ELECCIONES EN EL PAÍS VASCO

La alcancía del nacionalismo vasco

La expectativa de paz se vive con intensidad en Ondarroa, donde PNV, EA y HB suman el 70% de los votos

Hay cuatro retratos colgados de la pared, frente a un televisor que sólo habla euskera y una alcancía destinada a recaudar dinero para los presos de ETA. Un hombre joven, con barba y ojos claros, apura un plato de arroz y un vaso de tinto. Se llama Koldo Ituarte Arkotxa, tiene 33 años y es concejal de Herri Batasuna en Ondarroa. Un lugar de Vizcaya donde de siempre los hombres -desde mucho antes incluso de que naciera aquí la madre de Iñigo de Loyola- deben elegir entre la tierra y el mar, y se hacen pescadores.Koldo, sin embargo, se decidió por la política. También tomó el mismo camino un...

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Hay cuatro retratos colgados de la pared, frente a un televisor que sólo habla euskera y una alcancía destinada a recaudar dinero para los presos de ETA. Un hombre joven, con barba y ojos claros, apura un plato de arroz y un vaso de tinto. Se llama Koldo Ituarte Arkotxa, tiene 33 años y es concejal de Herri Batasuna en Ondarroa. Un lugar de Vizcaya donde de siempre los hombres -desde mucho antes incluso de que naciera aquí la madre de Iñigo de Loyola- deben elegir entre la tierra y el mar, y se hacen pescadores.Koldo, sin embargo, se decidió por la política. También tomó el mismo camino uno de sus amigos de la infancia, Aitor Maruri Txurruka. Sus padres fueron durante 20 años los únicos vecinos de Ondarroa que trabajaban en Iberduero -la actual Iberdrola-. A pesar de tanto trato, ahora apenas se hablan, y cuando lo hacen se dicen cosas muy duras para el oído. Koldo fue el primero de la lista de HB en las pasadas elecciones municipales y Aitor encabezó la candidatura del Partido Nacionalista Vasco (PNV). Ahora uno -el nacionalista moderado- es el alcalde del pueblo; el otro, Koldo, el radical, es el jefe de la oposición. Entre los dos se reparten más del 70% de los votos.

Ayer, después de diez días de lluvia, salió por fin el sol y las fachadas de Ondarroa quedaron tapadas por cortinas de ropa blanca puesta a secar. Un día precioso para hablar de paz; los dos aceptaron la invitación.

Y lo hicieron además en castellano, un detalle si se tiene en cuenta que el 90% de los 10.200 vecinos de Ondarroa se manejan en euskera. Aitor, el alcalde, tiene un despacho pequeño, inundado por los reflejos rojos, verdes y blancos de una gran ikurriña. Frente a los ocho concejales que le dan el gobierno al PNV -durante las dos legislaturas anteriores el alcalde fue de Herri Batasuna-, se sitúan los seis de HB, uno de Eusko Alkartasuna, un independiente y otro del Partido Popular. O lo que es lo mismo, 15 concejales nacionalistas contra dos que no lo son. Además, el concejal popular, Germán López Bravo, ni vive en el pueblo ni sabe euskera. "Y aunque tiene una actitud constructiva, justo es reconocerlo", tercia el alcalde, "el hombre no es que se entere de mucho". El concejal del PP es, además, el único sin algún apellido genuinamente vasco; el resto constituye una amalgama de denominaciones de origen: Txapartegi Larrañaga, Ibaibarriaga Etxaburu, Gabilondo...

-Estoy muy ilusionado con que la tregua de ETA desemboque en la paz definitiva, y lo estoy por dos razones: porque me lo creo de verdad y porque estoy obligado a creérmelo.

Aitor Maruri, el alcalde, insiste en que los políticos de todos los partidos -sea cual sea su signo- deben trabajar duro por el fin de la violencia, apostar por ella: "Si el PNV, por poner como ejemplo a mi partido, pierde 10.000 votos por haber tenido contactos con el mundo cercano a HB y a ETA, que los pierda. Me parecerá bien si eso nos acerca a la paz".

A Aitor le fastidia, fundamentalmente, que el clima político, tan enrarecido, termine por contaminarlo todo: "Se hable de lo que se hable -de la pesca, o del problema de la vivienda que aquí es muy grande, o de la falta de industrias- termina en una discusión acalorada entre los de HB y nosotros. Ellos suelen llenar el salón de plenos y cargan el ambiente de tensión todo lo que pueden". Hay veces en que la cuerda, de tan tensa, amenaza con romperse. Sucedió en la primavera de 1995, después de las elecciones que apearon a HB del poder municipal tras ocho años seguidos de gobierno. De pronto empezaron a arder las cabinas de teléfonos, el banco de la plaza, los cajeros automáticos. ¿Y se descubrió quién lo hacía? El alcalde se sonríe, socarrón.

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-Aquí nos conocemos todos. Los simpatizantes de ETA mantuvieron la lucha callejera hasta hace unos meses. Aitor, el alcalde, y Koldo, su amigo de la infancia convertido en jefe de la oposición, se dieron cuenta.

"Lo que yo no termino de entender", habla ahora el concejal de HB mientras apura su plato de arroz, "es cómo el Gobierno no se enteró del asunto, con la de medios que tiene para espiarnos". Asegura que también ellos -los nacionalistas radicales- sufren la tensión: "Lo que pasa es que es necesaria, tenemos que utilizar todos esos métodos para protestar por las detenciones, por la situación de los presos, por las torturas...; la Ertzaintza nos ha defraudado, nunca creímos que le fuera a hacer el juego al Gobierno".

Se explaya con el periodista -"y eso que sois unos manipuladores"-, y le reconoce que también él está ilusionado con la paz, que por ahora no va a haber lucha callejera, que quizás haya algún muerto y que ETA tiene mucho que ver con el bienestar de los vascos "desde Carrero Blanco".

Uno y otro, nacionalistas al fin y al cabo, coinciden en que los partidos de Madrid tienen que consentir el referéndum de la autodeterminación. Ambos coinciden en la pregunta: "¿Por qué tendrán Aznar y González tanto miedo a que los vascos voten libremente si quieren seguir siendo españoles?".

Afuera, sobre las calles de Ondarroa, seguía puesto el sol. También en el puerto, donde 65 barcos de altura y 20 de bajura van y vienen con pescado fresco -bonito, sardinas, anchoas- de todos los mares. Ayer, cuando ya atardecía, una patrulla de la Ertzaintza se acercó hasta el muelle. Uno de los pesqueros había encontrado en alta mar un catamarán a la deriva y lo había remolcado hasta el puerto. No habían encontrado tripulantes a bordo. Unos cuantos pescadores discutían en euskera sobre ese misterio, sobre el precio de las sardinas, sobre la paz.

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