Tribuna:

De las hordas piratas a las turísticas

Hace algunas centurias, el buen ojo de un pirata tuerto encaramado al mástil de su goleta bastaba para arruinar una pequeña población costera. Los saqueos eran frecuentes e inmisericordes y las defensas de los afables pescadores ante un sorpresivo ataque por mar, inconsistentes. No había otra solución que esconderse tras las montañas. El núcleo de Colera, agazapado tras una pequeña colina, o el de Llançà, prudentemente alejado de la línea costera, constituyen buenos ejemplos de la respuesta ante un peligro que permaneció latente hasta bien entrado el siglo XVIII. Con los años llegaron épocas ...

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Hace algunas centurias, el buen ojo de un pirata tuerto encaramado al mástil de su goleta bastaba para arruinar una pequeña población costera. Los saqueos eran frecuentes e inmisericordes y las defensas de los afables pescadores ante un sorpresivo ataque por mar, inconsistentes. No había otra solución que esconderse tras las montañas. El núcleo de Colera, agazapado tras una pequeña colina, o el de Llançà, prudentemente alejado de la línea costera, constituyen buenos ejemplos de la respuesta ante un peligro que permaneció latente hasta bien entrado el siglo XVIII. Con los años llegaron épocas de paz y de turismo, y los invasores marítimos fueron sustituidos por oleadas de visitantes terrestres, sedientos de agua de mar y de insolación. Los pueblos, acuciados entonces por estas nuevas demandas que dispararon sus modestas economías locales, debieron volver a mirar al mar sin miedo. El urbanismo se desparramó ante la costa. Al norte del cabo de Creus se actuó con mayor moderación que en otros puntos de la costa gerundense. Nombres como El Port de la Selva, Llançà, Colera o Portbou evocan todavía unas vacaciones tranquilas, relajadas, apartadas del mundanal ruido. En Llançà, el paradigma del sosiego vacacional lo constituye la sombra del llamado Árbol de la Libertad, en la plaza Major del municipio. Casi tan emblemático como este enorme plátano es el pintor Martínez-Lozano, a quien puede encontrarse casi a diario bajo su copa, en la terraza del bar Can Felip, atareado con su cuaderno y sus pinceles. Pepe, como le conoce todo el pueblo, descubrió Llançà en el año 1945, cuando cumplía el servicio militar en Figueres. Desde entonces ha permanecido vinculado al municipio y asegura que se ha convertido en su embajador por todo el mundo. El pintor ha asumido sin demasiados problemas los cambios que ha experimentado el pueblo gracias a su carácter cosmopolita y abierto. No obstante, no por eso deja de lamentar que la masificación de los últimos años haya acabado con parte de la antigua tranquilidad. El optimismo vital de los 75 años de Martínez-Lozano contrasta con la desidia cultural y el desencanto que el pintor detecta en la sociedad actual. Hoy, la gente hasta es perezosa a la hora de aplaudir, asegura. El acuarelista ironiza respecto a cierto turismo barcelonés que frecuenta Llançà, los culs blancs, como los llama, que se caracterizan por una constante ostentación económica e intelectual. El entusiasmo del pintor, junto a la colaboración institucional, ha hecho que Llançà pueda presumir de tener el único museo de la acuarela que existe en el mundo y que próximamente ocupará un nuevo local en el centro del municipio. Martínez-Lozano, reputado acuarelista, habla con entusiasmo de la pasión que siente hacia esa técnica pictórica: La acuarela es sensual, acaricia la tela, mientras que el óleo es sexual, la toca. La acuarela fluye, todo su secreto reside en el agua, en encontrar el punto justo de equilibrio. Con un cigarro en una mano y un diestro pincel en la otra, Martínez-Lozano predica con el ejemplo en plena plaza Major, ante la atenta mirada de algún turista. Le han hecho hijo adoptivo del municipio y le han dedicado una calle. El pintor bromea: "Casi me siento un muerto viviente". Sorteando la escarpada pureza geológica de las montañas que rodean Llançà, El Port de la Selva y Colera, el viajero poco amigo de los aires marítimos puede trazar un atractivo itinerario megalítico y prerrománico. El menhir del Mas Roqué, en Rabós d"Empordà, es uno de los mayores del país. La leyenda incrementa todavía más su tamaño, asegurando que su parte subterránea llega hasta el mar, que se encuentra a una considerable distancia. Al parecer, los habitantes de la zona aplicaban el oído a la piedra para escuchar el ruido de las olas y conocer así el estado de la mar. Los dólmenes del Mas de la Mata, en El Port de la Selva, y el de la Tomba de l"Abat, en Llançà, pueden completar el trayecto. El monasterio de Sant Quirze de Colera, en el paraje recóndito y solitario de la Serra de l"Albera, constituye un buen contrapunto a la obligada visita a Sant Pere de Rodes y demuestra que el equilibrio de formas del románico también puede hallarse en construcciones modestas. Con un poco de suerte, el viajero puede cruzarse con uno de los pobladores más antiguos del territorio, la tortuga mediterránea. El Centro de Reproducción de Tortugas de L"Albera, en Garriguella, intenta repoblar de nuevo la sierra y ahuyentar el peligro de extinción. En Colera, a imagen y semejanza de Llançà, también existe un emblemático plátano bajo cuya sombra se cobija la vida social del municipio. Una placa acredita que ha recibido el título de árbol monumental por parte de la Generalitat. Bajo su copa se produce un curioso paralelismo respecto al pueblo vecino: también allí podemos encontrar a diario, sentado en la terraza de un bar, a un pintor conocido por todos, indisociable de la vida diaria del municipio: el neoyorquino Ralph Barbanei. El artista, en compañía de su mujer, la belga Silvy Wittervrongel, se instaló en Colera hace ocho años, huyendo del apretujado mundillo artístico de Cadaqués y de las pocas perspectivas que le ofrecía aquel municipio de prosperar como artista. El matrimonio se lió la manta a la cabeza y empezó una peregrinación en busca de algún pueblo donde establecer su residencia. Su elección de Colera, después de atravesar las áridas sierras que lo mantienen extrañamente al margen de las embestidas turísticas de sus municipios vecinos, parece inspirada por el obstinado espíritu de conquista que animó a los pioneros del lejano oeste. No deja de sorprender a los foráneos que la galería de arte dirigida por Silvy haya podido labrarse un merecido prestigio en los círculos artísticos desde un territorio tan inhóspito. No obstante, Jordi Falgàs, de la Fundación Gala-Salvador Dalí, asegura que el dramatismo de ese tramo de la costa, marcada por el viento, la tierra y el mar, encajan perfectamente con la capacidad de conmover que persigue la obra de Barnabei. En el municipio, muchos admiten que la galería Horizon ha inyectado unas gotas de pasión a un pueblo que parece que todavía no ha superado la vieja congoja ante una invasión pirata.

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