Reportaje:OASIS DE AGOSTO

Remo y sedal

El lago de la Casa de Campo, con menos usuarios estivales que el estanque del Retiro, permite que los jubilados echen la caña a las carpas de ida y vuelta

Le llaman lago y él intenta serlo. Con tanto empeño que ha logrado dar su nombre a una estación de metro. Más justo -y menos poético- sería llamarlo embalse, pero entonces la Casa de Campo perdería otra joya de su corona. Además, tiene botes de remo, piraguas, pescadores y hasta un falso géiser.En verano demuestra otra rara habilidad: puede proporcionar fresco o calor. El primero lo disfrutan quienes acuden a solazarse a sus riberas durante el día -por la noche, en los alrededores, el solaz es más bien lúbrico y de pago-.

La sofoquina diurna es monopolio de quienes deciden bogar baj...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Le llaman lago y él intenta serlo. Con tanto empeño que ha logrado dar su nombre a una estación de metro. Más justo -y menos poético- sería llamarlo embalse, pero entonces la Casa de Campo perdería otra joya de su corona. Además, tiene botes de remo, piraguas, pescadores y hasta un falso géiser.En verano demuestra otra rara habilidad: puede proporcionar fresco o calor. El primero lo disfrutan quienes acuden a solazarse a sus riberas durante el día -por la noche, en los alrededores, el solaz es más bien lúbrico y de pago-.

La sofoquina diurna es monopolio de quienes deciden bogar bajo un sol de justicia. Son los menos, pero los hay. Se suelen acercar al géiser central, en realidad un surtidor que oxigena el agua, con el deseo de recibir una ducha que atenúe el riesgo de congestión. Los deportistas federados prefieren las horas frescas.

Por 550 pesetas, los remeros tienen derecho a navegar, o a dejarse mecer si los brazos dicen basta, durante tres cuartos de hora. Este lapso permite, incluso, bautismos náuticos. Como el de Carmen González Guerra, una niña de nueve años que el pasado miércoles navegaba por primera vez con su sudoroso tío de patrono. "Me gusta mucho esto. No me he mareado", decía esta chiquilla llegada desde un pueblo madrileño.

Al contrario que su primo hermano, el estanque del Retiro, el lago de la Casa de Campo tiene en los meses de verano una afluencia discreta, por culpa del calor (2.681 usuarios el pasado julio frente a los 15.245 del recinto monumental). En cambio, en primavera le gana la partida (18.260 clientes lacustres frente a 14.672 del estanque), según los datos del gestor de ambos, el Instituto Municipal de Deportes (IMD). "En el lago, la cifra de usuarios depende más del clima, quizá porque la Casa de Campo es menos céntrica que el Retiro", detalla el gerente del organismo, Guillermo Jiménez.

Diferente emplazamiento, pero el mismo número de barcas en alquiler (un centenar) e idénticos precios. Para sacudirse cualquier riesgo de complejo, el lago puede esgrimir su superficie -80.000 metros cuadrados frente a los 37.000 del Retiro-. Otro punto a su favor, el pedigrí lacustre y hasta fluvial: el embalse, de metro y medio de profundidad, se desbordó en junio de 1995 y anegó la M-30. Una vez reparados sus muros de hormigón, se rellenó con el agua que le llega naturalmente, la del arroyo Meaques. Hubo que esperar meses a que se colmara, y combatir luego las algas nacidas en ese líquido no potable.

La calidad de este agua turbia, "deportiva" según el IMD, no preocupa a los deportistas más tranquilos: los pescadores jubilados. Echar la caña en la Casa de Campo es un privilegio reservado a mayores de 65 años y a minusválidos. Pero las 3.000 carpas son de ida y vuelta.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

"Si no pican, uno echa la mañana. Y si pican, se devuelven y también se pasa la mañana", explica Rafael Manzanares, un habitual que ha cobrado y devuelto en poco rato un par de peces. "La cosa es distraerse", tercia otro pescador, Fermín Arranz. Como su compañero, ha llegado con los trebejos en la línea 10.

Las gentes de la caña y los piragüistas han alcanzado un pacto de no agresión que evite riesgos a unos y otros, explica Ramón Lacaba, del IMD. Los remeros eluden bogar junto a la orilla, para no interferir el rumbo de los cortantes sedales, y los pescadores limitan el carrete.

Entre unos y otros, los patos hacen su vida. "No los hemos puesto nosotros", asegura Lacaba. Detalla que la procedencia de los palmípedos es sobre todo doméstica: hay padres que han dejado en estas aguas al patito infantil que creció demasiado en casa. "También hay algunos ejemplares salvajes que han decidido quedarse aquí. Tienen comida y están tranquilos", añade.

Una decena de jubilados maneja la caña en las riberas sombreadas. Al frente, Madrid se encarama sobre una muralla verde. A la espalda, los chiringuitos preparan las mesas de mediodía y los piperos esperan a la clientela infantil. Por un instante, amén de estación de metro, este lago parece casi alpino.

Archivado En