La grada afronta un futuro sombrío

"A La Naval entrabas en pantalón corto". Juan José López, tiene 48 años y 34 de ellos los ha pasado en La Naval. Hoy es un mando intermedio y sabe que le quedan pocos años para la jubilación. En La Naval, que en realidad se llama Astilleros de Sestao, SRL, se prepara ya la salida el 1 de enero de 1999 de 350 trabajadores gracias al último expediente de regulación de empleo. Hasta entonces, en el mismo terreno y en las mismas gradas conviven trabajadores de dos empresas: los futuros jubilados que pertenecen a la vieja Astilleros Españoles, SA y los 1.230 que forman Astilleros de Sestao. La Nav...

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"A La Naval entrabas en pantalón corto". Juan José López, tiene 48 años y 34 de ellos los ha pasado en La Naval. Hoy es un mando intermedio y sabe que le quedan pocos años para la jubilación. En La Naval, que en realidad se llama Astilleros de Sestao, SRL, se prepara ya la salida el 1 de enero de 1999 de 350 trabajadores gracias al último expediente de regulación de empleo. Hasta entonces, en el mismo terreno y en las mismas gradas conviven trabajadores de dos empresas: los futuros jubilados que pertenecen a la vieja Astilleros Españoles, SA y los 1.230 que forman Astilleros de Sestao. La Naval es parte de la historia industrial de Vizcaya. Hace tan solo cuarenta o treinta años llamar a su puerta era casi lograr un empleo. Junto a los jóvenes, que hasta 1974 salían de la escuela de aprendices, convivían profesionales que "acababan de dejar el arado", cuya formación técnica era casi ninguna. Eran tiempos en los que lo importante era la grada y los talleres. Los ingenieros paseaban de traje y corbata y no se mezclaban con los obreros. Cada rincón del astillero contaba con un conspirador y el jefe no era el que más sabía, sino el que mejor entendía a la gente. "Recuerdo unas pruebas de ascenso a oficial de primera en las que un compañero, que llevaba un montón de años y era el puto amo en la grada, no sabía leer un plano. Yo sabía leer el plano, pero el que sabía hacer el barco era él", señala, queriendo guardar el anonimato, un antiguo trabajador de La Naval reivindicando el nombre de aquella gente que entró sin saber nada y construyó barcos. Pero los tiempos han cambiado. Curiosamente en aquellos años la plantilla era de 8.000 personas; hoy con poco más de 1.000 se produce más y mejor. Las cosas han cambiado. Las mareas humanas que recorrían las amplias calles del astillero han dejado paso a unos cientos de trabajadores que media hora antes de terminar el turno -se trabaja de seis a dos- ya está desfilando hacia los vestuarios. "Pulula poca gente, los talleres están vacíos y se produce más y con mejor calidad", asegura López. El proceso de producción en el astillero ha cambiado completamente: antes las piezas se hacían en los talleres y se llevaban por separado a los barcos, donde todo se hacía encajar como se podía y en un lugar de trabajo incómodo. Hoy, los 40 ingenieros que participan en la elaboración de un barco estructuran cada fase del montaje y los bloques, antes de instalarlos en el barco llevan ya toda la tubería y piezas. Es un modelo de trabajo copiado de los astilleros asiáticos. Esta nueva estructura, sin embargo, no garantiza la supervivencia de la compañía y se respira cierto pesimismo. "Nos tememos que la vida límite del astillero sea 10 o 12 años. La empresa no figura en ningún plan de desarrollo. La única baza con que jugamos es que es tractora de la Margen Izquierda. La única que tira de la zona, que subcontrata y con capacidad de crear empleo", indica López quien recuerda: "El futuro depende del partido de turno. Recuerdo las palabras de Arzalluz asegurando que Euskalduna se cerraba por encima de su cadáver. ¿Quién vive de los dos?" Este miedo al futuro se junta con la incertidumbre de ser o no ser empresa pública. Nadie quiere salir del paraguas de la Administración. "La gestión ordenada no depende de ser público o privado. Éste es un sector que genera riqueza y pasar a ser privados tiene riesgo", apunta Pedro Rodríguez, de 44 años, quien llegó hace 28 años a La Naval de la mano de una empresa auxiliar. Koldo Miranda, de 44 años y 30 en el astillero, se lamenta de la precariedad, de cómo los trabajos se llevan fuera para abaratar los costes. Un problema que está directamente relacionado con el despegue tecnológico: el futuro pasa por una oficina técnica, la subcontratación y el ensamblaje. La Naval se está especializando en barcos quimiqueros, cuyos requisitos tecnológicos son muy exigentes, y en shuttles, barcos lanzadera de carga y transporte corto de crudo. En todo caso la empresa, que construye a medida del armador y a tiempo, sueña con una autonomía comercial que le permite captar una cartera de clientes.

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