Editorial:

La fuerza de Clinton

CLINTON HA vuelto a mostrar su enorme habilidad política y de comunicador. De nuevo se ha hecho con la iniciativa y ha ganado más popularidad, a contracorriente del proceso que instruye el Senado para su posible destitución. En su discurso anual sobre el estado de la Unión, ante las dos Cámaras reunidas bajo la sombra del impeachment, Clinton eludió toda alusión al tema. Sabedor de que su popularidad, y la de su muy aplaudida esposa, es su mejor arma en el juicio por perjurio y obstrucción a la justicia en el caso Lewinsky, abordó los problemas que de verdad preocupan a los ciuda...

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CLINTON HA vuelto a mostrar su enorme habilidad política y de comunicador. De nuevo se ha hecho con la iniciativa y ha ganado más popularidad, a contracorriente del proceso que instruye el Senado para su posible destitución. En su discurso anual sobre el estado de la Unión, ante las dos Cámaras reunidas bajo la sombra del impeachment, Clinton eludió toda alusión al tema. Sabedor de que su popularidad, y la de su muy aplaudida esposa, es su mejor arma en el juicio por perjurio y obstrucción a la justicia en el caso Lewinsky, abordó los problemas que de verdad preocupan a los ciudadanos, y en especial a la clase media de su generación. Más que un programa para los dos años que aún le quedan en la Casa Blanca si no prospera el juicio en el Senado, esbozó el rumbo de la política americana para la primera parte del siglo entrante.A pesar de todo, el proceso contra Clinton avanza. La seriedad de la vista en el Senado contrasta, de momento, con el penoso espectáculo de la anterior instrucción en la Cámara de Representantes. La acusación ha centrado su informe en la obstrucción a la justicia, y mañana termina el primer turno de la defensa del presidente sobre la base de que las relaciones entre Clinton y la ex becaria de la Casa Blanca son un "asunto privado". De mantenerse este clima -que podría enrarecerse si empiezan a desfilar testigos, como quieren los republicanos-, ganará en credibilidad el veredicto, cualquiera que sea.

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La igualdad ante la ley rige para todos; también para el presidente. Pero con un juicio tan político y especial, Clinton no está siendo tratado como los demás, aunque no está en juego su libertad ni su fortuna, sino su cargo. Resulta difícil desde Europa aceptar lo que está ocurriendo en el Capitolio, pero también que Clinton haya pagado 120 millones a Paula Jones a cambio de que renuncie a la acusación de acoso sexual contra él y nadie tenga nada que decir al respecto.

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Los ciudadanos estadounidenses, hartos, ignoran olímpicamente lo que está ocurriendo en el Senado. Prestan mucha más atención a las cuestiones que Clinton abordó en su discurso de ayer, aun a sabiendas de que el presidente no cuenta con tiempo ni con mayoría suficiente en el Congreso para llevarlas a cabo Aunque Clinton escondió en el cuadro que pintó muchas de las sombras que tiene la sociedad americana, el momento le es favorable. Ha sido presidente durante una de las etapas más largas de crecimiento económico ininterrumpido en EE UU, con una fuerte creación de puestos de trabajo y una sensible reducción, por sexto año consecutivo, de los índices de criminalidad. El último ejercicio fiscal se cerró con un superávit de 70.000 millones de dólares, frente al déficit heredado de 200.000 millones.

Esta nueva situación permitió a Clinton avanzar la propuesta de destinar la mayor parte (60%) del superávit presupuestario de los próximos 15 años -unos 600 billones de pesetas, según cálculos de su equipo- a capitalizar el sistema público de pensiones. En contra de la demanda republicana de aprovecharlo para rebajar impuestos. El presidente conectaba así con la generación del baby boom, temerosa ante la perspectiva de un país que dentro de 30 años, con una población envejecida, podría tener dificultades para sostener incluso el limitado sistema social vigente, a menos que se inyecte dinero público en el fondo de pensiones, en los programas sanitarios del Medicare o la educación. La idea de que la industria del tabaco sufrague a la sanidad los daños a las personas resulta también popular.

Clinton satisface también a la derecha y a una industria militar que pierde mercados al proponer una subida de los gastos de defensa. Muy significativa resulta la cuantiosa ayuda que sugiere para evitar que los conocimientos y medios nucleares de la antigua Unión Soviética caigan en manos indeseables. El presidente de la única superpotencia dedicó sólo una sexta parte de su discurso a la política exterior. La novedad, en un país en el que anidan fuertes sentimientos proteccionistas, es su apoyo a una nueva ronda de liberalización del comercio mundial. Por lo demás, hizo un rápido repaso a los flancos que tiene abiertos en Oriente Próximo, Kosovo, Irak o África, en los que, pese a su aplastante superioridad militar, EE UU es incapaz de resolver los problemas pendientes y crecientes. En parte, porque son muy complejos; en parte, porque la autoridad de Clinton se está viendo debilitada por su procesamiento.

Seguramente no estamos, como pretende Clinton, ante un "nuevo amanecer de América"; ni siquiera ante un periodo decisivo de una presidencia que entra en su fase final. Pero es tanta su popularidad, pese al caso Lewinsky, que Clinton ganaría hoy de calle unas elecciones si la Constitución no le impidiera presentarse.

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