Editorial:

Limpiando Bélgica

LA CARRERA política del político belga y ex secretario general de la OTAN Willy Claes tocó ayer a su fin. El Tribunal Supremo de su país le ha condenado por corrupción, junto con otros dos ex ministros, después de tres meses y medio de lo que se ha venido en llamar el proceso del siglo. Claes, un socialista flamenco que estuvo durante un año al frente de la Alianza Atlántica —hasta su dimisión en octubre de 1995—, recibió siendo ministro de Economía sobornos de las firmas francesa Dassault e italiana Agusta, que se aseguraron así dos sustanciosos contratos militares en 1988 ...

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LA CARRERA política del político belga y ex secretario general de la OTAN Willy Claes tocó ayer a su fin. El Tribunal Supremo de su país le ha condenado por corrupción, junto con otros dos ex ministros, después de tres meses y medio de lo que se ha venido en llamar el proceso del siglo. Claes, un socialista flamenco que estuvo durante un año al frente de la Alianza Atlántica —hasta su dimisión en octubre de 1995—, recibió siendo ministro de Economía sobornos de las firmas francesa Dassault e italiana Agusta, que se aseguraron así dos sustanciosos contratos militares en 1988 y 1989. Las empresas aeronáuticas pagaron en total alrededor de cinco millones de dólares, que fueron a parar a las arcas socialistas, pero también a algunos bolsillos privados.

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La sentencia viene a recordar a los belgas, que acuden a las urnas en junio próximo, el peso del amiguismo y de la corrupción en la vida política de este pequeño país de 10 millones de habitantes, institucionalmente el más débil de Europa occidental. Tras casi treinta años de reformas constitucionales, Bélgica ha pasado de ser un Estado unitario a otro federal con tres regiones. Flamencos, al norte, y valones, al sur, progresivamente distanciados, reclaman regularmente más poderes a un Gobierno que asegura ya poco más que la justicia, la defensa y la seguridad social. La condena de Claes se produce meses después de que el país se viera conmocionado por la rocambolesca fuga de Marc Dutroux, el enemigo público número uno, que puso de manifiesto escandalosas anomalías en los aparatos judicial y de seguridad y suscitó un clamor generalizado en favor del saneamiento político.

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El largo juicio ha tocado la médula de los socialistas belgas, los principales implicados, que, junto con los cristianodemócratas, han sido durante décadas el granero de todos los Gobiernos. Estos dos partidos tradicionales se están esforzando por convencer a los ciudadanos de que han barrido bien debajo de sus alfombras en los casi diez años transcurridos desde el caso Agusta-Dassault. Pero en un país tan necesitado de cambios como sobrado de escándalos, es más que probable, tras la sentencia de ayer, que los electores castiguen dentro de seis meses a las formaciones que vienen controlando la vida política desde hace 50 años. Podría, ser entonces la hora de los muy conservadores liberales. Pero también la que aguardan los nacionalistas flamencos de extrema derecha.

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