque draculino de la estampa, pero no hay que engañarse, el vampiro es el otro.

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