Tribuna:

La jornada del guardia urbano

El tráfico es uno de los hechos que mayores quejas provocan. En especial, atascos y multas. El conductor es reacio a entender que tanto derecho tiene a moverse (o a no moverse) el que atasca como el atascado. Ambos son coches y ambos ocupan el mismo espacio, y sólo el azar hace que uno esté delante y otro detrás. Las quejas sobre las multas son distintas. Acostumbran a ir acompañadas de una exigencia de justicia, al margen de la legalidad. Ninguno de los lectores que se han dirigido a esta sección protestando por una sanción ha afirmado que no hubiera cometido la infracción, lo que añaden es u...

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El tráfico es uno de los hechos que mayores quejas provocan. En especial, atascos y multas. El conductor es reacio a entender que tanto derecho tiene a moverse (o a no moverse) el que atasca como el atascado. Ambos son coches y ambos ocupan el mismo espacio, y sólo el azar hace que uno esté delante y otro detrás. Las quejas sobre las multas son distintas. Acostumbran a ir acompañadas de una exigencia de justicia, al margen de la legalidad. Ninguno de los lectores que se han dirigido a esta sección protestando por una sanción ha afirmado que no hubiera cometido la infracción, lo que añaden es una pregunta: "¿Por qué a mí?". Lo que subyace a la queja es una supuesta arbitrariedad del sancionador, muy difícil de demostrar. De ahí que cuando este cronista se topó, casualmente, con dos guardias urbanos barceloneses en acción, aprovechara para comprobar si la arbitrariedad era tal como reclamaban los lectores. Los hechos son los que siguen. El lunes 2 de noviembre, a las 11.50 horas, dos guardias aparcan sus motos en la confluencia de las calles de Galileo y Evarist Arnús. Uno a cada lado de una furgoneta situada sobre un paso de peatones que no es sancionada. Los guardias fuman un cigarrillo mientras comprueban que hay un saco de escombros en mitad de la calzada. Hablan con el encargado de las obras sin mayores consecuencias. Unos metros más abajo, en Galileo hay un coche mal aparcado sobre la calzada y media docena sobre la acera. A las 12.03, uno de los guardias se va. El otro remolonea por la zona. A las 12.08, multa al vehículo aparcado en la calzada. A las 12.12, llega una grúa, que tarda seis minutos en cargar ese mismo coche y llevárselo. El guardia habla con un vecino mientras un segundo coche llega y estaciona en el mismo lugar donde estaba el que se había llevado la grúa, pero con dos ruedas sobre la acera. Ni este ni ningún otro vehículo será sancionado. A las 12.29, el guardia da por terminada la charla, monta en la moto y se marcha. Los intentos por comprender y explicar el comportamiento aparentemente arbitrario de los agentes han topado con el silencio por parte del distrito.

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