Tribuna:

Los efectos económicos de la guerra en Yugoslavia

La guerra actual, emprendida por los países miembros de la OTAN en Yugoslavia, es, para la Alianza, una acción todavía limitada, tanto en cuanto al territorio y objetivos a cubrir como en cuanto al nivel de despliegue de fuerzas, mientras que para Yugoslavia la guerra es casi total y, por tanto, sus efectos económicos relativos son muchísimo más considerables. Para analizar, por tanto, el impacto hay que verlo desde dos ópticas diferentes: desde la Alianza y desde Yugoslavia. Pero, antes que nada, conviene tener en cuenta cuáles son, en general, las consecuencias económicas de las guerras....

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La guerra actual, emprendida por los países miembros de la OTAN en Yugoslavia, es, para la Alianza, una acción todavía limitada, tanto en cuanto al territorio y objetivos a cubrir como en cuanto al nivel de despliegue de fuerzas, mientras que para Yugoslavia la guerra es casi total y, por tanto, sus efectos económicos relativos son muchísimo más considerables. Para analizar, por tanto, el impacto hay que verlo desde dos ópticas diferentes: desde la Alianza y desde Yugoslavia. Pero, antes que nada, conviene tener en cuenta cuáles son, en general, las consecuencias económicas de las guerras.

La primera consecuencia de una guerra es que los mercados dejan de funcionar como elementos básicos de la asignación de recursos; de ahí que se reduzca notablemente el nivel general de eficiencia económica. El Gobierno es el que pasa a tomar, casi en exclusiva, todas las decisiones sobre cómo deben asignarse los recursos disponibles. El Estado pasa a controlar la mayor parte del PIB ejerciendo sus poderes extraordinarios de incautación o confiscación y dedica la mayor parte de la producción y de la renta nacional al esfuerzo bélico. Los impuestos, la deuda y la creación monetaria tienden a ser las formas básicas de financiación del esfuerzo bélico, especialmente las dos últimas.

Por otro lado, se sacrifica la producción e importación de bienes de consumo en favor de las de los bienes necesarios para el despliegue bélico y se acude al control de precios y al racionamiento de los bienes esenciales, lo que genera, inmediatamente, la aparición de mercados negros, de estraperlo, de contrabando, etcétera.

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En segundo lugar, desde el punto de vista macroeconómico el impacto de las guerras es dual. Por un lado, la utilización masiva y coercitiva de recursos ociosos y la acumulación de existencias de medios bélicos hace que, a corto plazo, aumente la producción y la renta. Por otro lado, la enorme destrucción de la riqueza existente, la creciente inflación y el mayor endeudamiento hacen que la generación de renta a medio y largo plazo caiga y se pueda generar una profunda recesión.

Aunque parezca paradójico, la destrucción de la riqueza de un país, ya sea por medios naturales o por medios bélicos, conlleva, a corto plazo, un aumento de la renta ya que se moviliza inmediatamente una cantidad enorme de recursos humanos y materiales para hacer frente a dicha destrucción. La riqueza es un stock permanente y la renta es un flujo anual, y la reducción o destrucción del stock tiende a generar a corto plazo un aumento del flujo de renta. Ahora bien, a medio y largo plazo la destrucción del stock de riqueza limita la generación de renta futura, especialmente si la riqueza destruida tarda muchos años en ser recuperada o sustituida, como puede ser el caso de un bosque, de una fábrica o de una infraestructura de transporte.

Asimismo, aunque el aumento de la capacidad y de la producción masiva de bienes manufacturados para el esfuerzo bélico tiende a generar mayor renta durante el periodo de guerra. Posteriormente, como suele darse en la mayoría de los casos, si dicho esfuerzo productivo y dicho aumento de capacidad no puede reconvertirse hacia fines civiles, al final de la guerra se descubre que se ha construido un stock o riqueza productiva que es inservible y que, además, ha costado muy caro y ha generado un efecto desplazamiento o crowding out de la inversión en la producción normal y necesaria para el crecimiento en tiempos de paz, lo que limita también la generación de renta durante mucho tiempo.

De acuerdo con estas consideraciones generales, el impacto negativo de esta guerra será pequeño para los países de la Alianza y enorme para Yugoslavia. Pero existen otros aspectos concretos que incrementan esta diferencia.

