Tribuna:

La máscara del Zorro

JAVIER MINA Hay que cambiar las espadas por los arados. Lo ha dicho un Arzalluz especialmente inspirado y locuaz tras haberse puesto en contacto con el Mayor Ancestro. Visitar la tumba del padre ideológico de uno tiene que poner la sensibilidad al pil pil, de ahí que tampoco nos sorprenda que nuestro mejor constructor de metáforas se extasiara al relatarnos cuánto le conmovió ver en la Mesa del Parlamento vasco a una vasca y patriota de las que hasta ayer mismo acariciaba el sable, aunque sólo fuera para darle brillo. Conmoción que comparto, ya que encuentro de lo más enternecedor que se pued...

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JAVIER MINA Hay que cambiar las espadas por los arados. Lo ha dicho un Arzalluz especialmente inspirado y locuaz tras haberse puesto en contacto con el Mayor Ancestro. Visitar la tumba del padre ideológico de uno tiene que poner la sensibilidad al pil pil, de ahí que tampoco nos sorprenda que nuestro mejor constructor de metáforas se extasiara al relatarnos cuánto le conmovió ver en la Mesa del Parlamento vasco a una vasca y patriota de las que hasta ayer mismo acariciaba el sable, aunque sólo fuera para darle brillo. Conmoción que comparto, ya que encuentro de lo más enternecedor que se puedan abandonar las prácticas de esgrima y antifaz sin pedir no ya perdón, sino disculpas por haber metido el estoque en algún que otro ojo. Pero a jatorras no nos gana nadie. Lo que simplemente desconcierta es que las invocaciones al arado que Arzalluz realizó en el homenaje anual a Sabino Arana se produjeran tres días después de que Arnaldo Otegi declarase que se están planteando -él, los suyos, las cajas chinas MLNV, EH, HB- "la posibilidad de sembrar la semilla de un Parlamento nacional vasco". ¿Lo cazan? Mientras uno aprieta en el puño la semilla, el otro se aprestaría a trazar el surco. Pero no hay que alarmarse, insisto, se trata de una mera casualidad. El propio Otegi se encargó de avisarnos de que no van a "colocar todos los huevos en las misma cesta", tranquilizando con ello sobremanera a nuestro gran padrino don Xabier, sabedor de que ya no viajarán al vacío -"ya no tengo miedo de que vayamos al vacío"- porque al menos les tocará un huevo. O la cesta. Aunque puede que por tocarles les toque una metáfora. Porque hay que ver cómo se ha puesto lo del hablar. Nos están obligando cada vez más a leer entre líneas. Así, por ejemplo, cuando se invoca una hipotética mesa tildada eufemísticamente de pacificadora, que debería reunir a los partidos para dialogar sin límites ni condiciones previas, ¿se está queriendo decir que no habrá exigencias de ningún tipo, como las que no ha puesto el PNV para que al PSE le resulte sencillísimo entrar en el Gobierno? ¿Se nos quiere hacer creer que las advertencias de EH cuando truenan que la construcción nacional exige que ni el PP ni el PSOE formen parte del Gobierno -vasco- quedarán sin efecto en cuanto toque poner un ladrillo todavía mayor en la pared del Caserío Común? Lo confieso, no entiendo nada. Pero intuyo que se está cociendo un relevo retórico. Me da la impresión de que las metáforas hortofrutícolas tan caras al insigne patrón del PNV se van a ver pronto sustituidas por la jerga neometafísica del rookie Otegi, que es como llaman a los novatos en las canchas americanas. El otro día me eché a temblar cuando le oí proferir cosas como "un sujeto nacional de territorialidad" y "referencialidad instuticional y movilizadora perdida" o que siente la necesidad de conformar con su peña "mayorías abertzales y progresistas al servicio de la institución nacional, esto es, se tienen que realizar unos presupuestos e iniciativas políticas a su servicio", frase que me dejó turulato y me reafirmó en la sensación de que se están poniendo en juego unos parámetros retóricos incomprensibles para el mínimo común denominador de los mortales. Sin embargo, ya estoy más tranquilo. Bastó que el gran filósofo francés Derrida viniera a Madrid dispuesto a gratificarnos con una exhibición de palabrería excelsa para que lo comprendiera todo. En el mismo momento en que lanzó al éter aquello de que "es necesario operar con desplazamientos ínfimos, pero radicales hacia lugares inaccesibles a la reapropiación", se me iluminó la bombilla. ¿Acaso no había en sus palabras cierto tufillo familiar? Ahora puedo asegurarles que no es que Otegi esté derivando hacia la filosofía hermética, sino que nos hallamos ante una impostura: Otegi no sería Otegi, sino Derrida disfrazado. De ahí que hable tanto de Euskal Herria en términos de deseo. De ese "deseo de presencia" regido por "algo que no está aquí y ahora, que en la presencia del presente no se presenta". Así, con Z de Zorro.

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