Tribuna:

¿Felices?

El final del año ha llegado cargado. No es que el resto haya sido demasiado ligero, pero este último tramo lo afrontábamos con cierto optimismo gracias, sobre todo, a la histórica resolución de los lores ingleses que le quitaron la inmunidad a Pinochet. Una decisión que abría las puertas a la esperanza. Ya habíamos empezado a soñar con la posibilidad de que ningún dictador pudiera estar tranquilo, de que acabara la impunidad, de que los responsables de todas esas atrocidades que se cometen en nombre de una patria, una bandera, una religión o, sencillamente, por dinero, pudieran ser juzgados. P...

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El final del año ha llegado cargado. No es que el resto haya sido demasiado ligero, pero este último tramo lo afrontábamos con cierto optimismo gracias, sobre todo, a la histórica resolución de los lores ingleses que le quitaron la inmunidad a Pinochet. Una decisión que abría las puertas a la esperanza. Ya habíamos empezado a soñar con la posibilidad de que ningún dictador pudiera estar tranquilo, de que acabara la impunidad, de que los responsables de todas esas atrocidades que se cometen en nombre de una patria, una bandera, una religión o, sencillamente, por dinero, pudieran ser juzgados. Pero de repente todo se ha torcido. El optimismo se ha trocado en perplejidad. Primero fue lo de Natzaret. Un linchamiento siempre es un suceso terrible, sean quienes sean los autores y las víctimas. Pero uno que se produce en las postrimerías del siglo XX y en la tercera ciudad de un país que se dice moderno, democrático y respetuoso de los derechos humanos, nos deja sumidos en la perplejidad, a la vez que nos abre los ojos. Porque pone de relieve que ese tercer mundo por el que tanto dicen preocuparse nuestros gobernantes y en el que sucesos como el de Natzaret no nos llamarían la atención, lo tenemos más cerca de lo que piensan muchos. Siguió la no menos histórica decisión de la justicia británica -la primera vez en siglo y medio- de revocar el fallo de los lores y devolver la inmunidad a Pinochet. De repente se vinieron abajo todas las ilusiones. El dictador chileno y todos sus colegas pueden estar nuevamente tranquilos. La justicia internacional no existe. Para terminar de arreglarlo, llega Clinton y bombardea Irak. La guerra por televisión como medio para escapar a sus problemas a costa de un pueblo que parece condenado a sufrir por tiempo indefinido. Pero se acerca la Navidad y el espíritu navideño lo diluye casi todo. En los próximos días todo será paz y buenas intenciones, eso sí, sin olvidar el papeo y el consumo desaforado. Felices es la palabra mágica. Natzaret, linchamiento, inmunidad, Pinochet, Irak y Clinton, entre otras muchas, desaparecerán del vocabulario de todos aquellos que en estos días parecen vivir sólo para desearte felices fiestas y próspero año nuevo. Pues muchas gracias.

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