En los países de la OTAN, la producción del armamento y de sus municiones, repuestos, reparaciones y mantenimiento está, en su mayoría, en manos de empresas privadas, lo que hará que la producción, ventas, ingresos, beneficios y empleo de dichas empresas mejoren notablemente, con lo que el sector privado productivo sale claramente favorecido. Por otro lado, los Gobiernos de los países miembros de la Alianza tienen que hacer frente al coste del esfuerzo bélico a través de sus presupuestos, con lo que o bien aumentan sus déficit fiscales o reducen sus superávit. En el primer caso tendrán que financiarlos bien con deuda o con impuestos, con lo que, al final, los contribuyentes de dichos países serán los que tienen que pagarlo, ya que, a largo plazo, la deuda se convierte también en impuestos. Es decir, el efecto será doble: habrá una transferencia de renta, a corto plazo, desde el sector público al sector privado productivo y, posteriormente, a través del Estado, desde los contribuyentes hacia los productores de los bienes y servicios utilizados en la acción bélica.

Asimismo, se originará una transferencia de renta de los países que participan en la guerra, pero no producen las armas y otros bienes y servicios utilizados en ella, a los países donde se han producido dichas armas, bienes y servicios. Por ejemplo, en la llamada guerra del Golfo, que costó aproximadamente 15 billones de pesetas, Estados Unidos corrió inicialmente con el 60% del coste, pero, posteriormente, los países que no habían contribuido militarmente a dicha guerra, tales como Kuwait, Arabia Saudí, Alemania y Japón, le compensaron el 90% de lo que gastó. El restante 40% recayó sobre los países que participaron directamente, especialmente el Reino Unido, pero también países tales como España, Italia y otros. Dado que la mayor parte de la producción del armamento utilizado era de origen americano, dicho país tuvo, en su conjunto, una ganancia neta.

No sabemos, a ciencia cierta, cuánto puede costar, esta vez, la guerra en Yugoslavia a los países de la Alianza. Las cifras de lo ya gastado oscilan, de acuerdo con diversas fuentes, entre un millardo y tres millardos de dólares, pero estas cifras pueden multiplicarse en los próximos días o semanas si el conflicto prolifera y es necesario un despliegue de los ejércitos de tierra. Naturalmente, no se incluyen en estos gastos los de acogida y reubicación de los casi dos millones de albanokosovares desplazados, ni los de la futura reconstrucción de Kosovo, que pueden alcanzar cifras muy superiores al esfuerzo bélico en sí, ni tampoco la ayuda humanitaria, ni la de los miles de voluntarios civiles que están ayudando desinteresadamente a los ciudadanos desplazados, ni los costes derivados de las perturbaciones del transporte aéreo europeo. De todas maneras, un coste de 15 o 20 billones de pesetas no es una cifra muy importante para el volumen conjunto de los presupuestos de todos los países de la OTAN.

Para Yugoslavia el impacto económico es muchísimo más grave. La destrucción de su stock de riqueza en medios militares y civiles, desde fábricas, edificios, hasta infraestructuras y capital humano, está siendo enorme y tardará muchos años en reconstruirse.

Por otro lado, no siendo un productor importante de armas, parte del armamento, bienes y servicios bélicos los tiene que importar a precios muy elevados. Como, además, lleva ya muchos años en conflicto, primero con los croatas, luego con los bosnios y ahora con los albanokosovares, y conocía, de antemano, la inevitabilidad de esta nueva guerra, ha estado, previsoramente, acumulando existencias muy importantes de medios bélicos, con lo que el gasto para el erario público va a ser incalculable. Todo este gasto va a provocar que su deuda y su tasa de inflación se incrementen exponencialmente y que la actual y futura generación de yugoslavos tenga que hacer frente a una enorme carga financiera, lo que limitará su crecimiento y desarrollo por muchos años. Eso sin contar con la importante pérdida de vidas humanas, en su mayoría jóvenes y, por tanto, en edad de trabajar, producir y generar renta en el futuro.

Sin embargo, dado el reducido peso que tiene la economía yugoslava dentro del contexto europeo, el impacto de su futura recesión en los países miembros de la Unión Europea será muy pequeño.

Guillermo de la Dehesa es vicepresidente del Centre for Economic Policy Research (CEPR) en Londres.

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