Nochevieja sin burbujas

Seis personas que trabajaron la noche de fin de año cuentan sus impresiones

No todo fueron burbujas en Nochevieja. Para miles de madrileños, la última noche del año fue una jornada de trabajo más, una suma de horas lentas en las que se esforzaron por alimentar la diversión ajena. Roberto y su bajo, por ejemplo, lo hicieron llenando de pasodobles una marisquería gallega; la actriz Asun Plannas, en cambio, buscó la suerte vistiéndose una casaca violeta en el escenario del teatro Nuevo Apolo, y José, veterinario, tuvo que atender desde un perro atiborrado de comida hasta una iguana con un shock nervioso por exceso de caricias. Este es un resumen de las impresiones de sei...

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No todo fueron burbujas en Nochevieja. Para miles de madrileños, la última noche del año fue una jornada de trabajo más, una suma de horas lentas en las que se esforzaron por alimentar la diversión ajena. Roberto y su bajo, por ejemplo, lo hicieron llenando de pasodobles una marisquería gallega; la actriz Asun Plannas, en cambio, buscó la suerte vistiéndose una casaca violeta en el escenario del teatro Nuevo Apolo, y José, veterinario, tuvo que atender desde un perro atiborrado de comida hasta una iguana con un shock nervioso por exceso de caricias. Este es un resumen de las impresiones de seis personas que trabajaron esa noche. Roberto Ruiz, músico, de 33 años. "Toqué el bajo en la marisquería La Viguesa mientras medio millar de personas bailaba a mi alrededor. Éste es el tercer año consecutivo que no tomo las uvas en casa, y el fastidio de aquella fatídica Nochevieja de 1996 se ha ido transformando en cristiana resignación. La cena fue en casa de mi suegra y, como novedad, mi hija Celia (de cinco meses) pareció olerse el percal y decide celebrar sus primeras 12 campanadas sin pegar ojo. Mi suegra cocina como los ángeles, por mucho que digan los tópicos malévolos, así que apuro hasta el último suspiro: salgo de casa a las 23.45. La dirección de la marisquería instaló un televisor en el centro del escenario. José y Silvia, los cantantes; Dani y Ramón, los teclistas, Isidro, el batería y yo, nos refugiamos en el backstage, como dicen los cursis. Y ahí, desde ese observatorio privilegiado, no deja de tener gracia cómo la gente combina en Nochevieja el cartón con la alta costura, la corbata con prendedor y el matasuegras. Y, sobre todo, cómo a todo el mundo le relucen unas mejillas la mar de sonrosadas a partir de la quinta o sexta uva. A las 12.01 de 1999 llega la hora de trabajar. Y allá vamos. Un pasodoble, elección infalible. "No te vayas de Navarraaaa. Si no quieres que me muera, flamencona, no te vayas de Pamplonaaaa, etcétera". Hay buen rollo en la pista. Jóvenes, mayores y viejetes mueven muslos y caderas con desparpajo, y entran a todo: corridos, sevillanas, la muñeira que Dani se marca con la gaita, y pachangas de distinta condición". Macarena Berlín, locutora de Europa FM, de 25 años. "Hicimos un especial año nuevo desde las once de la noche hasta las tres de la mañana. Un cóctel explosivo con el que intentamos, y yo creo que lo conseguimos, emborrachar a todos nuestros fieles oyentes. Música, horóscopo, noticias, humor, uvas y, cómo no, famosos... Todo ello mojado con el cariño y la pasión por la radio que compartimos Azucena Carrasco y yo. Resultado: cuatro horas emocionantes llenas de nervios, tensión y muestras de cariño, muchas muestras de cariño: llamadas telefónicas que van desde un directivo de la empresa, pasando por el oyente que te felicita desde un atasco, a ese otro que estaba tirado en plena sierra con unas cadenas que no le servían a su coche. La familia, cómo no, siempre incondicional, y sobre todo: tantas y tantas personas que trabajan en una noche tan señalada y les gusta sentir que no están solos. Personalmente, trabajar en Año Nuevo me ha mostrado quiénes son mis compañeros y con quiénes puedes contar a la hora de la verdad. Ha sido muy gratificante a nivel profesional y personal. Repetiría".

Albino López, cámara de Telemadrid, de 31 años. "Es el quinto año que cubro las campanadas de la Puerta del Sol. Es un trabajo que no tiene ningún misterio. Instalamos cuatro cámaras en un piso enfrente del reloj. El primer año tiene un cierto interés porque pasas de verlo por la tele a estar allí, pero el quinto... Qué puedo contar de la gente, pues que están como locos tirando botellas al aire y metiéndose en la fuente. Aunque no es muy divertido, prefiero trabajar esa noche que quedarme en casa".

Asun Planas, actriz, de 36 años. "Vivo en Barcelona, y desde el 17 de diciembre actúo en la obra Políticamente correcto, en el teatro Nuevo Apolo. A las doce menos cuarto paró la representación para tomar las uvas. Nos cambiamos de ropa para la ocasión. Yo me compré una casaca oriental de color violeta, porque transmuta la energía negativa en positiva. Comparto esta noche con los que sin saberlo están representando el papel de mi familia, el público. Me choca que la gente pase el fin de año en un teatro. Yo no lo haría. Me parece que son gente un poco desarraigada, tal vez matrimonios que vienen a pasar unos días a Madrid, a lo mejor no, pero es mi percepción. Es una noche en la que la gente viene con ganas de reírse, de pasarlo bien, y no se concentra mucho en la obra. Vienen a ver algo diferente. Tienen la idea de los actores como algo intocable y les hace ilusión compartir con ellos las uvas, las serpentinas y los confetis. No me importa trabajar esa noche porque tengo la impresión de que augura un buen año de trabajo si lo pasas sobre un escenario".

José Figueroa, veterinario, de 42 años. "Trabajo desde hace 18 años en la clínica Alcocer, en la que atendemos a perros, gatos y animales exóticos. Está abierta las 24 horas del día, y por tanto estoy habituado a tener guardias en noches como ésta. Este año atendimos a dos perros con dilatación de estómago por haber comido demasiadas sobras de las fiestas, un atropellado (es frecuente porque hay más tráfico) y una iguana con un shock nervioso porque todos los asistentes a la fiesta de su casa le tocaban...".

Mario Naranjo, camarero, de 22 años. "Es la primera vez que trabajo como camarero en una fiesta de fin de año. Fue en el bar Dinky Day, del polígono Equinoccio-Warner, de Majadahonda. La entrada costaba 6.500 pesetas, y para amortizarla la gente se lanzaba a la barra para beber todo lo posible. Había unas 400 personas de entre 20 y 40 años. Llegaron alrededor de las doce y media, todos muy guapos y acicalados, pero no veas cómo acaban, la mayoría desmelenados y otros con vómitos en los trajes, los ojos como búhos y el pelo pringado de alcohol. Sobre las tres de la madrugada, alguno ya se había quedado sobao encima de la mesa. Para mí es como una noche más. Trabajo porque además de pasarlo bien me gano algún dinerillo, aunque acabas muerto y destrozado. Lo peor es cuando a las ocho de la mañana tus amigos dicen que quieren ir a tomar chocolate con churros y tú lo único que quieres es irte a dormir".

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