Tribuna:EL DEFENSOR DEL LECTOR

Putas, políticos, policías...

Putas, políticos, policías... y periodistas. Solía decirse para señalar una especie de cuadrilátero maldito. El cuadrilátero de las cuatro pes. Entre sus tres primeros ángulos juega el cuarto una parte muy considerable de su actividad profesional.Y se deja arrastrar, en más de una ocasión, por la fuerza que representan.La de los políticos no necesita de mayor aclaración. La de la policía, siendo una fuente insustituible para tanta información -no sólo de sucesos en sentido estricto-, empuja a dar por ciertas las aseveraciones que, en un Estado de derecho, sólo se convalidan jurídicamente tras ...

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Putas, políticos, policías... y periodistas. Solía decirse para señalar una especie de cuadrilátero maldito. El cuadrilátero de las cuatro pes. Entre sus tres primeros ángulos juega el cuarto una parte muy considerable de su actividad profesional.Y se deja arrastrar, en más de una ocasión, por la fuerza que representan.La de los políticos no necesita de mayor aclaración. La de la policía, siendo una fuente insustituible para tanta información -no sólo de sucesos en sentido estricto-, empuja a dar por ciertas las aseveraciones que, en un Estado de derecho, sólo se convalidan jurídicamente tras un proceso judicial.

El jueves 11 de marzo, en la edición de Madrid, se publicó en primera página la fotografía de un hombre detenido como supuesto autor de la muerte a cuchilladas de un joven en la localidad de Coslada.

El titular decía: Capturado el atracador que mató a un joven en Coslada.

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Debajo, otra información aseguraba que ha sido "detenido el policía local que participó en el secuestro de la farmacéutica" de Olot.

Por cierto que, días después, Maria Àngels Feliu aseguró que le había resultado más duro soportar las informaciones que se publicaron en los cinco años posteriores a su secuestro que el cautiverio que soportó durante 492 días. Una afirmación tan grave y tan preocupante que debiera abrir un serio debate entre los profesionales de la información. Pero esa historia es ajena al propósito de esta columna.

La detención del supuesto asesino en Madrid y la publicación de su fotografía han provocado dos cartas al Defensor del Lector: una de la Coordinadora de ONG que Intervienen en Drogodependencias y otra firmada por Javier Baeza Atienza (cura y educador).

La primera incide en el hecho de que se resaltase la condición de toxicómano del presunto delincuente. La segunda, en que se ha vulnerado el derecho al honor, a la intimidad y la propia imagen del afectado.

La cuestión que plantean trasciende el hecho concreto y sirve para un planteamiento más amplio.

Hace demasiado tiempo que en nuestro país se han saltado demasiadas barreras en este campo.

La jurisprudencia del Tribunal Constitucional -comprensible históricamente- ha tratado de asentar el derecho a la libertad de información, tras una larga dictadura, haciendo prevalecer este derecho, en muchos supuestos, sobre otros bienes jurídicamente protegibles.

Pero el derecho, cuando se realiza ante los tribunales, es casuístico, casi por definición.

El periodismo participa de esta condición y sólo valen algunas normas éticas, pocas y muy generales.

¿Es lícito publicar en la primera página del periódico la imagen de un ciudadano anónimo acusado de un crimen? El Defensor ha consultado la opinión de personas cualificadas dentro del periódico y ha encontrado respuestas muy dispares. Para alguno es un ejemplo de sensacionalismo gratuito. Para otros, la conmoción social que originó el asesinato de un joven cuando bajaba del coche acompañado por su novia y el hecho de que la fotografía se obtuviese a la salida del juzgado, cuando el detenido era conducido a la cárcel por orden de la juez que le había tomado declaración, justifican plenamente la publicación de la imagen.

El Defensor se siente tentado de invocar una solución drástica: no publicar una sola imagen ni un solo nombre de nadie que no haya sido condenado por sentencia judicial, y aun eso nos llevaría a esperar la sentencia firme, irrecurrible.

La realidad social que vivimos hace inviable ese planteamiento, que exigiría unas estructuras de convivencia radicalmente distintas a las que sustentan a nuestra sociedad.

La fotografía se hizo en un lugar público, en el curso de una actuación policial y judicial que se situaba en el punto de mira del interés informativo, porque innumerables ciudadanos deseaban, sin duda, conocer el desenlace de una tragedia que excedía el recinto de lo privado que afectaba a la seguridad general de las personas.

El hecho de que se destacase la condición de toxicómano del detenido tampoco parece vulnerar ninguna norma concreta. La Coordinadora de ONG invoca la condición de enfermo y entiende que se ha violado el artículo 14 de la Constitución, que impide la discriminación por cualquier causa.

No parece que en este caso se discrimine a nadie. Justamente del relato policial se desprende que la necesidad de buscar droga es la que, con toda probabilidad, llevó al detenido a actuar de aquella manera.

Lo que ya no parece tan razonable es el titular de la primera página. Ni en este caso ni en el de la farmacéutica de Olot. Son muchos los lectores que no pasan de los titulares de determinadas informaciones, y, en cualquier caso, es un elemento tan destacado respecto a la información que su impacto ha de considerarse con exquisito cuidado: ni atracador que mató ni policía que participó en el secuestro.

Es una presunción, en ambos casos; es lo que dice la policía -probablemente con toda certeza-, pero el Estado de derecho exige esperar a la sentencia definitiva. En ambos casos, los textos informativos estaban llenos de todas las cautelas posibles y de todas las advertencias sobre el origen de las versiones que se facilitaban, y por tanto sobre su verdadero alcance. Pero los titulares no. El Libro de Estilo de EL PAÍS dice que los titulares "constituyen el principal elemento de una información. Sirven para centrar la atención del lector e imponerle de su contenido". Dice también que los titulares "jamás establecen conclusiones que no figuren el texto".

El terror y el Atleti

El día 18 pasado, en la sección de Televisión/ Radio se publicó el comentario de la película Visitantes de la noche, en el que Luis Martínez escribió este párrafo: "Un buen día, una madre detecta comportamientos extraños en su hija. ¿Se habrá convertido en hincha del Atleti? No; la solución es menos truculenta: hace tiempo, cuando estaba embarazada, fue abducida por los extreterrestres".Dos lectoras y tres lectores se han sentido ofendidos y han visto en el texto un intolerable ataque a los seguidores colchoneros y oscuras confabulaciones contra su club, de tinte madridista.

No hay tal. Luis Martínez utiliza en muchas ocasiones un tono irónico para sus críticas y comentarios. Él, en concreto, según ha confesado al Defensor, es hincha del Atleti. Por eso, dice, es consciente de "lo que es sufrir con ese club" y por eso utilizó la imagen.

La prosa humorística corre siempre el riesgo de interpretaciones excesivas. En cualquier caso, el Defensor y el autor del texto lamentan que alguien se haya sentido atacado en sus preferencias futbolísticas.

El periódico, por propia iniciativa, ha publicado esta semana que concluye dos rectificaciones amplias, muy visibles, sin que el Defensor interviniese, aunque por ambas recibió quejas: un editorial con frases inexactas atribuidas al arzobispo de Valencia y una información sobre el presidente del Parlamento Europeo, José María Gil-Robles.

Sería deseable que la dirección mantuviese ese criterio generoso para la rectificación frente a la racanería, demasiado frecuente, con que los periódicos resuelven estas cuestiones.

Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector por carta o correo electrónico (defensor@elpais.es), o telefonearle al número 91 337 78 36.

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