Tribuna:

Fenómenos evolutivos

Los científicos acaban de descubrir una nueva especie de mosquito en los túneles del metro de Londres. Si los antropólogos tuvieran la paciencia de los entomólogos, habrían descubierto un nuevo hombre en Tribunal, Noviciado o Núñez de Balboa. Prestamos más atención al reino animal que al humano, en el caso de que no seamos vegetales. Del mosquito londinense hemos averiguado que se alimenta de la sangre de los viajeros. Lo que no sabemos es de qué vive el nuevo hombre de Tirso de Molina, Ópera o Cuatro Caminos con lo difíciles que están las cosas. Seguramente, del trabajo temporal.Este mismo ho...

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Los científicos acaban de descubrir una nueva especie de mosquito en los túneles del metro de Londres. Si los antropólogos tuvieran la paciencia de los entomólogos, habrían descubierto un nuevo hombre en Tribunal, Noviciado o Núñez de Balboa. Prestamos más atención al reino animal que al humano, en el caso de que no seamos vegetales. Del mosquito londinense hemos averiguado que se alimenta de la sangre de los viajeros. Lo que no sabemos es de qué vive el nuevo hombre de Tirso de Molina, Ópera o Cuatro Caminos con lo difíciles que están las cosas. Seguramente, del trabajo temporal.Este mismo hombre, sin embargo, poseía hace años un contrato fijo y unos derechos y unos sindicatos que velaban por su cumplimiento. Llegó a haber incluso despachos de abogados laboralistas porque, sorprendentemente, había leyes laborales. La aparición del nuevo hombre en el metro madrileño ha dado al traste con esta especialización jurídica. Con frecuencia, el nacimiento de unas especies da lugar a la extinción de otras. Los laboralistas de antaño, como Felipe González, han tenido que ponerse al día en derecho penal porque, si no, no hay forma de mantener el bufete abierto. Lo curioso del mosquito del metro londinense es que vive todo el tiempo en la misma estación, pese a que no le sería difícil emigrar aprovechando las corrientes de los túneles. Es como si una vez probada la sangre de un usuario determinado le repugnara tomar otra. Cada mosquito tendrá, pues, su tipo de trabajador favorito al que distinguirá enseguida por medio del olfato para no envenenarse con el plasma de otro. Es sabido que las abejas están muy especializadas y la que se dedica a fabricar miel de romero no se le ocurriría jamás introducir en su estómago un solo gramo de almíbar de caléndula. Los mosquitos del metro londinense sólo pican a administrativos de tercera, o a obreros metalúrgicos, o bien a funcionarios con más de tres trienios, alternativamente. Si en el metro de Madrid hubiera una especie tan curiosa, tendríamos un mosquito especializado en picar a Ruiz-Gallardón, un excéntrico que usa mucho el metro, según leí hace tiempo en alguna revista absurda. Yo no he coincidido nunca con él, pero a lo mejor es que va con el casco de la moto puesto para que no le reconozcamos. Los excéntricos suelen serlo en todo.

Lo importante, en cualquier caso, es señalar que la vida surge en el medio más hostil. Ese mosquito inglés que la ciencia contempla con asombro entró en los túneles del metro hace más de un siglo, cuando el suburbano se encontraba en proceso de construcción, y se ha adaptado a él a una velocidad que en cambios evolutivos semejantes requiere miles de años. Los túneles es lo que tienen, que lo mismo aceleran las partículas que los genes y a veces actúan también como agujeros temporales que permiten asomarse a la prehistoria biológica. Ese trabajador temporal, que va de Esperanza (es un decir) a Prosperidad (es otro decir) sin más derechos laborales que la clemencia de la parte contratante de la primera parte, es en realidad un fósil de la revolución industrial. Es más, entró en el metro en plena fiebre de los telares mecánicos, y tras una serie de mutaciones prodigiosas que le dieron alas y se las quitaron de forma sucesiva, acaba de regresar a sus orígenes biológicos, y es un prodigio de sencillez orgánica, dotado de una economía reivindicativa sin la que en otro tiempo la vida bajo la tierra habría parecido insoportable. En unas circunstancias normales, esta mutación habría exigido siglos, pero gracias al liberalismo intransigente se ha producido en el metro de Madrid en apenas unos años.

Quizá el afán de Álvarez del Manzano por construir túneles, agujeros, madrigueras, boquetes, hoyos, perforaciones, brechas, tenga en el fondo un afán científico. Vete a saber qué clase de mosquito, o de hombre, puede aparecer dentro de un siglo en esos orificios tan denostados hoy por el pensamiento. Donde no actúa el intelecto, trabaja la biología. Álvarez del Manzano es biología en estado puro, pero del mismo modo que la historia reconocerá en Cascos a Jovellanos, los entomólogos futuros levantarán un monumento a nuestro alcalde: sólo deseamos que se lo encarguen al hijo del que ha hecho el de la violetera. Ahí llega mi metro. Buenos días.

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