Tribuna:

Entre el estar y el transitar

JAVIER UGARTE Vivimos en los prolegómenos de algo; Dios sabe qué, pero algo nuevo se nos augura. No un nuevo Gobierno, no una coalición, sea ésta continuista o no, sino algo así como una nueva fórmula de convivencia. En ese sentido vivimos en un tiempo que podríamos definir como prepolítico y constitutivo, en un estado de tránsito (que el avance hacia Europa hace más verosímil). Pero, al tiempo, estamos ya insertos en la política, vivimos (y así lo parece que lo aceptan ahora todos: véase la sugerente escena en el Parlamento vasco) en un marco político bastante estable, con unas instituciones...

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JAVIER UGARTE Vivimos en los prolegómenos de algo; Dios sabe qué, pero algo nuevo se nos augura. No un nuevo Gobierno, no una coalición, sea ésta continuista o no, sino algo así como una nueva fórmula de convivencia. En ese sentido vivimos en un tiempo que podríamos definir como prepolítico y constitutivo, en un estado de tránsito (que el avance hacia Europa hace más verosímil). Pero, al tiempo, estamos ya insertos en la política, vivimos (y así lo parece que lo aceptan ahora todos: véase la sugerente escena en el Parlamento vasco) en un marco político bastante estable, con unas instituciones que marcan unas reglas de juego por las que, bien que mal, todos pueden circular y podrían respetar. En términos constitutivos, estamos y transitamos al mismo tiempo (descuento aquí la variable ETA; aunque su larga sombra presida cada acto político). Pues bien, resolver esa ecuación entre el estar y el transitar es el dilema a despejar, y no otro, en la formación del próximo Gobierno de Juan José Ibarretxe. Hoy se barajan dos posibles soluciones y sus variables, considerando las próximas municipales: la solución de la coalición de los partidos más centrados en la actual política vasca (PNV-PSE-EA) o la formación de un Gobierno del nacionalismo democrático (PNV-EA) con el apoyo externo de EH. La primera es la solución en principio más deseable por múltiples razones: recogería el mandato del cuerpo electoral, marcando un espacio de convivencia consensuado (¿a partir del punto 10 del Pacto de Ajuria y el propio Parlamento?), daría estabilidad al Gobierno en una etapa difícil, probaría el verdadero talante de ETA ante unas elecciones y reforzaría la posición de Ibarretxe dentro de su propio partido (cuestión ésta no menor). Sería un modo de transitar generoso e inteligente. Pero ésta solución tiene un problema: la extrema debilidad del PSE. De un tiempo a esta parte se ha despojado de un proyecto político trabado, de un sólido equipo dirigente y presenta a un PSOE muy debilitado tras los escarceos entre Almunia y Bo rrell. En esas condiciones, el PSE en el Gobierno actuaría subsidiariamente respecto a un PNV omnisciente y ambiguo. El PP podría ocupar su lugar, pero su vocación de oposición en el País Vasco (que terminará pagando) lo descarta de entrada. Hay quien, ante ello, no ve con malos ojos la segunda posibilidad. Pero no sé si se calibran bien las consecuencias de ello. Una situación así facilitaría las cosas a quienes dentro del PNV desean una solución a lo Lizarra. Aparte de la inestabilidad y la parcialidad a que podría verse abocado un Gobierno así, estaría en manos de EH. Y no precisamente por la necesidad de un apoyo parlamentario, sino porque el radicalismo iría ganando la calle y el discurso. Acercar a EH a posiciones de gobierno podría, según algunos, reforzar su mudanza hacia el realismo y la democracia. Yo no lo creo. Por de pronto, sólo está dispuesta a dialogar para lograr un nuevo marco político (¿quién sacraliza las cosas?), rebaja radicalmente la democracia (Asamblea de Ayuntamientos) en aras de una mítica territorialidad, veta (con amenaza) la entrada de otro partido en el Gobierno, se muestra desinhibido aceptando todo tipo de reivindicaciones (del salario social al trazado de autopistas) sin jamás hacer de esto tema de su campaña (que sigue siendo la entelequia de la "construcción nacional") en el más puro estilo populista. En definitiva, ambiciona el poder y emplea para ello tortuosas maniobras políticas despreciando la cultura democrática. Premiar su osadía es confirmarle en su actual estrategia legalista (que no democrática) y desafiante. Un modo de transitar a partir de lo que hay, podría apreciar la propuesta de Gesto por la Paz (partir del Estatuto de Gernika) y hacer caso de Elkarri: superar Lizarra si no incorpora nuevas sensibilidades. Y apoyar todos un Gobierno de entendimiento y amplio consenso.

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