Tribuna:

Primer manifiesto pospujolistaJOSEP RAMONEDA

El problema de los liderazgos políticos fuertes es que dejen más deudas que capital a sus sucesores. Los proyectos políticos que se confunden con un liderazgo personal tienen su destino ligado a la suerte del líder. Con él envejecen y cuando él desaparece de la escena pública no queda más remedio que volver a empezar. Convergència Democràtica de Catalunya tiene 20 años de existencia pero, en realidad, su verdadera edad es la de Pujol. El control y la representación carismática del partido que Pujol ha asumido prácticamente en exclusiva, hasta el punto de ir quemando las personalidades de las g...

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El problema de los liderazgos políticos fuertes es que dejen más deudas que capital a sus sucesores. Los proyectos políticos que se confunden con un liderazgo personal tienen su destino ligado a la suerte del líder. Con él envejecen y cuando él desaparece de la escena pública no queda más remedio que volver a empezar. Convergència Democràtica de Catalunya tiene 20 años de existencia pero, en realidad, su verdadera edad es la de Pujol. El control y la representación carismática del partido que Pujol ha asumido prácticamente en exclusiva, hasta el punto de ir quemando las personalidades de las generaciones intermedias que apuntaban perfiles y estilos distintos, hace que para la opinión pública ni siquiera sea pensable una Convergència sin Jordi Pujol. Consciente de ello, Duran Lleida lleva años en un ejercicio sistemático de desmarque sin ruptura intentando que Unió adquiera una imagen autónoma suficiente para poder desligar su destino del de Pujol. Por esta razón hay conciencia creciente en los medios políticos, especialmente en los nacionalistas, que más allá de que se dé o no la alternancia política, el gran cambio de la política catalana llegará cuando, como consecuencia de la retirada de Pujol, el espacio convergente estalle y se produzca una reorganización general del sistema catalán de partidos. De modo que muchos están pensando en las próximas elecciones catalanas con la mirada puesta más allá. Convencidos de que una posible victoria de Maragall, hoy todavía improbable, podría acelerar el proceso pero que el verdadero terremoto en la escena política catalana vendrá después, cuando Pujol decida que son ya bastantes años con el país a cuestas, por fatiga o porque se dé cuenta que mucha gente se ha ido bajando de la mochila. Algunos incluso temen que un nuevo mandato de Pujol sea el mandato basura, aquel (como el de González después del 93) en que emergen todas las miserias acumuladas en tan larga gestión, en que todo el mundo se atreve porque se percibe que la autoridad ya no es la misma. Con lo cual las condiciones de reconstrucción del espacio convergente podrían ser todavía más complicadas. En la avalancha de manifiestos, contramanifiestos, declaraciones y textos de trabajo de las últimas semanas ha pasado medio desapercibido el documento de aportación de la Fundación Barcelona titulado Por un catalanismo renovado, que, en cierto modo, podría considerarse el primer manifiesto del pospujolismo surgido de las propias filas convergentes. No voy a entrar en cuestiones de cocina política e intriga palaciega que me parecen irrelevantes. Si fuera verdad que Pujol estimuló la publicación de este documento para compensar la presentación de la plataforma tripartita con los nacionalistas vascos y gallegos, sólo significaría que Pujol está llevando hasta límites caricaturescos su habitual práctica del doble lenguaje. Mientras los acentos del texto de trabajo de la alianza de nacionalismos autónomos nos retrotraen al debate de los principios (poniendo incluso en cuestión el pacto constitucional, contra la doctrina convergente tradicional), el documento de la Fundación Barcelona está presidido por la voluntad de renovación y de mirar al futuro. Lo hace sin complejos ni paranoias. Hasta el punto de que es quizás el primer documento oficial nacionalista que parte de la reflexión sobre las propias carencias y errores, en vez de practicar el victimismo recurrente que culpa a los demás de todos los males. También en esto es un documento claramente pospujolista. Las intenciones quedan manifiestas en el título del documento. Sistemáticamente se utiliza la expresión catalanismo en lugar de nacionalismo, quizás para significar que "es necesario refundir los conceptos de nación y sociedad, entendiendo que el referente no ha de ser el Estado sino las personas", y para señalar inequívocamente la voluntad de desplazar