Tribuna:

Un héroe olvidado

En uno de los pocos retratos que se conservan de él, tiene cara de niño y, a pesar de llevar uniforme, no exhibe el gesto feroz que parece ser de reglamento cuando se viste traje militar. Robert Boyd era un teniente irlandés, de religión protestante, que simpatizó con los liberales españoles que en 1831 se habían refugiado en Londres huyendo del régimen absolutista de Fernando VII, el monarca protagonista del que sin duda es uno de los episodios más negros de nuestra historia y de los que más sombras echan todavía sobre nuestro presente. Boyd podía considerarse un joven afortunado: nada más ac...

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En uno de los pocos retratos que se conservan de él, tiene cara de niño y, a pesar de llevar uniforme, no exhibe el gesto feroz que parece ser de reglamento cuando se viste traje militar. Robert Boyd era un teniente irlandés, de religión protestante, que simpatizó con los liberales españoles que en 1831 se habían refugiado en Londres huyendo del régimen absolutista de Fernando VII, el monarca protagonista del que sin duda es uno de los episodios más negros de nuestra historia y de los que más sombras echan todavía sobre nuestro presente. Boyd podía considerarse un joven afortunado: nada más acabar su servicio de armas en la India, había recibido una herencia de 4.000 libras. Pero no encontró el militar irlandés mejor destino para su fortuna que ponerla a disposición de la causa liberal española y fletar un barco que condujera a las fuerzas rebeldes del general José María de Torrijos hasta las costas del sur de España. El gesto resultó inútil porque las autoridades británicas detectaron el compló y confiscaron el barco, lo que no arredró a Torrijos ni a sus seguidores, ni al propio Boyd, que, por el contrario, se comprometió aún más con la causa. El romanticismo -entonces efervescente- puede servir para explicar en parte el desprendido gesto de Boyd de poner toda su fortuna a disposición de una causa ajena y lejana. Pero, además, debía pesar sobre él la ya extendida creencia entre los progresistas de la época -que se prolonga aún en parte hasta nuestros días- de que no había causa justa que pudiera ser defendida en un solo país. Frente a la cicatería nacionalista, las fuerzas de progreso oponían ya entonces el internacionalismo. Boyd terminó dando bastante más que su fortuna a la causa progresista: se alistó en el Ejército de Torrijos, sufrió con sus compañeros una larga ristra de desastres y traiciones y, tras caer en una emboscada en las cercanías de Málaga, fue fusilado junto a medio centenar de rebeldes liberales en la playa de San Andrés el domingo 11 de diciembre de 1831. Nada lograron las peticiones de súplica del embajador y el cónsul inglés. Los restos de Boyd están hoy enterrados en algún lugar no del todo identificado del cementerio inglés de Málaga, uno de los más bellos rincones de la ciudad. Allí hay también un pequeño monumento dedicado a su memoria. En cambio, la ciudad ha olvidado por completo a este hombre. El callejero malagueño está repleto de recuerdos prescindibles e incluso impresentables, así como de un buen repertorio de vírgenes, que ya se sabe lo importante que ha sido para nuestra cultura esa membranilla llamada himen. Sin embargo, no hay una sola evocación de Boyd. Curiosamente, sus descendientes siguen rindiendo culto a su memoria y han visitado la ciudad en más de una ocasión. En cambio, el Ayuntamiento de Málaga, que estuvo tres lustros regido por la izquierda, nunca tuvo un recuerdo para tan generoso hombre. Ahora, un grupo de malagueños relacionados con la cultura ha decidido reivindicar su memoria, sin esperar ninguna efemérides que sirva de excusa. Este 11 de diciembre se cumplen 167 años de su muerte y no era cosa de dejar pasar más tiempo para que, se le hiciera justicia.

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