La amenaza invisible

En 1985 una clínica privada de la localidad brasileña de Goiania se deshacía de unos viejos equipos de radioterapia arrojándolos a la basura. Como si de una chatarra cualquiera se tratara terminaron en un vertedero de residuos urbanos, en donde, mezclados con otros deshechos, permanecieron dos largos años. En septiembre de 1987 un grupo de personas que rebuscaba en las basuras encontró las máquinas y las desmanteló para aprovechar los metales. Entre los elementos que manipularon se encontraba la fuente radiactiva que en su día hizo funcionar los equipos: una cápsula de cesio-137. La abrieron, ...

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En 1985 una clínica privada de la localidad brasileña de Goiania se deshacía de unos viejos equipos de radioterapia arrojándolos a la basura. Como si de una chatarra cualquiera se tratara terminaron en un vertedero de residuos urbanos, en donde, mezclados con otros deshechos, permanecieron dos largos años. En septiembre de 1987 un grupo de personas que rebuscaba en las basuras encontró las máquinas y las desmanteló para aprovechar los metales. Entre los elementos que manipularon se encontraba la fuente radiactiva que en su día hizo funcionar los equipos: una cápsula de cesio-137. La abrieron, pensando que contenía algún material valioso, liberando el peligroso radioisótopo. Hubo, incluso, quien se restregó el luminoso polvo azulado por todo el cuerpo. Aquel incidente se saldó con un total de 244 personas contaminadas, de las que 54 recibieron dosis altamente nocivas de radiación. Los equipos médicos especializados que envió la Comisión Internacional de Energía Atómica tuvieron que examinar a otros 34.000 vecinos de Goiania por lo que, a efectos sanitarios, fue considerado el peor desastre después de Chernobyl. El suceso puso de manifiesto el escaso control que existía sobre determinadas fuentes radiactivas usadas en instalaciones médicas, industriales o de investigación. La fuga radiactiva originada en la planta de Acerinox de Los Barrios (Cádiz), a finales de mayo, ha vuelto a poner de manifiesto la facilidad con la que algunas sustancias, particularmente peligrosas, circulan y se manejan sin tomar ningún tipo de precauciones, ya que se desconoce su verdadera naturaleza y origen. Como en el caso de Brasil, lo que entró al horno de fundición gaditano, originando el escape, fue cesio-137, posiblemente encapsulado, aunque la actividad de la fuente era mucho menor que la que originó el suceso de Goiania. En aquella ocasión, los expertos calcularon en 1.400 curios dicha actividad, mientras que la fuente que se fundió en la acería de Los Barrios no alcanzaba, según distintos especialistas, los 100 curios. En los últimos 15 años, según datos del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN), se han producido en todo el mundo 24 incidentes similares al de Acerinox, es decir, operaciones que han ocasionado la fusión de cantidades variables de cesio-137. Y en lo que se refiere a la localización de chatarras contaminadas o fuentes radiactivas incontroladas que fueron a parar a distintas industrias metálicas, un estudio norteamericano, también facilitado por el CSN, documenta más de 300 casos en todo el mundo. Uno de ellos, ocurrido en una acería irlandesa en 1990, es prácticamente idéntico al registrado en Acerinox, sólo que la contaminación la descubrieron mucho más tarde, cuando algunos de los clientes de la factoría advirtieron, en una inspección rutinaria, que el acero que habían comprado emitía radiactividad. El problema en España se reduce a materiales procedentes del extranjero, ya que todas las fuentes radiactivas de cierta importancia que existen en nuestro país se encuentran inventariadas y han de someterse cada cierto tiempo a una revisión, lo que no significa que no puedan causar otro tipo de incidentes. En lo que se refiere a cápsulas que contengan cesio-137, el CSN tiene registradas un total de 395 instalaciones que aprovechan este radioisótopo, bien en aplicaciones industriales (237), médicas (83), o de investigación (39). Sin embargo, la chatarra que se importa de otros países no se somete a tan estrictos controles, o bien los mecanismos de alerta no son adecuados. Así lo manifestó el presidente del Consejo de Seguridad Nuclear, Juan Manuel Kindelán, en su comparecencia ante la Comisión de Industria, Energía y Turismo del Congreso de los Diputados el pasado día 30 de junio: "El problema del control de las chatarras y las fuentes radiactivas es una cuestión que preocupa en todo el mundo". Aun cuando se impusiera la instalación de aparatos de detección en puertos, almacenes y fábricas -normativa que estudia el Ministerio de Industria a propuesta del CSN-, "no podrá llegarse a una garantía absoluta, sobre todo ante las fuentes con blindaje de protección que eluden estos mecanismos de control", concluyó Kindelán.

La herencia de Palomares

Las pruebas atómicas y algunos accidentes de cierta gravedad han diseminado sustancias radiactivas por todo el planeta. Ningún territorio está libre de esta contaminación, aunque sólo en algunos puntos muy localizados, se alcanzan niveles peligrosos para la salud. En Andalucía, por ejemplo, especialistas de la Facultad de Física de Sevilla han demostrado la presencia de cesio 137 y tecnecio 99 en determinadas especies de algas que viven en el litoral de la región, dos elementos radiactivos procedentes de explosiones nucleares de tipo atmosférico. Los niveles detectados eran similares a los de otros puntos del litoral español y europeo. Sólo hubo un lugar donde la situación escapaba de la normalidad: Palomares (Almería). Si en toda la costa los índices de plutonio y americio en algas estaban dentro de los valores habituales, en Palomares la actividad radiactiva de estas sustancias es entre 10 y 20 veces superior a los valores medios obtenidos en el resto de la costa, aun sin suponer peligro alguno. Es una de las herencias del accidente nuclear de 1966. En lo que se refiere a la radiación natural que emiten los suelos, por la presencia de minerales como potasio, torio o uranio, Andalucía es de las comunidades sometidas a menores tasas de exposición. Los habitantes de Córdoba, revela un estudio del CSN, reciben la mitad de radiación natural que los de Pontevedra -la provincia con mayores índices-, y los de Cádiz tres veces menos. Por regiones, las que reciben dosis más altas son Extremadura y Castilla-León. Este mapa se usa en estudios epidemiológicos para conocer los efectos que en la población puede tener la exposición a bajas dosis de radiación durante largos periodos.

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