El arte de hacer el canelo
La señorita Dionisia Canelo fue nombrada administradora de Asebur Inversiones en junio de 1994, cuando esta sociedad de Mario Conde era 100% propiedad de la suiza Kaneko Holding. Antes había trabajado para Francisco Cuesta, administrador oficial de sociedades del ex banquero, en el despacho de Mariano Gómez de Liaño (Asesores en Derecho), y luego en Banesto, en la calle de Alcalá. Allí, precisamente, llegó correspondencia a nombre de la "presidencia de Banesto" dirigida a Kaneko Holding por el Banco Urquijo.Pero ayer Dionisia Canelo dijo que nunca oyó hablar de Kaneko y que las instrucciones s...
La señorita Dionisia Canelo fue nombrada administradora de Asebur Inversiones en junio de 1994, cuando esta sociedad de Mario Conde era 100% propiedad de la suiza Kaneko Holding. Antes había trabajado para Francisco Cuesta, administrador oficial de sociedades del ex banquero, en el despacho de Mariano Gómez de Liaño (Asesores en Derecho), y luego en Banesto, en la calle de Alcalá. Allí, precisamente, llegó correspondencia a nombre de la "presidencia de Banesto" dirigida a Kaneko Holding por el Banco Urquijo.Pero ayer Dionisia Canelo dijo que nunca oyó hablar de Kaneko y que las instrucciones se las daba Francisco Cuesta. En otros términos, que si Cuesta, administrador de Conde, seguía dando instrucciones sobre Asebur es que Kaneko, propietaria 100% de Asebur, era un instrumento del ex banquero. Canelo dijo ayer que en julio de 1994 le manifestó a Cuesta que ya no firmaba nada más, que quería un trabajo "tranquilo" y que se marchaba. En otros términos, la señorita Canelo pareció haber adquirido cierta consciencia de haber estado haciendo el "primo" o el "canelo".
Ayer, Cándido Fernández Tendero dulcificó su versión anterior contraria a Fernando Garro sobre los locales. La culpa de todo la tiene un muerto, Pedro Insauriaga, responsable de operaciones "confidenciales" en Banesto. Esto es, de "dinero negro".
El interrogatorio a Fernández de Javier Sáenz de Pipaón, abogado de Garro, fue sugestivo. Muchas veces, el letrado ni siquiera oyó las respuestas y ya preguntaba otra vez.