Tribuna:

Eolo al día

En la soberbia edición del Quijote hecha por Francisco Rico al frente de una pléyade de especialistas, se siguen bien sus muchos pasos andaluces y aparecen, en ilustrativos gráficos, desde un plano de la Posada del Potro, en Córdoba, paradero del escritor o bien frecuentada por él, hasta el nombre del más mínimo elemento de los aparejos que se usaban para las caballerías. Pero aún no encontré, en tan exhaustivo rastreo, una vida de Cervantes. La buscaré mejor; puede pensarse que, si no viniera en una obra de semejante porte, se debe a lo muy comprometido del tema. En la biografía de don Miguel...

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En la soberbia edición del Quijote hecha por Francisco Rico al frente de una pléyade de especialistas, se siguen bien sus muchos pasos andaluces y aparecen, en ilustrativos gráficos, desde un plano de la Posada del Potro, en Córdoba, paradero del escritor o bien frecuentada por él, hasta el nombre del más mínimo elemento de los aparejos que se usaban para las caballerías. Pero aún no encontré, en tan exhaustivo rastreo, una vida de Cervantes. La buscaré mejor; puede pensarse que, si no viniera en una obra de semejante porte, se debe a lo muy comprometido del tema. En la biografía de don Miguel hay puntos y momentos oscuros, empezando por un impresionante documento, con todos los visos de legítimo, que sitúa su cuna en Alcázar de San Juan y no en Alcalá de Henares, o síntomas que lo mostrarían como cordobés. Pero, naturalmente, ninguna de esas oscuridades disminuye la gloriosa vigencia de la obra cervantina, comandada por el universal caballero manchego y sus imágenes. Imágenes tan imborrables como la de los molinos de viento a los que el Quijote ataca, contra los aterrados consejos de Sancho y confundiéndolos con feroces seres colosales: "... ¡pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo me las habéis de pagar!". Cabe imaginar que si Eolo, el antiguo dios del viento, hubiera entrado en calma en ese instante, habría también cesado la embestida del caballero a los aquietados molinos con el saludable ahorro del palizón que le siguió. A tope recordé esa escena cuando, rodando el mes pasado de Tarifa a Algeciras, nos dimos con el ya largo y estupendo paisaje de la planta eólica frente al Estrecho. Sobre la marcha del coche y decorando los cerros, aparecían sucesivas hileras de animados "molinitos" blancos, los autogeneradores que el viento alimenta y al que convierten en energía. Hace pocos años, vi solamente diez o doce; ahora es una fiesta aquello. Sin hablar de su primer papel en la historia de la navegación (que es decir, en la Historia con mayúscula), Eolo sigue prestándonos importantes servicios "de aspa", ayer para la molturación del trigo y cereales; hoy, puesto al día, para su aprovechamiento energético mediante estas plantas eólicas (además, tan bellas y descontaminantes) que enriquecen nuestro Sur más Sur y que, me han contado expertos, suponen para Andalucía un inestimable bien futuro, dadas sobre todo la fuerza y abundancia con que Eolo se mueve en esa zona. Pero también hay quejas ecológicas con la planta eólica. Al parecer, el ruido de los generadores perturba los ires y venires migratorios de las muchas especies de aves que viven entre Europa y África, y cuyo corredor de siempre es el Estrecho. Es de esperar y desear que con el tiempo, esos pájaros se habitúen. Si no sucede así, es sensato pensar que no todo puede ser redondo, y sopesar las ventajas no menos ecológicas de dichas instalaciones, que permiten vivir sin temor a cualquier "broma" radiactiva.

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