El fraile contrabandista

Documentos históricos revelan que un religioso dirigía en el siglo XVII el comercio ilegal de tabaco en Galicia

El Sito Miñanco del siglo XVII fue un fraile benedictino conchabado con algunas familias nobles. Hasta ahora, se sabía del arraigo social de las prácticas contrabandistas en la ría de Arousa, la famosa comarca gallega repartida entre las provincias de Pontevedra y A Coruña. Pero los documentos hallados por Baudilio Barreiro, catedrático de Historia Moderna de la Universidad de A Coruña, prueban que la costumbre viene de más antiguo. Barreiro ha descubierto los expedientes de un juicio eclesiástico contra el padre maestro Balboa, prior de Vilanova de Arousa, encarcelado en 1694 por comerciar il...

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El Sito Miñanco del siglo XVII fue un fraile benedictino conchabado con algunas familias nobles. Hasta ahora, se sabía del arraigo social de las prácticas contrabandistas en la ría de Arousa, la famosa comarca gallega repartida entre las provincias de Pontevedra y A Coruña. Pero los documentos hallados por Baudilio Barreiro, catedrático de Historia Moderna de la Universidad de A Coruña, prueban que la costumbre viene de más antiguo. Barreiro ha descubierto los expedientes de un juicio eclesiástico contra el padre maestro Balboa, prior de Vilanova de Arousa, encarcelado en 1694 por comerciar ilegalmente con tabaco.Si dejamos al margen el abismo tecnológico que separa las dos épocas, los métodos del padre Balboa no difieren en lo esencial de las estrategias urdidas por sus paisanos de fines del siglo XX: mercancías valiosas, buques con tripulaciones experimentadas, un sistema para comunicarse durante la travesía, descargas nocturnas en playas solitarias, almacenes clandestinos en tierra y complicidades de alto rango.

Barreiro descubrió el expediente por casualidad mientras investigaba en el Archivo Histórico Nacional. El legajo contenía un relato sorprendente por las similitudes con algunas situaciones contemporáneas, unos hechos que bien podría haber fabulado el corrosivo anticlericalismo de Valle-Inclán, nacido dos siglos después a muy poca distancia de donde el padre Balboa regía su priorato, una delegación del monasterio benedictino de San Martiño Pinario, en Santiago de Compostela.

Según la costumbre, Balboa cobraba las rentas en vino y cereales, pero, en vez de venderlos e ingresar la recaudación en las arcas del monasterio, tramó una brillante táctica comercial. Según Barreiro, "repartía la mercancía en dos barcos: uno iba al sur, a Lisboa, y otro al norte, a Bilbao, lugares donde esos productos se vendían más caros que en Galicia". Aunque ésa era sólo la parte más inocente del negocio. Para optimizar las inversiones, que se diría ahora, los barcos recogían en sus lugares de destino potes fabricados en Burdeos y tabaco importado de América, una carga que luego era desembarcada en Galicia eludiendo los trámites aduaneros.

Balboa tenía dos criados. Uno de ellos se enrolaba en las travesías para supervisar la operación; otro de los cómplices del fraile era un sobrino suyo, cura en Artes, una parroquia del municipio coruñés de Ribeira, al otro lado de la ría. El contrabando se almacenaba en propiedades eclesiásticas y se transportaba poco a poco a una casona señorial de Cambados. Finalmente, se vendía en mercados y ferias comarcales.

El ritmo de vida del fraile estraperlista no pasaba inadvertido para sus vecinos. Los comentarios se acrecentaron tras una redada que hizo tambalearse el negocio. Balboa traía uno de sus cargamentos en un barco procedente de Bilbao con tripulación de la villa asturiana de Luanco, conocida en la época por su escuela de marineros. El plan previsto era desembarcarlo en la playa de Corrubedo, cerca de la parroquia de su sobrino. Pero al religioso le llegó el soplo de que la guardia de los arrendamientos -una especie de policía fiscal de la época- andaba tras la pista. Los barcos de entonces tenían muy poca autonomía y debían navegar cerca de la costa, por lo que Barreiro cree que, aprovechando alguna escala en puerto, el licencioso cenobita logró avisar a la marinería y cambió el lugar de la descarga. Aun así, los guardias echaron el guante a la mercancía ilegal y detuvieron a los tripulantes.

Por su posición, Balboa no fue imputado de ningún cargo, pero los rumores habían alcanzado tal magnitud que llegaron a Santiago a oídos del abad de San Martiño, quien organizó su particular Operación Nécora para juzgar al prior. Éste defendió su inocencia hasta el último momento. Ni siquiera confesó después de que dos de los religiosos comisionados para interrogarle vieran cómo arrojaba un bulto por una ventana del monasterio, bajo la cual se halló, en poder de uno de sus criados, una bolsa con 20.000 reales, una pequeña fortuna para aquellos tiempos. Aunque los documentos históricos no lo especifican, todo apunta a que Balboa, próximo a su vejez cuando sucedieron los hechos, terminó sus días en prisión.

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