el protagonismo de lo identitario y lo soberanista a lo comunitario y a lo moderno. En cualquier caso, es explícita la voluntad de inscribirse en la tradición del catalanismo político que siempre ha tenido un sentido más abierto, menos reduccionista y excluyente que el nacionalismo. De ahí surgen las tres líneas básicas del documento: el arco de definición del catalanismo, la afirmación de su carácter transversal y la descripción de un programa de contenidos de coloración socialdemócrata, como si se produjera un deslizamiento calculado desde el comunitarismo conservador de Pujol. Las referencias a la construcción europea, la globalización económica, la revolución de las comunicaciones, la multiculturalidad, la degradación del medio ambiente y la interdependencia como marco para un catalanismo que también quiere ser un humanismo, no son sólo un recurso retórico para evitar, por elevación, el siempre espinoso problema de la articulación política de España. Al contrario: van acompañadas de una apelación a superar lo que ha sido un tópico constante del discurso pujolista: "la tradicional ambigüedad del mensaje catalanista", por los recelos que genera fuera de Cataluña. Por si quedaban dudas, se hace manifestación explícita de la voluntad de no cuestionar, hoy por hoy, el formar parte del Estado español". Desde este realismo político el carácter transversal del catalanismo se da por añadidura: si debe ser "un instrumento de civilización y de moralidad públicas" no puede ser exclusiva de nadie. Quizás por esta razón, porque sus autores se dan cuenta de que el catalanismo ya no basta para identificar a una formación política, se esmeran en dar contenido a sus propuestas. De modo que el manifiesto podría considerarse como una declaración política catalanista y socialdemocrática o, si se prefiere, liberal progresista. Aquí aparecen las contradicciones insoslayables de todo discurso de corte nacionalista. Al darle un contenido que pone énfasis especial en los equilibrios entre crecimiento económico y respeto al medio ambiente, estímulo al esfuerzo individual y lucha contra la marginación, protección social y exigencia de responsabilidad individual, integración de los nuevos colectivos inmigrados y respeto a los valores tradicionales, podría parecer que queda fuera del catalanismo cualquier propuesta que no se inscriba en estos valores, desde el liberalismo conservador hasta el autoritarismo estatista de cierta izquierda. Sin embargo, un ciudadano de cualquier ideología, aún la más opuesta al ideario descrito por el documento, puede considerarse catalanista, sin que nadie se lo pueda negar salvo que los criterios de pureza fundados en lo identitario se sustituyan por nuevos criterios de pureza fundados en lo societario. Toda pureza es siempre peligrosa. Si el catalanismo es un marco de convivencia común, los partidos no deberían distinguirse por su carácter catalanista sino por sus propuestas político-sociales. De modo que del documento de la Fundación Barcelona podría deducirse un futuro de normalidad en que ningún partido se llamara nacionalista (o catalanista) en tanto que es una adscripción compartida por muchos. Pero, al mismo tiempo, el catalanismo no puede ser un mínimo denominador común de obligada observancia, porque en una sociedad moderna, desbordado ya el esquema de convivencia nación-Estado como el mismo documento describe, las pertenencias no pueden ser limitadas. El documento apela a la reconstrucción de la mitología propia. En las sociedades abiertas, las mitologías son forzosamente múltiples, e incluso contradictorias, y los mitos comunes son, a menudo, perfectamente banales. El catalanismo es una tradición, una cultura que acompaña diversas maneras de ver y entender el país. Si un partido lo monopoliza, se hace excluyente, y, si se acepta como denominador común, es una máquina de producción de límites de lo que se puede decir, de lo que se puede hacer y de lo que se puede pensar. Como cualquier ideología que pretende ser universal en una sociedad. La aporía del documento de la Fundación Barcelona es la del nacionalismo en general. En el momento en que expresa su voluntad de apertura, aparecen sus contradicciones y empieza a desdibujarse. Los franceses, nacionalistas por antonomasia, se han dado cuenta de ello; y han descubierto el nacionalismo multicultural. Magnífico gadget ideológico para celebrar la victoria en el mundial que amenaza en convertirse en un nuevo vehículo del chauvinismo. Las ideologías se metamorfosean con enorme facilidad.

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