Una gatera en la ciudad

"Se está haciendo un planeamiento de guerra de guerrillas". "Al mirar la ciudad en su conjunto, lo que se ve es puro caos". Son afirmaciones de dos arquitectos valencianos sobre el actual desarrollo urbanístico de la ciudad de Valencia, propiciado por el vigente Plan General de Ordenación Urbana (PGOU), aprobado en el año 1988 y que aspiraba a erradicar el planeamiento desarrollista del franquismo para sustituirlo por uno más acorde con los nuevos tiempos. Pero, pese al avance que supuso, el nuevo documento urbanístico dejó demasiadas cuestiones sin definir y relegó al planeamiento diferido im...

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"Se está haciendo un planeamiento de guerra de guerrillas". "Al mirar la ciudad en su conjunto, lo que se ve es puro caos". Son afirmaciones de dos arquitectos valencianos sobre el actual desarrollo urbanístico de la ciudad de Valencia, propiciado por el vigente Plan General de Ordenación Urbana (PGOU), aprobado en el año 1988 y que aspiraba a erradicar el planeamiento desarrollista del franquismo para sustituirlo por uno más acorde con los nuevos tiempos. Pero, pese al avance que supuso, el nuevo documento urbanístico dejó demasiadas cuestiones sin definir y relegó al planeamiento diferido importantes áreas de expansión de la ciudad, como la zona de Ademuz, y proyectos emblemáticos como el Parque Central. Diez años después, esas carencias, unidas al masivo recurso a los estudios de detalle, han desvirtuado aquellos objetivos del Plan General y han generado un urbanismo de "retales" contrapuesto a la voluntad integradora del planeamiento aprobado en 1988. EL PAÍS abordó estas cuestiones con dos arquitectos valencianos, Salvador Lara y Juan Pecourt. El primero es profesor de Estética en la Universidad Politécnica de Valencia y presidente de Edilicia, agrupación de arquitectos dedicada a la promoción y protección del patrimonio arquitectónico. El segundo es urbanista y trabaja como tal en el Ayuntamiento de Torrent. El "abuso" de los estudios de detalle y la "dictadura" de los promotores han prostituido el Plan General de 1988, según estos dos profesionales, que consideran "obsoleto" el planeamiento vigente y creen necesaria su revisión. "Son los constructores-promotores los que están condicionando todo el planeamiento, encauzan al Ayuntamiento hacia sus intereses", señala Lara. "Se está abusando de los estudios de detalle, que constituyen la gatera de un Plan General que da una imagen de seriedad pero que no es auténtica", comenta Pecourt. Ambos coinciden en que la unión de estas dos cuestiones genera un diseño de la ciudad a base de "retales". "No hay una concepción unitaria del planeamiento, y eso sólo se puede conseguir desde la iniciativa pública, que debe regularlo", señala Juan Pecourt, "se deja todo en manos de la iniciativa privada, que tiene intereses distintos a los de la Administración, y ésta, por lo menos, debería ejercer un control". "Al final", añade este prestigioso urbanista, "el urbanismo y la arquitectura los hacen unos señores cuyo único objetivo es vender pisos". Salvador Lara pone el contrapunto al considerar "lícito" que los promotores quieran obtener beneficios "en proporción al riesgo, que es grande", pero llama la atención acerca de la progresiva pérdida de protagonismo del Colegio de Arquitectos que, asegura, "hoy en día se limita a poner un cuño y listo". "Se ha dimitido de una forma escandalosa de todo lo que significa ordenación de la ciudad", critica Pecourt. Los promotores mandan. Y todo ello cuando la ciudad de Valencia experimenta una progresiva pérdida de población que pone en entredicho el ritmo actual de construcción de nuevas viviendas. "Lo que pasa es que abandonamos el centro, no recuperamos el centro histórico, y nos vamos a la periferia", denuncia Lara. Juan Pecourt lamenta la desaparición de la concepción de la ciudad como un "producto de arte", el abandono de la visión de conjunto: "Se ha perdido el oremus", dice, "de manera que cualquier iniciativa es fácilmente aceptada", aunque constituya una aberración. De ahí la gráfica descripción del "planeamiento de guerra de guerrillas". Pecourt alerta acerca de los perjuicios que se pueden derivar para la ciudad de este modo de actuar. "Ni en el aspecto ético, ni estético, ni funcional existe un modelo", afirma Pecourt, "al mirar la ciudad en su conjunto, lo que se ve es puro caos". Edificios "singulares" Los dos arquitectos coinciden en criticar la moda de los edificios singulares pretendidamente novedosos, supuestamente atrevidos y con una vocación de espectacularidad no siempre conseguida cuya construcción obedece exclusivamente a motivos comerciales. "Las promociones venden lo epidérmico -el climalit, porcelanosa, el videoportero y la puerta blindada-, no se ofrece ningún edificio publicitando su calidad arquitectónica, ni su estética, ni su funcionalidad", critica Lara. El origen de todos los problemas que han surgido está, para estos dos profesionales, en un Plan General que "nació de forma tormentosa" y que "renunció a solucionar los grandes problemas urbanísticos de la ciudad". Pecourt pone de relieve que "lo único que resuelve [el Plan General] es el mecanismo de realización de los proyectos". Y Lara apostilla: "Hay una serie de estudios de arquitectos, pocos, que conocen todos los mecanismos que establece el Plan General y que, además, los dominan dentro de la Administración". Según Lara, "ninguno de estos estudios de arquitectos trabaja en el centro histórico, se dedican a trabajar en la periferia, acumulando licencias".

"Mutaciones" de detalle

"Los estudios de detalle consolidan lo excepcional como habitual y desencadenan un mecanismo que vulnera la filosofía del Plan General con impunidad por contribuir a desnaturalizar físicamente la idea de ciudad". La cita pertenece a una comunicación presentada en un congreso de la Unión Internacional de Arquitectos por Adolfo Herrero, arquitecto municipal en Valencia. En su intervención, Herrero ponía de manifiesto que los estudios de detalle -que califica como un sistema "perverso"- suponen un "permanente cuestionamiento" del Plan General y aseguraba que los resultados de su aplicación "no son muy distintos del planeamiento desarrollista precedente", en referencia al denostado plan del año 1966. "La acumulación de alteraciones derivadas de los estudios de detalle", añadía este arquitecto, "constituye una modificación sustancial de aspectos estructurales del Plan General". En definitiva, "un camino de transformación de la ciudad no planificado". Adolfo Herrero bautizó este sistema como mutaciones de detalle. Y es que desde que se aprobó el actual planeamiento, el Ayuntamiento de Valencia ha dado luz verde a casi un centenar de estos estudios de detalle -una figura prevista en el Plan General- destinados en su mayor parte a aumentar las alturas de edificación hasta duplicar o incluso triplicar las plantas inicialmente previstas. Además, como ponía de relieve Herrero, la normativa del plan es tan permisiva que permite a la iniciativa privada decidir, mediante un simple estudio de detalle, un cambio de usos en un área de la ciudad para que, por ejemplo, una zona residencial se convierta en una de carácter terciario. La mayor parte de estos estudios de detalle afectan a las nuevas áreas de expansión de la ciudad, donde se está imponiendo un modelo de desarrollo urbano a la americana y pretendidamente moderno. Pero para Adolfo Herrero, esta "sistemática operación de cirugía plástico-arquitectónica" que se está registrando en los últimos años en la ciudad de Valencia constituye una modernidad que considera muy particular ya que, en su opinión, "no es sino el pretexto para la apropiación indebida de las plusvalías a costa del deterioro de la imagen urbana".

Emblemas como coartada

Desde el punto de vista urbanístico, la ciudad de Valencia ha desperdiciado en las últimas décadas la mayor parte de sus grandes oportunidades. Proyectos de remodelación urbana que sobre el papel ofrecían enormes posibilidades de lucimiento -para la ciudad, para sus dirigentes, para los arquitectos, para los promotores y los constructores- se han convertido finalmente en meras operaciones especulativas que han generado atrocidades urbanísticas. Al final, esos grandes proyectos han sido casi siempre una mera excusa que ha propiciado un crecimiento desordenado y que ha servido para justificar enormes densidades de construcción, casi siempre con planteamientos estéticos discutibles y calidades inversamente proporcionales a las magnitudes de la superficie construida. Y todo ello para engrosar aún más el ya importante parque de viviendas vacías en Valencia, como destaca Salvador Lara. Sucedió con la apertura de la avenida de Aragón, se reprodujo con la prolongación del Paseo al Mar -hoy Blasco Ibáñez-, está pasando con la avenida de Francia y lleva camino de repetirse en la nueva avenida de las Cortes Valencianas. En los dos últimos casos, el fenómeno se registra al amparo de actuaciones públicas de carácter emblemático, como la Ciudad de las Artes y las Ciencias y el Palacio de Congresos. La eliminación de la antigua Estación de Aragón permitió la apertura de una gran avenida en el tramo que anteriormente ocupaban las vías de ferrocarril. La operación permitió dignificar la entrada a la ciudad desde el norte mediante el trazado de una amplia avenida. Siguiendo los patrones clásicos, en primera línea se proyectaron construcciones de alturas proporcionales a la anchura de la avenida. Pero lo que surgió después superó con mucho las previsiones. A espaldas de la primera fila de edificios se levantaron bloques de igual altura, pero con vías mucho más estrechas, lo que obligó incluso a convertir en pasaje una de las calles proyectadas. La historia se repitió, en menor medida pero con planteamientos estéticos y de calidad igualmente deficientes, en la década de los ochenta, con motivo de la prolongación de la avenida de Blasco Ibáñez entre Manuel Candela y Serrería. Nuevo modelo En la década de los ochenta el sistema fue mejorado. La apertura de una gran avenida ya no era gancho suficiente. La venta de pisos requería de un nuevo modelo, con nuevos alicientes. Y los promotores aprovecharon lo que la Administración puso a su alcance. El proyecto de la Ciudad de las Artes y las Ciencias ha sido el motor de una enorme operación urbanística a ambos lados del Jardín del Turia. Pero, de nuevo, lo que políticos y promotores vendieron como una de las zonas con mayor futuro de Valencia lleva camino de caer en la mediocridad, en la aglomeración, la improvisación y el caos. Juan Pecourt y Salvador Lara coinciden en esta apreciación. La torre de telecomunicaciones que incluía el primer boceto fue la excusa para permitir la construcción de edificios más altos de lo previsto. El pirulí de Santiago Calatrava fue eliminado, pero los bloques quedaron. Pecourt y Lara también coinciden al lanzar la voz de alarma sobre el desarrollo de la zona de Ademuz. Allí es el Palacio de Congresos diseñado por Norman Foster el que actúa como gancho. Al amparo de la sardineta, como se conoce ya al edificio del arquitecto británico, los dos técnicos temen el surgimiento de enormes bloques de viviendas y de algún edificio singular, todo ello sin un planeamiento unificador que pueda dar coherencia a esta importante zona de expansión de la ciudad de Valencia.

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